“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. (Mt.18,21-35)
Muchas veces tenemos la idea equivocada del perdón y lo tendemos a confundir con humillarse cuando la realidad es totalmente diferente y la persona que perdona realiza un acto de amor y valentía al grado máximo que alguien puede experimentar.
El perdón es algo tan grande y tan maravilloso que cura las heridas más profundas del alma y es el paso decisivo a vivir en plena libertad abriendo y dando paso al amor verdadero. Un corazón lleno de rencores y resentimientos es prisionero y no podrá vivir la verdadera paz interior.
El perdón debe ser un estilo de vida, una idea concebida profunda dentro de cada uno de nosotros, que permita que el corazón permanezca en un éxtasis de gozo, alegría, amor, paz y libertad, que permita una convivencia diaria con los demás y que nos lleve a buscar la perfección y alcanzar la salvación. “En la medida que perdones, serás perdonado”.
Perdonar no significa que estamos aprobando o siendo permisivos con el mal causado, ni es tampoco hacer creer que es justo lo que no es. Perdonar es no desear condenar ni hacerle daño a quien me ofendió, no es tomar justicia por mi propia cuenta, no señalar la falta del otro, ni mucho menos reducirlo haciendo un juicio implacable, sino es mirar a esa persona con amor, con esperanzas con la certeza que Dios podrá sanarla y hacerla una nueva persona, generando un verdadero cambio en su vida.
Quien no perdona, jamás podrá amar, porque su alma y su corazón no reconoce sus errores y vive culpando a otros de ellos, arrastra y encierra un pasado dañando las relaciones presentes, viviendo lleno de dolor, amargura y tristeza, sin permitir abrirse a un futuro gozoso y con un corazón limpio que le permita amar de verdad.
El verdadero perdón puede liberar y superar el pasado, viviendo un camino de amor, verdad, y justicia, librando del sufrimiento, renovando las relaciones y permitiendo nuevas oportunidades de reconciliación y restauración con las personas a quienes hemos ofendido.
“El perdón personalmente experimentado, otorgado y recibido, da testimonio de que en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado”. Para que el perdón sea liberador debe pasar por un proceso que inicia: verdad (reconocimiento), arrepentimiento (pesar por el daño causado), publicidad (solicitar el perdón al ofendido), como consecuencia, compromiso de no volver a ofender y reparación (restablecimiento de la situación anterior).(P.Javier Abad).
Si se inicia y se lleva a cabo este proceso, el corazón se libera y se abre al amor incondicional, gratuito y comprensivo con sentido de justicia y respeto a los demás. La solidez de una familia es la base para aprender a perdonar. (P.Javier Abad)
Quien no perdona se castiga a si mismo haciéndose esclavo de rencores y resentimientos que pueden llevar al pecado, aislando a la persona por no poder expresar libremente lo que le está carcomiendo por dentro y va matando el alma lentamente.
En la cruz, Cristo dijo al Padre, “perdónalos porque no saben lo que hacen”, por lo tanto la manera más eficaz para lograr liberar el alma es acudiendo a quienes hemos ofendido pidiendo perdón, perdonando y buscando el perdón de Dios a través de una buena confesión. Recibiendo el perdón y la misericordia de Dios podremos amar con libertad y lograr que se extienda a nuestro prójimo: esposa(o), hijos, hermanos, que a la vez nos lleve a encontrar el camino hacia la vida eterna junto al Padre.
Al perdonar estamos diciendo: “te amo, conozco tu corazón, sé que eres capaz de perdonar y amar, sé que no eres así y que eres un ser maravilloso que puedes ser feliz y hacer feliz a los demás”.
“La justicia con la verdad son presupuestos del perdón”. Juan Pablo II
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