Los Apóstoles y los primeros discípulos de Cristo al ir fundando comunidades cristianas fueron adaptando elementos de las culturas donde iban evangelizando. Ejemplo de esto son los Ritos Litúrgicos (o sea la forma particular y propia como celebramos la Eucaristía y todos los actos litúrgicos). Si vamos a la India (Rito Sirio Malabancar & Rito Sirio Malabar) y a Egipto (Rito Cóptico) varemos que celebran la Eucaristía de formas distintas.
Inclinar la rodilla
La genuflexión es un gesto por medio del cual los fieles cristianos adoran a Jesucristo presente en las especies eucarísticas (el pan y el vino consagrados). En la iglesia latina, este gesto consiste en flectar o doblar brevemente la rodilla derecha hasta el suelo, con el torso erguido, al pasar por frente del sagrario cuando el Santísimo Sacramento está reservado, o al entrar a una iglesia si el sagrario es inmediatamente visible.
Adicionalmente, en las acciones litúrgicas como el rezo de Vísperas, la genuflexión se hace también ante el Crucifijo. “Al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:«Jesucristo es el Señor»” (Fil. 2, 10-11). “Porque está escrito: Juro que toda rodilla se doblará ante mí y toda lengua dará gloria a Dios, dice el Señor. Por lo tanto, cada uno de nosotros tendrá que rendir cuenta de sí mismo a Dios” (Rm. 14, 11).
Miércoles de Ceniza: el inicio de la Cuaresma
La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo. Las palabras que se usan para la imposición de cenizas son: “recuerda que polvo eres y al polvo has de volver»; “arrepiéntete y cree en el Evangelio”; y “concédenos, Señor, el perdón y haznos pasar del pecado a la gracia y de la muerte a la vida”.
Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un «hábito penitencial». Esto representaba su voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
También, fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.
La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.
Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios. La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.
El saludo de la paz
El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles «imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan» (IGMR 56b). Hay que recordar que se trata de la paz de Cristo. «Mi paz os dejo, mi paz os doy». El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.
Es un gesto de fraternidad cristiana y eucarística. Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión. Porque para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.
Amén
La palabra «amén» significa «que así sea», esto implica un compromiso serio, y un compromiso bien serio. El Padre Nuestro es la oración perfecta por excelencia porque tiene 7 peticiones. El número 7 es sinónimo de plenitud y perfección en la Biblia. Cada vez que rezamos en el «Padre Nuestro» (o cualquier otra oración) y termínanos con la palabra amén le estamos pidiendo a Dios que lo que dice e implica esa oración se haga realidad en cada aspecto de nuestra vida.
La palabra «amén» la encontramos por primera vez en el Primer Libro de las Crónicas. «¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Díganle: ‘¡Sálvanos, Dios de nuestra salvación! Congréganos y líbranos de las naciones, para que demos gracias a tu santo Nombre y nos gloriemos en tu alabanza’. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre y para siempre!”. Y todo el pueblo respondió: “¡Amén!”. “¡Alabanza al Señor!” (1Cron. 16, 34-36).
Velas encendidas
Cristo, es la luz verdadera del mundo y de nuestras vida. Esa es la luz inagotable que nos da el calor de su gracia divina. ¿Cuál es el simbolismo de la luz en la liturgia? En la Biblia es a Dios a quien radicalmente se aplica el lenguaje relativo a la luz. Dios «habita en una luz inaccesible» (1 Tim 6,16), «Dios es Luz, en El no hay tiniebla alguna» (1 Jn. 1,5). O, como dice inspiradamente el Salmista, «Dios mío, qué grande eres, vestido de
esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto» (Salmo 104,2).
¿Cómo expresar lo que es Dios—verdad, vida, amor—si no es recurriendo a este simbolismo tan profundo y sencillo a la vez, sutil y expresivo, de la luz? No es nada extraño que las Plegarias Eucarísticas, como la 4a. del Misal, alaben a Dios afirmando de Él que es «Luz sobre toda luz» y que creó todas las cosas «para alegrar su multitud con la claridad de tu gloria».
Pero cuando hablamos de la luz en liturgia, o cuando la hacemos entrar en el juego de los símbolos, es a Cristo sobre todo a quien nos referimos. Es una de las imágenes preferidas en el Evangelio: «la Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn. 1,9): pero el mundo no le recibió y prefirió la tiniebla; «yo soy la Luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8,12): palabras que proclamó Jesús precisamente en la fiesta de las Tiendas, la fiesta de las luces en el Templo de Jerusalén. Ya el anciano Simeón, en la Presentación de Jesús, había pronunciado las proféticas palabras: «Luz para iluminar a las naciones» (Lc. 2,32).
Si la primera página de la Biblia (Gen 1,3) se abría con la luz creada
por Dios, como comienzo de toda vida, la última (Ap. 21,23ss) nos dirá que la nueva Ciudad, la Jerusalén del cielo, no necesitará ya de la luz del sol ni de la luna, «porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero… allí no habrá noche». No es extraño que la celebración litúrgica cristiana, en su «gramática simbólica», acepte este filón de la luz para sus fiestas de Navidad y de Pascua, principalmente. O que el Credo afirme que Cristo es «Luz de Luz»…
Colores litúrgicos
En los varios períodos del año litúrgico los cristianos oran con sentimientos diversos evocadas también por los colores de las vestiduras litúrgicas. El blanco se usa en tiempo pascual, tiempo de navidad, fiestas del Señor, de la Virgen, de los ángeles, y de los santos no mártires. Es el color del gozo pascual, de la luz y de la vida. El rojo se usa el Domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés, fiesta de los apóstoles y santos mártires. Significa el don del Espíritu Santo que nos hace capaces de testimoniar la propia fe aún hasta derramar la sangre en el martirio. El verde se usa en el tiempo ordinario (período que va desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y de Pentecostés a Adviento). Expresa la juventud de la Iglesia, el resurgir de una vida nueva. El morado nos indica la esperanza, el ansia de encontrar a Jesús, el espíritu de penitencia; por eso se usa en adviento, cuaresma y liturgia de difuntos.
¿Por qué llamamos “padre” al sacerdote?
Acaso no lo prohibió Jesús en Mateo 23, 8-10… “Ustedes, no se dejen llamar Maestro, porque no tienen más que un Maestro, y todos ustedes son hermanos. No llamen Padre a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, el que está en el Cielo. Tampoco se dejen ustedes llamar Guía, porque ustedes no tienen más Guía que Cristo.”
Para interpretar la Biblia correctamente hay que tener en cuenta varios factores: (hay que leer los versículos con su contexto…) Si se leen los versículos a continuación (11 & 12) se puede ver que el propósito de Jesús es enseñarnos que no debemos presumir y no creernos superiores por ser padres, maestros, catequistas, o líderes en algún ministerio de la Iglesia. “El más grande entre ustedes se hará el servidor de todos. Porque el que se pone por encima, será humillado, y el que se rebaja, será puesto en alto” (Mateo 23, 11-12).
Hay que interpretar a la luz de la Biblia completa. San Pedro, San Pablo y San Juan se identifican así mismo como padres espirituales. San Pedro llama al Evangelista Marcos “hijo”: “La Iglesia de Babilonia, que ha sido elegida como ustedes, los saluda, lo mismo que mi hijo Marcos. Salúdense los unos a los otros con un beso de amor fraternal. Que descienda la paz sobre todos ustedes, los que están unidos a Cristo” (1Pe 5, 13).
De igual forma San Pablo se considera padre espiritual. “Porque, aunque tengan diez mil preceptores en Cristo, no tienen muchos padres: soy yo el que los ha engendrado en Cristo Jesús, mediante la predicación de la Buena Noticia. Les ruego, por lo tanto, que sigan mi ejemplo. Por esta misma razón les envié a Timoteo, mi hijo muy querido y fiel en el Señor; él les recordará mis normas de conducta, que son las de Cristo, y que yo enseño siempre en todas las Iglesias” (1Cor. 4, 15-17).
San Juan no se cansa de llamar a los bautizados de las comunidades cristianas. “Hijos, les escribo porque sus pecados han sido perdonados por el nombre de Jesús. Padres, les escribo porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les escribo porque ustedes han vencido al Maligno. Hijos, les he escrito porque ustedes conocen al Padre. Padres, les he escrito porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno” (1Jn. 2, 12-14).
Hay que entender la Palabra de Dios (Biblia) con la ayuda de la Tradición Apostólica. Las Fuentes de la Revelación Divina (Palabra de Dios) son la Tradición Apostólica (Palabra Hablada y Pregonada) y la Biblia (Palabra Escrita). “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían” (Jn. 21, 25). Como ejemplo podemos utilizar el relato de la Verónica del Vía Crucis (sexta estación) es parte de la Tradición Oral de la Iglesia y no está en la Biblia.
Bautismo de niños:
Cuando nos pregunten, ¿Dónde en la Biblia dice que bauticen a los niños? Podríamos muy bien responder con otra pregunta: ¿Dónde en la Biblia dice que solo se bauticen a los adultos?
El Bautismo como sacramento (o sea signo sensible) es un don para la salvación, incluso para los niños. Entre los primeros cristianos ya era común el bautismo de niños. “Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: «Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa»; y nos obligó a hacerlo” (Hch. 16, 14-15). Para poder entender esto hay que tener bien claro cuál era el orden social de la época. El mismo tenía el siguiente orden; hombre, mujer, hijos, esclavos y animales. Cuando se bautizaba a toda la familia incluía a los esclavos y por consecuencia lógica a los niños.
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