En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, voy a meditar en tu nombre. Dime quién eres. Sé que todo el que te ve, ve también al Padre. Quiero verte, quiero escuchar cuál es tu nombre. Descúbreme algo de la riqueza inagotable de tu nombre.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo. Todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Vamos a dedicar la oración de hoy al nombre de Jesús. En la antigüedad, el nombre quería significar dos cosas: pertenencia e identidad. Ahora, vamos a enfocarnos en la identidad de Jesús a partir de su nombre. «Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: ‘tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo». Tenemos a nuestra disposición tres términos: Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Nuestro Señor es todo lo que estos términos significan. Por un lado, Jesús significa Salvador. Por otro, el término Mesías significa ungido del rey. Por último, Hijo de Dios designa el origen del hombre que cumple la ley del Señor.
Jesús es salvación, esperanza de los que creen en Dios. Somos salvados gracias a la presencia de Dios entre nosotros, presencia que se encuentra en la persona de Jesús. Jesús es el Mesías. El descendiente de David, ungido para regir al pueblo de Dios con justicia en mansedumbre y humildad. Este Rey eligió por trono la cruz, por cetro los clavos, por corona un trenzado de espinas. Es Hijo porque conoce al Padre. Toda su vida la dedicó a darnos a conocer a la persona que Él más ama y que tanto nos ama, a tal punto de dar a su Hijo para redimirnos de nuestros pecados. Por eso Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
«No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios. Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo. Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: “Jesucristo es Señor”».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de junio de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Cristo: Querida alma, ahora que conoces algo de lo que mi nombre significa, quiero preguntarte algo.
El alma fiel: Habla, Señor, te escucho.
Cristo: ¿Puedo salvarte? ¿Puedo ser el Rey de tu vida? ¿Puedo ser el Dios en el que quieres creer?
El alma fiel: Señor, claro que puedes. Tú eres Dios, nada es imposible para ti.
Cristo: Yo sé que puedo. Mi pregunta es, ¿me dejarías salvarte? ¿Me permitirías hacer de tu corazón mi sede real? ¿Me dejarías ser tu Dios?
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Daré gracias a Dios por el don de la fe y por los dones que me ha concedido en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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