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Un corazón humilde
Identidad

Un corazón humilde

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

A ti, Señor, elevo mi alma; Dios mío, yo pongo en ti mi confianza. Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi Salvador, y yo espero en ti todo el día. Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud; por tu bondad, Señor, acuérdate de mí. Amén. (Salmo 25)

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 1.7-11

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y ellos estaban espiándolo. Mirando como los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: «Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hay en la ciudad de Roma una iglesia que contiene un tesoro. Aunque se encuentra en una avenida importante, está un poco escondida, así que hay que buscarla con atención, para no perderse este sitio tan especial y su contenido. Originalmente estaba dedicada a san Ambrosio, pero su título comparte ahora también el nombre de san Carlos Borromeo, pues dentro de este templo se encuentran las reliquias de su corazón. ¡Qué corazón tan valioso el de este santo obispo!

El valor de este corazón no se mide por el «rango» que san Carlos ocupó en la Iglesia. Más bien, su vida nos muestra al hombre que Cristo menciona hoy en el Evangelio: ése que se humilla y se coloca en el último lugar. Aunque su tío –el papa Pío IV –creía darle un honor cuando lo nombró arzobispo de Milán, Carlos en realidad tomó esta elección como un llamado a servir. Se desgastó trabajando por renovar espiritualmente a su diócesis; ayudó en silencio escribiendo el catecismo, para enseñar con claridad la fe a sus fieles y a toda la Iglesia Católica. Su último y más grande acto de abajamiento consistió en ayudar a los contagiados de peste. Su corazón dejaba de latir en 1584, después de tanto haber amado y servido a Dios y al prójimo.

Incluso quien no es obispo está invitado a imitar este corazón humilde. Todo el que ha sido bautizado está llamado a vivir para servir. Nuestra fe sólo resplandece si la vivimos así, como un banquete en el que todos buscamos el último lugar y somos elevados por la humildad de otros. Más aún, este movimiento tiene la belleza de un baile que gira en torno a Cristo. Él fue el primero en bajar hasta nuestro pecado y en resucitar para alzarnos a todos con Él.

«Fueron pastores del rebaño de Cristo y, a imitación suya, se gastaron, se entregaron y se sacrificaron muchas veces por la salvación del pueblo a ellos encomendado. Lo santificaron mediante los sacramentos y lo guiaron por el camino de la salvación; llenos de la fuerza del Espíritu Santo anunciaron el Evangelio; con amor paternal se esforzaron por amar a todos, especialmente a los pobres, a los indefensos, a los necesitados. Por eso, al final de su existencia, pensamos que al Señor «los aceptó como sacrificio de holocausto». Con su ministerio, grabaron en los corazones de los fieles la consoladora verdad de que «la gracia y misericordia son para sus devotos». En el nombre del Dios de la misericordia y del Perdón, sus manos han bendecido y absuelto, sus palabras han confortado y enjugado lágrimas, su presencia ha testimoniado con elocuencia que la bondad de Dios es inagotable y que su misericordia es infinita. Algunos de ellos fueron llamados a dar testimonio del Evangelio de manera heroica, soportando grandes tribulaciones. […] Alabamos a Dios por todo el bien que el Señor ha hecho por nosotros y por su Iglesia a través de estos nuestros hermanos y padres en la fe».
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de noviembre de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy buscaré ceder algún lugar preferente o de importancia (en casa, en el trabajo o en medios de transporte).

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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