En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En esta oración me encuentro cerca de ti, Señor. Creo en ti, confío en ti y te amo, pero ayúdame a crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Que la fe me permita descubrir tu grandeza. Que la esperanza me ayude a confiar en tu bondad. Que la caridad me mueva a darlo todo por ti y por mis hermanos. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 1. 7-11
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
«…Para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’.» En esta frase se encuentra condensado todo el sentido del Evangelio de hoy. Cristo quiere decirnos que el honor más grande en la vida cristiana no consiste en un puesto. Él mismo es el mayor honor que podemos tener en la vida.
El Señor nos ha invitado a un banquete de bodas, y lo propio de una invitación es ser gratuita. Sólo los novios tienen el “derecho” de la fiesta, todos los demás participan porque han pensado en ellos. La invitación se recibe por razón de un amor o una amistad particular, sin fijarse en méritos. Dios nos ha invitado a las bodas de su Hijo, y ya eso es honor suficiente para cada bautizado. ¡Si pensáramos qué dignidad ser invitados especiales de Dios!
Conforme hemos crecido en la vida cristiana, Dios ha pasado por cada una de las mesas y a cada uno nos dice las mismas palabras: «Amigo, acércate a la cabecera». Nos llama amigos, ¡sus amigos íntimos!, y nos da un honor aún más grande: acercarnos a la cabecera. De nuevo, no se trata de un puesto, sino de estar cerca de Él. Y aquí termina la parábola; la realidad es mucho más maravillosa porque Cristo nos invita a la cabecera en cada comunión, y ya no es Él solo el novio de las bodas. Se convierte en nuestro alimento, nos da el lugar principal, porque quiere que cada cristiano participe de la misma alegría que Él siente. Y quiere que la experimentemos desde dentro, en el fondo de nuestro corazón.
«El que se humilla, será engrandecido.» Aquí es donde la humildad brilla con mayor claridad aún. Al inicio de la misa reconocemos nuestro pecado y pedimos perdón por ofender a un Dios que nos ha dado tanta dignidad. ¡Cuánto nos ha engrandecido el Señor, sabiendo que como hombres pecadores éramos los últimos, los más indignos de su predilección! Cuánta gratitud y humildad debe surgir en nuestra alma cada vez que nos acercamos al Banquete del Señor.
«Con esta recomendación, Jesús no pretende dar normas de comportamiento social, sino una lección sobre el valor de la humildad. La historia enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad y la ostentación son la causa de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad de elegir el último lugar, es decir, de buscar la pequeñez y pasar desapercibidos: la humildad. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad, Dios nos exalta, se inclina hacia nosotros para elevarnos hacia Él».
(Homilía de S.S. Francisco, 28 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Voy a preparar mi alma para la misa del domingo. Si veo que no estoy en buena condición espiritual, buscaré la confesión, o bien, dedicaré un rato especial de oración, hoy, para ser consciente del don de la Eucaristía.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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