En el Evangelio nos vamos a encontrar con una expresión de Jesús que no sabemos si llamarla misteriosa o idílica o encantadora. El mismo Jesús se va a dar el calificativo de ESPOSO. ¿Jesús, Esposo? ¿De quién? ¿Quién es la afortunada elegida?… Vayamos primero a la narración del hecho.
Jesús viene como un verdadero revolucionario, no de armas en la mano, sino de amor en el corazón. Y como el amor hace libres, Jesús se muestra desde el principio como un liberador de tanta esclavitud a que los escribas y fariseos habían sometido al pueblo, con prácticas que a lo mejor eran buenas, pero que no eran necesarias y resultaban a veces cargas insoportables.
Una de éstas costumbres era el ayuno como penitencia. Pues, bien. Se le presentan algunos a Jesús, y le preguntan extrañados:
– ¿Cómo es que los discípulos de Juan Bautista ayunan, igual que los discípulos de los fariseos, mientras que a los tuyos no los vemos ayunar nunca?
A Jesús le cae en gracia la pregunta, y responde con sonrisa y con buen humor:
– ¿Ayunar mis discípulos? ¿Y cómo queréis que ayunen si estoy yo con ellos? ¿Habéis visto alguna vez a los amigos del esposo ayunar mientras el esposo está con ellos en la fiesta de bodas? Llegará el momento en que les será quitado de delante el esposo, y entonces ayunarán.
Ahora es Jesús el que da un rodeo a la conversación y lleva el pensamiento por otros derroteros:
– Ha llegado la cosecha del vino nuevo, del vino de la alegría mesiánica, la que os trae el Cristo. Entonces, a vino nuevo, envases también nuevos…
El pensamiento de Jesús es claro: la venida del Mesías, del Cristo, es para el mundo una fiesta de bodas. ¿Cabe entonces la tristeza en medio de la fiesta? El amor y la alegría nos hacen libres. ¿Se puede, por lo mismo, pensar en esclavitud a la ley antigua o a prácticas pasadas de moda con la venida de Jesucristo?
Pero Jesús se da cuenta de que su presencia física entre los discípulos no va a ser posible siempre, y entonces los discípulos sabrán también ayunar, es decir, sabrán dolerse de la ausencia del Esposo amigo cuando no esté con ellos…
Nos metemos aquí en el misterio de la alianza de Dios con su Pueblo. Primero con Israel, después con la Iglesia.
Si abrimos la Biblia en el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios establece con Israel una alianza de amor, un verdadero desposorio. Dios ama entrañablemente a su pueblo, le es fiel, lo mima. Pero Israel, como esposa alocada, se enamora continuamente de los dioses de otros pueblos, los adora, les ofrece sacrificios, y así se prostituye delante de ellos y comete el adulterio contra su esposo, que es Dios.
Dios, sin embargo, sigue en su empeño. Enamorado perdido, no deja de seguir a su pueblo, la esposa infiel, hasta que la rinde. Lo ha expresado en la Biblia, como nadie, el profesa Oseas:
– La atraeré hacia mí, la llevaré a un lugar solitario, le hablaré al corazón… Sí, te haré mi esposa querida, y tú conocerás al Señor.
Dios es así con Israel. Pero con el nuevo Israel de Dios, con la Iglesia, estas palabras tendrán un sentido místico pleno.
El apóstol san Pablo les dirá a los de Corinto:
– Os tengo desposados con Cristo como una preciosa muchacha virgen.
Y explanará su pensamiento en la carta a los de Éfeso:
– Cristo ha amado a la Iglesia, y se ha entregado por ella, a fin de que aparezca delante de Él toda gloriosa, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada.
El Apocalipsis, por su parte, nos muestra a la Iglesia viniendo al encuentro de Cristo como esposa radiante de hermosura…
¿Cómo entendió la Iglesia este Evangelio de Jesús, cuando dice que un día les será arrebatado el Esposo a los amigos?…
Desde un principio se aplicó al día de la muerte del Señor. Aquel día sí que podían los discípulos de Jesús ayunar, es decir, llorar y hacer penitencia.
Y de ahí arrancó la práctica de la penitencia cuaresmal y la costumbre de ayunar y hacer otros sacrificios especiales el viernes de cada semana.
La Iglesia ha sabido unir admirablemente los dos términos de la cuestión. Por una parte, siempre vive alegre, siempre rebosa felicidad, porque sabe que su vida es una continua fiesta de bodas con Jesucristo su Esposo. Se siente libre, pues nunca la esposa puede temer al esposo que la adora…
Pero, por otra parte, sabe también la Iglesia que debe unirse a su Esposo Jesucristo cuando salva al mundo precisamente con la pasión y la cruz. Y la Iglesia no rehusa la penitencia. La practica con toda libertad, pero no la omite nunca.
Cuando la Iglesia nos manda la penitencia cuaresmal, y nos aconseja la semanal de cada viernes –que si ayuno, que si abstinencia, que si la renuncia a muchos caprichos, que si la limosna penitencial– no hace sino enlazar con la más pura tradición del primer tiempo de cristianismo.
¡Señor Jesucristo, Esposo de la Iglesia, que nos llenas del gozo más puro! Eres Esposo, pero Esposo de sangre, que reclamas nuestra unión contigo cuando salvas al mundo con el sacrificio de la Cruz. Haznos generosos para vivir tus dolores, igual que nos haces avaros para disfrutar de tus alegrías….
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