El Evangelio de san Juan es el que más enseñanzas reserva para la Última Cena. En general se suele dividir en dos discursos: el primero de ellos está especialmente dedicado a la dinámica interna de la comunidad de discípulos (Jn 13,31-14,31), y el segundo discurso está dedicado a hablar de la relación de la comunidad de discípulos con el mundo (Jn 15,1-16,33). La comparación del discipulado con la vid y los sarmientos es la apertura del segundo discurso, y podemos observar que Jesús insiste fuertemente en dos temas relacionados entre sí como causa y efecto: el primer tema, que es la causa, es estar unido a él; el segundo tema, que es el efecto, es la fructificación.
Lo que más nos interesa en este momento es tratar de profundizar a qué se refiere el Señor al decir que debemos estar “unidos” a Él. Tomaremos como fuente de información el mismo Evangelio de san Juan. Nuestro Señor declaró en variadas ocasiones una profunda unidad con el Padre: “el Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Si miramos el discurso que había dicho el Señor con anterioridad podemos entender esta frase como “el Padre y yo estamos íntimamente unidos”. ¿Cuáles son las causas o los indicadores de esta unidad?
En primer lugar, Jesús expresa como causa de unidad con el Padre el mutuo y profundo conocimiento (cfr. Jn 10,15), esto complementado con otro discurso (cfr. Jn 8,34-40) donde Jesús contrasta sobre su Padre del cielo y el padre de los judíos, a quien ellos no conocen, nos lleva a concluir que el conocimiento es un tema importante para hablar de la unidad con Jesús. Sería ilógico pensar que permanecemos unidos a Él a partir de un trato esporádico o eventual, es necesario, para permanecer unido al Señor, una actividad cotidiana que nos lleve a conocerlo más y mejor.
El segundo aspecto de estar unido, expresado por el Señor, es la unión por el amor. En el mismo discurso del Buen Pastor (cfr. Jn 10,17) Jesús hace ver que el amor es una parte importante de la unidad con el Padre. También lo expresa en el discurso del capítulo ocho (cfr. vv. 42-49). El amor no es una emoción momentánea, más bien se trata de una comunión de perspectivas y una sumisión bondadosa del Hijo a la voluntad del Padre (Jn 10,18). Por lo tanto, para permanecer unido a Jesús debo obedecerlo, esta es la mejor manifestación de que le amo (cfr. Jn 15,14).
Una tercera característica proviene de otro contexto del Evangelio de san Juan, y es el de las acciones simbólicas: Jesús se presentó a sí mismo como el pan vivo bajado del cielo, el que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna (cfr. Jn 6,35-60). Resumiendo, tenemos tres aspectos a considerar para saber que estamos unidos a Jesús: porque procuro conocerlo más y mejor, porque cumplo voluntariamente con su voluntad y porque realizo los signos que me ha entregado para heredar la vida eterna.
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