Como parte del afecto que tenemos hacia otra persona, le deseamos, sinceramente, lo mejor.
Queremos que le vaya bien en sus estudios, en su trabajo, en su familia, en su noviazgo o matrimonio, en sus relaciones con Dios y con los demás.
Al desear lo mejor a otra persona, somos conscientes de las mil eventualidades que pueden herir una existencia y apartarla del bien y de la alegría.
Muchos peligros surgen desde las decisiones de uno mismo. La lista de posibles malos pasos parece no tener fin, y luego hay que pagar las consecuencias.
Pensemos, por ejemplo, en un joven que se entrega apasionadamente a un cariño que le destruye o que daña también a la otra persona.
O en un esposo o una esposa que enfrían su vida matrimonial y empiezan una «aventura amorosa» que luego genera tantos sufrimientos.
O en un hijo que «asciende» socialmente y poco a poco se aparta y avergüenza de sus padres porque tienen un origen humilde.
O en un jubilado con buena salud física y mental que orienta su vida hacia la avaricia, el egoísmo o la envidia.
Junto a los peligros que surgen desde dentro, otros muchos vienen de fuera y son parte de la misma vida humana.
Un accidente de carretera, una gripe especialmente agresiva, una crisis económica que provoca miles de despidos, una calumnia lanzada por quien suponíamos era un buen amigo.
Todo es tan frágil, tan contingente, tan efímero, que parece difícil alcanzar esa felicidad que anhelamos para nosotros mismos y para nuestros seres queridos.
A pesar de tantas amenazas e incertezas, deseamos lo mejor a muchas personas. Porque las queremos, porque buscamos su bien verdadero, porque nos gustaría ayudarlas a superar pruebas y a crecer en la vida bella.
Por eso, el deseo de lo mejor está unido a una plegaria sincera a Dios por esas personas. Porque Dios guía los corazones para apartarlos del pecado y para llevarlos a la conversión cuando han sucumbido a la maldad.
Porque Dios consuela en medio de las heridas que llegan de modo imprevisto o poco a poco, e invita a mirar al cielo y a descubrir una fuente de esperanza que nunca se acaba.
Hoy, como tantas otras veces, te deseo lo mejor. Que Dios siga a tu lado. Que tu corazón tenga fuerzas para decir no a las tentaciones y sí a las obras buenas. Que tus seres queridos encuentren en ti un verdadero apoyo y un ejemplo en los mil avatares de la existencia humana.
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