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¡Viva el prójimo!
Identidad

¡Viva el prójimo!

Si observamos nuestro mundo actual y le tomamos la temperatura para ver cuál es el grado de caridad que tiene, creo que el termómetro acusaría baja presión.

Explíquenme, si no, el porqué del hambre, de las injusticias, las violencias, los asesinatos, las divisiones en la familia, los abortos abiertos o clandestinos, las riñas, las envidias. ¿Por qué existen indiferencias ante las cosas de los demás; por qué nos hemos acostumbrado a pasar como si nada pasase ante el sufrimiento del prójimo, ante el dolor de los demás, ante las heridas físicas o morales de los demás? ¿Por qué se reacciona con tanto desinterés ante los triunfos de los demás? Malos tratos, falta de amabilidad y cortesía, rencores, murmuraciones. No hemos todavía creado la civilización del amor, que tanto anhelaba Pablo VI. La causa es clarísima: no vivimos el mandamiento del amor, de la caridad. Han pasado 20 siglos de Cristianismo y este mandamiento nuevo sigue casi sin ser estrenado.

Y dado que nosotros somos padres de familia sería bueno preguntarnos: ¿estoy educando a mis hijos para el amor, para la generosidad, para la entrega o, por el contrario, para el egoísmo, el desinterés por el prójimo, para el bienestar y la comodidad? Ellos tienen el derecho de ver en sus padres este ejemplo de donación, entrega, amor al prójimo porque «las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran».

La Sagrada Escritura es muy clara al respecto. Podríamos resumir su mensaje en esta frase: la caridad es la señal característica del cristiano; tan es así, que quien vive la caridad ese es el verdadero cristiano y quien no la vive, no es cristiano. Así de sencillo y así de claro.

Espiguemos algunos textos que prueben lo que hemos dicho:

«Si hablando lenguas de ángeles…si no tengo caridad, nada soy» (1Cor 13)
«En esto conoceréis que sois mis discípulos» (Jn 13,34)
«Quien dice amara a Dios, pero no ama, es un mentiroso» (1 Jn 4,20).
«Quien no ama, permanece en las tinieblas (1 Jn 2,9).
«En esto se conocen los hijos de Dios y los hijos del diablo» (1 Jn 3,10).

Merecería todo un artículo la explicación de la parábola sobre el buen samaritano, ejemplo de caridad desinteresada, generosa y heroica (Lucas 10,30ss). Los personajes los podríamos dividir en dos grupos: “Los del viva yo”, el homo sapiens, el tío listo; a este grupo de listos pertenecen los bandoleros, los transeúntes y el mesonero. En el segundo grupo está el homo bonus, el hombre bendito pero un poco tonto para esta vida, el que no dice «viva yo» y va por ahí un poco despistado preocupándose por los demás; es el samaritano que recoge, cura y cuida al herido.

Dos grupos que pueden a su vez dividirse en tres actitudes frente al prójimo necesitado de ayuda, de consuelo: la actitud de los ladrones (roban, desvalijan, muelen a palos, critican, matan); la de los indiferentes que pasan de largo para no comprometerse, y se desentienden totalmente porque están pensando en «sus cosas», en sus negocios, van a lo suyo…¿y los demás? «¡que los cuide el gobierno! ¡a mí qué!». Y la tercera actitud, la cristiana y la humana: llega hasta él, lo ve, se para, se compadece, se baja, venda, lo cura, lo sube, lo lleva a la posada, paga por él, se desvive. El, un samaritano, ¡qué contradicción!

¡Qué pocos samaritanos hay en este mundo! Si hubiera más, este planeta tierra sería más humano, más respirable, más amable.

Motivos de mi caridad

1) Cada hombre es hijo queridísimo de Dios, creado por amor, redimido por amor, a quien cuida con su Providencia amorosa. Por eso Dios considera hecho a él mismo todo mal inferido contra su hijo. ¿Acaso uno de ustedes, si matan a su hijo, se queda impasible, indiferente? Dios llora ante los atropellos e injusticias que a diario se cometen contra los hombres, sus hijos.

2) Cada hombre, además, es nuestro hermano. Si Dios es nuestro Padre común, creo que es fácil deducir el silogismo. Si se comprendiera esto no existiría el apartheid, es decir, la discriminación racial, ni los altercados entre los mismos hermanos carnales por la herencia dichosa.

3) Porque es el mandamiento nuevo que Cristo nos dejó. Motivo fuerte y decisivo porque nos define: o somos de Cristo o no somos de Cristo.

Hay que hacer una distinción importante entre caridad y filantropía. La filantropía es el amor que se dirige a los demás hombres sin pasar por Dios, por el simple hecho de que forman una sociedad humana; es puramente horizontal y se mueve por motivos humanos, buenos en sí y laudables en realidad: ayudar a los que están necesitados de dinero, de cultura, de cariño, de servicios…Y la caridad es el amor a los hombres en cuanto hijos de la gran familia de Dios.

Hay que tener presente que la caridad no excluye la filantropía, sino todo lo contrario, la eleva y ennoblece: podemos amar al prójimo como hijo de Dios y además por sus cualidades humanas.

Educar a los hijos para la caridad

¿Para qué estoy educando yo a mis hijos: para la caridad, la donación, la generosidad, la entrega, el aprecio por los demás…o para el egoísmo, la comodidad, la satisfacción de sus gustos y caprichos, antojos?

A cuantos padres de familia yo he visto que se desviven porque sus hijos tengan todo, viajen por todo el mundo, consigan los mejores puestos, las mejores notas; tengan más y mejor; que coman mucho, que se diviertan.

Y a pocos, a poquísimos padres de familia he visto que enseñen y eduquen a sus hijos para la caridad con el prójimo. ¡Ni ellos mismos les dan ejemplo de verdadera y auténtica caridad, porque están encerrados en su mundillo cómodo, facilitón, preocupados por el tener más y mejor.

Te ofrezco aquí unos consejos para que eduques a tu hijo para el amor a los demás y de esta manera podamos gozar de la civilización cristiana, la civilización del amor.

1) Enseña a tu hijo esta verdad: somos hijos de Dios y todos los hombres formamos una familia, y juntos tenemos que hacer más amable este mundo, más humano y respirable.
2) Dile que los demás merecen respeto, estima y aprecio: jamás les permitas criticar, matar la fama del prójimo.
3) Enséñale a estar siempre abierto a todas las necesidades de los hombres y a tratar de solucionarlas en la medida de sus posibilidades.
4) Incúlcale el saber perdonar las ofensas, pues esto es propio de un cristiano; a saber disculpar y comprender los defectos del prójimo.
5) Demuéstrale que la magnanimidad, el alegrarse por los triunfos del prójimo, el desvivirse por él, le acerca cada día más al ideal cristiano, y le ensancha los límites de su corazón. Y al contrario, que el egoísmo achica el alma, la empobrece y la avejenta.
6) Y esto lo conseguirás, si tú le das el ejemplo. Ahora bien, si en tu familia sólo priva el bienestar, la comodidad, el deseo de tener y poseer, de pasarla bien…entonces los hijos nunca tendrán las fuerzas para ser generosos con los demás.
7) Enséñale las obras de misericordia espirituales y corporales:enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y difuntos. Dar de comer, dar de beber, dar posada, procurar ropa a los necesitados, ayudar a los encarcelados y exiliados, acompañar a quienes sufren la muerte de un ser querido.

Pecados contra este amor

1) Odio: consiste en desear y hacer mal al prójimo.
2) Envidia: entristecerse de un bien o alegrarse de un mal ajeno.
3) Discordia: desacuerdo por no querer ceder, debido a mi amor propio.
4) Contienda: es el altercado o discusión violenta con las palabras.
5) Riña: discusión pero con golpes y heridas.
6) Escándalo: es una palabra o un hecho que proporciona a los demás ocasión de pecado.
7) cooperación al mal: ayudar a otro a realizar un pecado, p.e. robar, abortar, asesinar.

Conclusión

Vivamos este primer mandamiento.

Comentarios al autor: P. Antonio Rivero, L.C.  arivero@legionaries.org
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