¿Qué significaba antes ser papás o educadores, y qué significa ahora ser responsables de la formación de la juventud?
Todos vemos que el problema es serio porque han cambiado radicalmente la mentalidad y el modo de ser de los jóvenes. ¿En bien? ¿En mal?… El tiempo tendrá la palabra.
La realidad nuestra es que nos enfrentamos a un hecho desconcertante, que tiene angustiadas a muchas familias, las cuales se preguntan continuamente: ¿Qué hacemos? ¿Condescender? ¿Prohibir? ¿Ponernos fuertes? ¿Dejar pasar? ¿Rendirnos?
Como siempre, miramos las cosas con serenidad y con fundado optimismo. Nuestra juventud tiene unos antivalores preocupantes, pero posee también unas cualidades envidiables que antes no se daban a su edad. Y la actitud nuestra será, junto con una prudencia obligada, dar a los muchachos y muchachas la confianza que merecen, con tal que esté sostenida en ellos por un gran sentido de responsabilidad.
Entonces, ¿cuánta confianza les vamos a dar? Tanta cuanta se merecen.
¿Y cuánta se merecen? Cuanto sea el espíritu de responsabilidad en que se han formado.
A los jóvenes les iría bien el reflexionar sobre lo que les dijo bellamente el poeta Lope de Vega: «En los campos de la vida no hay más que una primavera». Que lo podríamos traducir diciéndoles: ¡Al tanto con las flores, que todavía no son los frutos!…
Si quieren frutos después, no echen a perder ahora las flores. Aprovechen los grandes valores que tienen, y al tanto con los antivalores que podrían echarles a perder la vida entera.
LOS GRANDES VALORES DE LOS JOVENES
Los grandes valores que hoy posee nuestra juventud los podríamos reducir a tres principales:
1. La autenticidad y la sinceridad
Quieren demostrar, y de hecho demuestran lo que son, sin unas fórmulas sociales convenidas que ellos consideran hipocresía.
2. La libertad
Los jóvenes quieren, reclaman y viven la libertad, sin ataduras que ellos tienen por injustas; pero al mismo tiempo ofrecen también esa responsabilidad que ellos creen necesaria.
3. Inconformidad
Que demuestran ante un mundo que no les gusta. Ciertas formas sociales las consideran vacías y hasta hipócritas.
La política es para ellos un juego no limpio y de aprovechados. Aspiran a una mayor solidaridad con las clases y los países menos favorecidos, sin desigualdades que los irritan. Las mismas prácticas religiosas las quieren con sentido más profundo y sin tantos formulismos. Y en su fe, los jóvenes están dando muestras de una piedad envidiable. Cuando se enamoran de Jesucristo -y son muchos los que lo aman de verdad-, abrazan con generosidad todas las exigencias cristianas.
Todo esto son valores muy positivos y muy dignos de tenerse en cuenta cuando vienen las quejas contra la manera de ser de nuestros jóvenes.
LOS CONTRAVALORES
Pero tampoco cerramos los ojos al ver los contravalores que crean esa problemática tan preocupante, y que podríamos reducir también a tres fundamentales, resumen de todos los otros:
En primer lugar -y es lo que más salta a la vista- está la rebeldía de que hacen gala en cada momento. No soportan ninguna autoridad. Los padres, los educadores, los constituidos en autoridad, los que la naturaleza, la sociedad y hasta el mismo Dios han puesto delante para guiarnos, son para a los jóvenes casi unos enemigos. Los jóvenes vienen a decirse:
YO y el GRUPO -mi persona y los compañeros-, con las mismas reglas de juego que nosotros determinamos, son la única autoridad reconocida. La obediencia, entonces, está de más y los papás y educadores no saben qué hacer.
Después, a esta rebeldía sigue el desprecio de muchos valores morales, en especial la desviación del amor en el orden sexual. Quizá no son los jóvenes los responsables principales. Porque no hacen más que tomar ejemplo de lo que ven hacer a los mayores. Los jóvenes se limitan a aprovechar lo que la sociedad les ofrece.
La violencia en los jóvenes se puede evitar educando en los valores.
Finalmente, es un antivalor muy preocupante la falta de fe y el abandono de Dios en que muchos jóvenes viven. Esto es lo peor de todo. Porque, cuando hay fe, todos los otros males tienen remedio, ya que un día u otro se llega a reflexionar en serio. Pero, si falta el fundamento de la fe en Dios y de un destino ultraterreno, ¿qué se puede esperar?…
Como podemos ver, entre los jóvenes tenemos de todo. Chicos y chicas excelentes, y muchachos y muchachas que nos preocupan de verdad.
¿Nuestra actitud, entonces? Dios, ante todo… Dios ama a los jóvenes más que nadie, y Dios sabe trazar los senderos por los que debe discurrir el mundo.
Nosotros brindamos apoyo a los jóvenes, les infundimos ideal y los acompañamos en el camino.
Jesucristo, que fue un joven en Nazaret -y un joven admirado, pero incomprendido- sabe captarse a los jóvenes que valen, y con ellos lo veremos realizar maravillas. No tenemos derecho a dudar de nuestros jóvenes, mientras veamos metido entre ellos a Jesucristo.
¡Eso sí!, a nuestros jóvenes les diremos siempre:
¿Por qué tantos entre vosotros se empeñan en valer tan poca cosa, cuando los jóvenes valéis tanto?….
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