En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Padre mío, enséñame a amar como Tú amas. Dame la gracia de tener un corazón como el tuyo; un corazón que sepa perdonar las ofensas de los otros, un corazón que aprenda a amar sin esperar nada a cambio, un corazón que se entregue sin límites a todos aquellos que necesitan hacer la experiencia de tu amor. Dios mío, hazme un instrumento de tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo; yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
1. Amar sin límites nos hace hijos de Dios.
El Evangelio es bastante claro: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Sólo amando de verdad podremos participar de manera activa en esta filiación. Sí, es una tarea que a primera vista parece bastante simple: Amar sin límites. Sin embargo, en la práctica, este amor se ve obstaculizado por nuestro egoísmo y nuestra soberbia. Es verdad que nos cuesta amar a aquellos que de algún modo nos han hecho daño, aquellos que nos han ofendido. No es fácil abrazar y sonreír a aquel que nos ha herido, tampoco es fácil volver a confiar en quien nos ha fallado.
Aun así, Dios nos enseña que sólo amando a éstos que nos han hecho algún mal podremos ser verdaderos hijos suyos. Dios mismo nos ha amado de este modo, Jesucristo murió en la cruz para redimirnos de nuestros pecados, pecados que habíamos cometido contra Él. Jesús mismo rogó al Padre que perdonara las ofensas de quienes le humillaban y atacaban, porque «ellos no sabían lo que hacían». Fue ese Amor divino el que nos redimió, un amor que no se fija en la ofensa cometida, sino en la persona arrepentida.
2. Los primeros pasos hacia la perfección.
«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»”. ¿Cuál es esta perfección de la que nos habla el Evangelio? El Señor nos da dos pautas a seguir y una actitud fundamental. Las dos pautas son: amar a nuestros enemigos y rezar por quienes nos persiguen. Para lograr esto es necesario tener una actitud de fondo, la de amar sin límites, sin hacer distinciones; ésta es la actitud de nuestro Padre, Él hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Nosotros estamos llamados a imitar esta actitud, y así poder amar del modo que Dios ama, con un amor perfecto.
«Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a un enfermo, dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana. De lo contrario, nos recuerda Jesús, si amamos a los que nos aman, hacemos como los paganos. Miremos nuestras manos, a menudo vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un don gratuito, sin nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor. Y pidámosle a él: «Señor, haz que descubra de nuevo la alegría de dar».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de enero de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré un Ave María por aquellas personas que me cuesta amar.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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