Un aspecto importante de la piedad de los fieles, no suficientemente conocido y practicado son las bendiciones.
Las bendiciones están comprendidas dentro de los sacramentales. Para entender el significado de esta palabra vamos a tomar las cosas desde más arriba.
Sabemos que la vida de la Iglesia y de cada cristiano se sostiene por los siete sacramentos. Es decir, sobre siete acciones litúrgicas especiales, capaces, a través de signos, palabras, gestos, elementos naturales como el agua, el aceite, el pan y el vino, de trasmitirnos aquella gracia que brota como continuación de la redención realizada por Cristo que nos sumerge en la salvación, es decir, en la vida divina.
Instituidos por el mismo Redentor, son signos eficaces: es decir, realmente trasmiten aquello que prometen; no ciertamente por la fuerza de los gestos y de las palabras de quien los administra o de los poderes de los elementos naturales empleados, sino más allá de la fuerza de todo esto, en virtud del poder salvífico que Jesús mismo ha unido a estos signos.
Así, por ejemplo, aunque el ministro que realiza la acción fuera indigno, si es válidamente ordenado y respeta el rito esencial de los sacramentos que celebra, éstos serían igualmente eficaces para quien los reciba. Siguiendo las directrices de Jesús mismo a través del lenguaje de algunos signos particulares, la redención se hace disponible para cuantos quieran sinceramente participar.
Los sacramentales, en cambio, han sido instituidos por la Iglesia, como cuerpo que es de Cristo, bebiendo de este manantial de gracia del que se llena continuamente, sobre todo en la celebración eucarística.
En el caso específico de las bendiciones, ellas miran sobre todo a dar gloria a Dios: a bendecirlo y a la vez, a invocar su bendición en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, para que venga a nosotros y al mundo la obra de la santificación.
Toda bendición, por tanto, desde la más solemne a la más privada, es una acción de gracias que nos sumerge siempre profundamente en el misterio pascual. Y juntamente nos recuerda y nos manifiesta como ella penetra profundamente nuestra realidad personal, y la realidad del inundo material que nos rodea, y que como dice San Pablo «gime también él con dolores de parto en espera de la liberación».
Por esto el nuevo «Ritual de las bendiciones», nacido a consecuencia de las disposiciones conciliares, provee de muchas fórmulas para las diversas circunstancias de la vida de las personas. Presenta también otras bendiciones que se extienden hasta abarcar todo lo que acompaña nuestra existencia humana, como por ejemplo la casa, el trabajo, la tierra con sus frutos y los objetos que apoyan nuestra piedad.
Pedir a Dios bendecir una cosa o a alguien, significa pedirle entrar cada vez más dinámicamente en esta espiral de salvación, de tal forma que un mundo sacralizado ayude a su vez al hombre a santificarse. Todo en el seguimiento de Cristo.
Es bello y útil, para un cristiano, por tanto, no sólo participar en las bendiciones más solemnes que organiza su Iglesia local, sino en la óptica que hemos descrito, hacerse promotor en lo posible. Esto se puede hacer de varias formas.
De hecho, el nuevo Ritual de las Bendiciones, dispone que algunas bendiciones solemnes son estricta competencia del Obispo, otras del sacerdote o del diácono y otras de laicos habilitados, como pueden ser los acólitos o los lectores. Pero también simplemente de os padres y las madres de familia, en función de la gracia que desciende del sacramento del matrimonio.
Así, nosotros los laicos debemos continuar pidiendo a los sacerdotes la bendición, por ejemplo de nuestras casas, nuestros lugares de trabajo, nuestros medios de trasporte, la tierra y sus frutos y nuestros objetos de piedad como las imágenes sagradas, las medallas, escapularios, rosarios.
Pero también podemos practicar aquellas bendiciones de las que podemos ser ministros en el ámbito familiar: la bendición de la mesa, los hijos, los novios, nuestros ancianos y enfermos.
Vivimos en un mundo de signos y símbolos. Con ellos Dios inalcanzable se nos hace cercano.
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