6 de junio de 2011.-
Aquella persona estaba segura: el fin del mundo llegaría el día X del año Y. Hablaba con aplomo. Repetía, para probar sus afirmaciones, citas de libros sagrados, o aseguraba haber recibido el anuncio de esa fecha de boca de un ángel o incluso del mismo Dios.
Miles de seguidores le creyeron. Miles, millones de escépticos, desconfiaron. Llegó el día X. No pasó nada. ¿Entonces?
Aunque nos sorprenda, hay seguidores de profetas, de gurús, de líderes pseudoreligiosos, que mantienen intacta la lealtad a su “maestro” a pesar de los errores cometidos por éste en sus vaticinios.
Otros seguidores abren los ojos. Se sienten engañados. Rompen con el grupo religioso en el que habían creído. Unos iniciarán la búsqueda de nuevos caminos. Otros sentirán su corazón ahogado en ideas que les llevan hacia el escepticismo: pensarán que es mejor no creer en nadie para no ser nuevamente engañados.
Entre los que desconfiaban antes del fracaso surge un sentimiento de triunfo: tenían razón al haberse opuesto al falso profeta. Por lo mismo, también aumenta en ellos la seguridad de que sus convicciones eran verdaderas, de que estaban en la verdad.
Pero no siempre es así. Hay quien acierta en su crítica a una falsa profecía desde un presupuesto equivocado, quizá porque vive unido a otro profeta engañoso que se oponía al profeta fracasado. El triunfo de su propio maestro al haber avisado sobre el error de un vaticinio descabellado no implica automáticamente que el grupo al que uno pertenece defienda ideas y doctrinas verdaderas.
En el mundo de quienes no sólo rechazan las religiones, sino que afirman que Dios no existe, el fracaso de la profecía sirve como un refuerzo hacia la propia manera de pensar. Pero como en el caso anterior (el de los sectarios enemigos de una falsa profecía), el incumplimiento de la catástrofe anunciada no demuestra mínimamente que Dios no existe.
Lo ocurrido, por lo tanto, no debe ser motivo para conclusiones excesivas. Después del día X podemos estar seguros de que lo dicho sobre el inminente fin del mundo por un líder más o menos inteligente, más o menos fanático, era algo simplemente falso.
¿Podemos, entonces, ir más allá de esa conclusión? Muchos lo hacen, pero hacerlo bien o hacerlo mal, razonar con la cabeza o dejarse llevar por sentimientos o emociones engañosas, depende de cómo usemos la lógica y de qué presupuestos empleemos.
Si pensamos bien, si rompemos con prejuicios engañosos, podremos alcanzar buenas conclusiones y vivir con más cautela, para no caer en las redes de embaucadores que anuncian profecías falsas, y para no dejarse arrastrar por ideólogos que buscan cualquier ocasión para llevar agua a su molino.
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