En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por mis ojos, pues me permiten contemplar la maravilla de tu creación. Gracias por mis manos, pues me permiten hacer el bien a mis hermanos. Gracias por mi boca, pues me permite dar esa palabra de aliento que necesitan. Que siempre, y en todo lo que haga, obre buscando crecer en el amor al prójimo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente…? (Mt 24,45) Jesús nos ha dado un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros como yo os he amado, y es justamente sobre este mandamiento que nos va a juzgar el día de su venida. Por eso necesitamos mantener encendida nuestra lámpara, no debemos dejar la vivencia de la caridad para después, ya que no sabemos ni el día ni la hora. Si tienes la oportunidad de hacer un bien, y no lo haces por pereza, desidia, respeto humano, etc., dejas pasar la oportunidad de crecer en el amor, entierras tus talentos, en vez de multiplicarlos.
No, no necesariamente debemos estar pensando en el fin del mundo. Todos vamos a llegar al momento de la muerte y es en ese momento en el que se nos exigirá prueba de que hemos sido realmente discípulos de Cristo. Ya lo decía san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida me examinaran del amor. No será importante los logros materiales, ni los conocimientos acumulados ni las experiencias vividas, lo único que va contar es la vivencia del amor, a Dios y a los demás. Por eso conviene hacer frecuentemente un balance de mis actitudes, por ejemplo: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Realmente lo quiero o es solo un conocimiento o reconocimiento de su existencia? ¿Soy de ésos que pasan indiferentes ante la necesidad ajena? ¿Tiendo a no darme cuenta de lo que podría hacer, o dejar de hacer, para edificar un bien superior?
«El Evangelio recomienda ser como los siervos que no van nunca a dormir, hasta que su jefe no ha vuelto. Este mundo exige nuestra responsabilidad y nosotros la asumimos completa y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea trabajosa, que nunca bajemos la guardia, para acoger con gratitud y estupor cada nuevo día que Dios nos regala. Cada mañana es una página en blanco que el cristiano comienza a escribir con obras de bien. Nosotros hemos sido ya salvados por la redención de Jesús, pero ahora esperamos la plena manifestación de su señoría: cuando finalmente Dios sea todo en todos. Nada es más cierto en la fe de los cristianos que esta cita, esta cita con el Señor, cuando Él venga. Y cuando este día llegue, nosotros, los cristianos, queremos ser como aquellos siervos que pasaron la noche con los lomos ceñidos y las lámparas encendidas: es necesario estar listos para la salvación que llega, listos para el encuentro. ¿Habéis pensado, vosotros, cómo será el encuentro con Jesús, cuando Él venga?».
(Audiencia de S.S. Francisco, 11 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Estaré muy atento y disponible para no dejar pasar las oportunidades de ayudar a alguien que necesite de mí.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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