En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En este especial periodo de conversión ayúdame a transformar mi actitud para saber pedir perdón por mis caídas y, al mismo tiempo, para tomar un renovado aliento en todo lo que me pidas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15,47
Andaban buscando apresar a Jesús a traición y darle muerte
Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían: «No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse».
Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura
Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados: «¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres». Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó: «Déjenla, ¿por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho conmigo».
Le prometieron dinero a Judas Iscariote
Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero, él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo.
¿Dónde está la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: ‘¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él les dijo a dos de ellos: «Vayan a la cuidad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’. Él les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena». Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a entregar
Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando, les dijo:
«Yo les aseguro que uno de ustedes, me va a entregar: uno que está comiendo conmigo, me va a entregar». Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo?».
Él respondió: «Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a morir, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!».
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza
Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen: esto es mi cuerpo». Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo:
«Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres
Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo:
«Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero cuando resucite, iré por delante de ustedes a Galilea». Pedro replicó: «Aunque todos se escandalicen, yo no». Jesús le contestó: «Te aseguro que tú hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres». Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y los demás decían lo mismo.
Empezó a sentir terror y angustia
Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí mientras hago oración». Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: «Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando».
Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía: «Padre, tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».
Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: «Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu esta pronto, pero la carne es débil». De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué contestarle. Él les dijo: «Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor».
Deténganlo y llévenlo bien sujeto
Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, ése es. Deténganlo y llévenselo bien sujeto». Llegó, se acercó y le dijo: «Maestro», y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvaino la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: «¿Salieron ustedes a prenderme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estaba entre ustedes enseñando en el templo, y no me han apresado. Pero así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras». Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana y lo detuvieron; pero él soltó la sabana y se les escapó desnudo.
¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la lumbre, para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban.
Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los testimonios no concordaban. Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron: «Nosotros le hemos oído decir: ‘Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no, edificado por los hombres'». Pero ni aún en esto concordaba su testimonio. Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder a todas esas acusaciones?». Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». Jesús contestó: «Sí lo soy. Y un día verán como el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y como viene entre las nubes del cielo». El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando: «¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?». Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Adivina quién fue», y los criados también le daban de bofetadas.
No conozco a este hombre del que ustedes hablan
Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llegó una criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo: «Tú también andabas con Jesús Nazareno». Él lo negó, diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir». Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes: «Ése es uno de ellos». Pero él lo volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro: «Claro que eres uno de ellos, porque eres galileo». Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre del que hablan». Enseguida cantó un gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, tú me habrás negado tres», y rompió a llorar.
¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?
Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste le pregunto: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él respondió: «Si lo soy». Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le pregunto de nuevo: «¿No contestas nada? Mira de cuantas cosas te acusan». Jesús ya no le contesto nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado. Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en un motín. Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les dijo: «¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?». Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar: «¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?». Ellos gritaron: «¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «¡Crucifícalo!». Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.
Le pusieron una corona de espinas
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él, dirigiéndole este saludo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.
Llevaron a Jesús al Gólgota.
Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver que le tocaba a cada uno.
Fue contado entre los malhechores
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre los malhechores.
Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar
Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole: «¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían: «Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban.
Y dando un fuerte grito, Jesús expiró
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?» (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Miren, está llamando a Elías». Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: «Vamos a ver si viene Elías a bajarlo». Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan y guardan silencio unos instantes.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El oficial romano que estaba enfrente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: «De veras este hombre era Hijo de Dios».
Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor y de José) y Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas otras muchas que habían venido con él a Jerusalén.
José tapó con una piedra la entrada del sepulcro.
Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios. Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José se fijaron en dónde lo ponían.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En este Domingo de Ramos el Evangelio nos puede meter en los pensamientos de Dios. Veamos las circunstancias y con gran facilidad podemos darnos una idea de aquello que habrá estado pensando.
Entra como rey a la gran Jerusalén, en donde calles, plazas y casas traen a la memoria los sucesos que dentro de pocos días cambiarán la dignidad del hombre por el precio de la sangre de Dios.
Al ir entrando a la ciudad pudo ver a lo lejos un segundo piso de una casa que inmediatamente le habrá hecho pensar en aquella cena donde, con palabras que resonarían a lo largo de los siglos, decidirá acompañar a cada nueva generación, a cada familia unida o desunida, a cada alma abandonada en el amor. Habrá recordado este Jueves Santo en donde nos dejará el don de su propia persona.
Entra aclamado por las calles sobre un burrito y, viendo a todo aquel que le rodeaba, pudo haber pensado en los duros insultos de ese Viernes Santo… callado como manso cordero seguirá caminando debajo de una cruz que le recordará el peso de nuestros pecados.
Sigue avanzando y llega el momento en que ve levantarse el templo de Jerusalén; pudo haber visto en su imaginación la tarde en la que sería levantado sobre la cruz.
Este domingo, este Evangelio nos prepara para esta Semana Santa. Nos pone a dar un ágil vistazo sobre los sucesos que han cambiado el rumbo de la humanidad, han cambiado cada una de nuestras vidas y sostendrán todas nuestras esperanzas.
«Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén».
(Homilía de S.S. Francisco, 9 de abril de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Después de mucho contemplar, analizaré cómo he recibido a Jesús en mi vida para de ahí hacer un propósito sobre cómo voy a vivir la Semana Santa.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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