En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Quiero conocerte más y mejor, Señor. Permíteme ver tu rostro. Gracias por haberme creado, redimido y amado de manera tan particular. Te adoro y te doy gracias por todo lo que has hecho por mí y por tus dones. Dame aquello que más necesito y que Tú bien conoces. Quiero estar contigo y acompañarte este rato.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón. Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Mi destino es la eternidad. Esto es lo que más importa. Hoy, Señor, me recuerdas que los tesoros del cielo son más importantes y están mejor asegurados que los de la tierra. Con frecuencia olvido esta realidad fundamental de mi vida cristiana. Vivo sumergido en el hoy, aquí y ahora sin levantar la mirada a mis inversiones del cielo.
Qué poco duran los tesoros materiales de este mundo, los del cielo perduran en la eternidad. Los de esta tierra son más difíciles de obtener que los de la otra. Los de este mundo implican cajas de seguridad, cuentas bancarias, claves secretas, guardias confiables; los de tu Reino se acumulan sin temor a perderlos, pasan desapercibidos por los ladrones, no se corrompen y Tú mismo, Dios, los custodias. Los de este mundo se devalúan, los del otro no conocen crisis económicas.
Ayúdame a llenar las arcas del cielo con los tesoros de las monedas de la caridad, con los cheques de las obras de misericordia, con las esmeraldas del sacrificio, los rubíes de la oración, las perlas de la paciencia, los dólares de la vida de gracia.
Es necesario desapegar mi corazón de los tesoros finitos de este mundo e irlo apegando poco a poco a los del cielo. Esto no quiere decir descuidar mi vida y desinteresarme de mis necesidades y de las de los demás, sino que todo lo que haga, lo haga siempre de cara a esa eternidad en la que podré gastar, gastar sin que jamás disminuya el crédito y sin adquirir deuda alguna.
«Acumular es precisamente una cualidad del hombre, hacer las cosas y dominar el mundo es también una misión. Esta es la lucha de cada día: cómo gestionar bien las riquezas de la tierra, para que estén orientadas al Cielo y se conviertan en riquezas del Cielo. Dios hace al hombre administrador de esas riquezas por el bien común y por el bien de todos, no para el bien propio. Y no es fácil convertirse en un administrador honesto, porque siempre está la tentación de la codicia, del hacerse importante. El mundo te enseña esto y nos lleva por ese camino en vez de pensar en los otros, pensar que eso que yo tengo está al servicio de los otros y que nada de lo que tengo lo llevaré conmigo. Pero si yo uso lo que el Señor me ha dado para el bien común, como administrador, esto me santifica, me hará santo».
(Homilía de S.S. Francisco del 19 de julio de 2015, en Santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofreceré un sacrificio al Señor por mis familiares difuntos.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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