En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, quiero sentir tu presencia que me acompaña. Transforma mi corazón para que sea humilde como el tuyo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 12, 14-21
En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él curó a todos los enfermos y les mandó enérgicamente que no lo publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías:
Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi Espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones. No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea, hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra; y en él pondrán todas las naciones su esperanza.
Palabra de Dios.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Quién es ese hombre que cura a los enfermos? ¿Quién es ese hombre que resucita a los muertos? ¿Quién es ese hombre que cuando lo escuchamos nos llena el corazón? ¿Quién es ese hombre del que tanto hablaba san Juan Pablo II? ¿Quién es ese hombre por el que tantas personas entregan su vida entera? ¿Quién es ese hombre a quien tanta gente se encomienda antes de ir al trabajo o a la escuela? ¿Quién es ese hombre a quien las mamás piden por sus hijos? ¿Quién es ese hombre por el que san Maximiliano Kolbe vivió toda su vida? ¿Quién es ese hombre que ha inspirado a tantos pintores y poetas?
Sin duda, no es cualquier hombre. Es un hombre que nosotros no encontramos, porque Él nos encontró primero. Es un hombre tan poderoso que es capaz de hacerse pequeño y débil. Es Aquel que está en un pedazo de pan. Es Dios hecho hombre. Es Jesucristo. Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Pero ¿quién es ese hombre para cada uno de nosotros?
El Evangelio de hoy nos descubre algo nuevo de Él, es siervo. Sí, es un siervo obediente al Padre, humilde y sabe callar. Es un siervo que siempre responde con amor. Es un siervo que también llora y sufre. ¡Cuánto tenemos que aprender de este gran Hombre-Dios! Da la vida por su Padre celestial y por nosotros, sus hermanos de este mundo. En este momento de oración pediremos a Jesús que haga nuestro corazón semejante al suyo. Que sea Él (Cristo Siervo), quien viva en nosotros, sirviendo a los demás.
«La segunda actitud es la del servicio. La comunidad eucarística, participando en el destino de Jesús Siervo, se convierte en “servidora”: al comer el “cuerpo entregado” se transforma en un “cuerpo ofrecido por las multitudes”. Volviendo constantemente a la “habitación superior”, vientre que da a luz a la Iglesia, donde Jesús lavó los pies a sus discípulos, los cristianos sirven a la causa del Evangelio entrando en los lugares de la debilidad y de la cruz para compartir y sanar. Hay muchas situaciones en la Iglesia y en la sociedad sobre las que se debe derramar el bálsamo de la misericordia con las obras espirituales y corporales: son familias con dificultades, jóvenes y adultos sin trabajo, ancianos y enfermos solos, migrantes marcados por la fatiga y la violencia —y rechazados—, como también otros tipos de pobreza. En estos lugares de la humanidad herida, los cristianos celebran el memorial de la cruz y hacen vivo y presente el Evangelio del Siervo Jesús que se entregó por amor».
(Discurso de S.S. Francisco, 10 de noviembre de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy le pediré a Jesús Siervo que me ayude a encontrar oportunidades de servir a los demás.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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