Entré en crisis cuando comencé a ser de las ultimas solteras de mi generación, y en mi rango de edad escaseaban ya los solteros.
En esa época aún tenía una visión muy romántica del noviazgo. La veía hecha vida en mis amigas que simplemente se habían prendado y casado muy enamoradas de forma tal que su dicha parecía asegurada.
Lo cierto era que solo empezaban un camino de pruebas por las que su amor se habría de recuperar, sanar, edificar y preservar por la voluntad de amar.
En mi caso, finalmente me decidí por aceptar las pretensiones de un joven serio, formal pero poco agraciado físicamente y, para mí, con la personalidad de un príncipe azul descolorido.
Se me ocurrió aclararle que lo aceptaba como amigovio, es decir un amigo que podría ser mi novio. Lo hice tratando de ser honesta, pensando que no me enamoraría de él, y prefería quedarme para vestir santos antes que casarme sin amor.
Sucedió que mi amigovio desplegó ante mí un trato honesto y virtuoso, con la serena alegría de quien ha aprendido a descansar en sí mismo, sin depender de la opinión ajena, lo cual no era precisamente mi caso.
Reconocí entonces que mi desgarbado galán tenía un amable atractivo, por el que mi razón comenzaba a mover mi corazón.
Luego, a través del trato, fui comprendiendo que, a diferencia de mis amigas, mi amor no habría de ser espontáneo, es decir, con una cierta pasividad de mi parte, sino un amor reflexivo, ajardinado. Y entendí que verdaderamente se puede amar con el corazón lo que se conoce como un bien.
Conscientemente enamorada
Así, me casé conscientemente enamorada.
Han pasado los años, y por supuesto no todo ha sido miel sobre hojuelas, pero nos vamos consolidando en un amor conyugal cada vez más pleno y total.
¿Cómo explicar la experiencia de mi amor conyugal?
Ciertamente, lo normal es que a una persona la enamoren en forma espontánea. Sin embargo, superado el arrobamiento inicial, ese sentimiento debe ser razonado. Luego se dará la libertad de elección, que hará que finalmente aceptemos a esa persona o la rechacemos.
Y cuanta más libertad haya al aceptarlo, mayor capacidad de compromiso.
Dicho de otro modo, en la química del amor conyugal se mezclan sentimientos y reflexión, corazón y cabeza, para formar la voluntad de amar.
Solo así se forma el verdadero compromiso de amar, lo mismo con el viento a favor que a contrapelo, evitando expresiones que nacen de la frustración como: «me cegó el amor» o «pudo más el amor que la cabeza».
¿Qué es lo más importante en el amor?
Luego, en el amor conyugal: ¿Qué es lo más importante? ¿los sentimientos, la razón o la voluntad?
La respuesta es que los tres aspectos son importantes: sentir el amor, conocer lo que se ama y la determinación de ser el uno para el otro.
Un amor que mueve al sacrificio
Mas en la verdad del amor obras son amores, y cuando las obras del amor son arduas y costosas, entra en juego la voluntad de amar.
Se le llama amor de dilección, un amor en el que la inteligencia da a la voluntad los motivos para que se luche más allá de los sentimientos.
Un amor que mueve al sacrificio por el amado cuando es necesario, con independencia de las ganas que se tengan o del esfuerzo que cueste.
Un amor así permite a los cónyuges transitar por las noches oscuras de su convivencia amorosa, siendo conscientes de que lo más importante de su amor es, ante todo, compartir, lo mismo el gozo que el dolor.
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