Para nosotros los cristianos, la salvación es nuestra meta y para ello debemos trabajar durante toda nuestra vida terrenal. Y aunque es un misterio, lo certero es que habrán condenados y elegidos.
“Así será en la consumación de los siglos; saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos. Y los meterán en el horno de fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mateo 13, 49-50).
La lucha para lograr alcanzar el Reino de los Cielo supone el desprendimiento de lo material, una renuncia a todo lo que nos ofrece el mundo y a una purificación gradual de nuestras almas. Implica reconocer en Dios su misericordia y amor, y en Cristo, el camino, la verdad y la vida; son condiciones necesarias y completamente logrables si tenemos la voluntad de hacerlo.
Cuando hemos escuchado que la “salvación es un don de Dios”, nos tendemos a preocupar, pues no sabemos si hemos sido elegidos por Él y si gozamos de este Don o no. O más aún, justificamos a quienes no creen, pues suponemos que Dios no ha fijado su mirada en ellos y por tanto se les ha reservado este Don.
“Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2, 8-9)
Sin embargo, ya con existir, nuestro Padre nos ha elegido. Por lo tanto hermanos… todos ya hemos sido elegidos. Esta es la buena noticia, pero no es suficiente; es necesario tener la voluntad de salvarse. El Señor nos llama, pero nosotros al gozar de libre albedrío, podemos seguirle o no. Es decir, si nosotros queremos tener una vida de Fe, debemos pedirle al Padre que nos otorgue tal privilegio, y tener nuestro corazón dispuesto para Él, abandonando nuestros propios intereses para hacer su voluntad.
“pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad.” (Filipenses 2,13)
La voluntad de Dios es que todos logremos la salvación y que gocemos de su Santo Reino. El querer y el hacer no se trata de nuestro propio esfuerzo, sino de hacernos humildes para dejar que Dios obre en nosotros conforme a sus designios.
Si pensamos en la eterna misericordia de Dios, que se sensibiliza frente a nuestras variadas peticiones, ¡Cuánto más podría concedernos, si lo que le pedimos es fe y salvación! Tengamos la seguridad de que seremos escuchados ante tal petición.
“La Salvación es siempre un Don gratuito de Dios” (Papa Francisco)
Entonces, ¿quiénes serán condenados? Los que tienen la capacidad de creer en Dios.
“El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.” (Juan 3,18)
Somos seres débiles y con inclinación al pecado y quien mejor que nuestro Padre para saberlo. Por ello es que Él está siempre dispuesto a ayudarnos. Simplemente debemos reconocer que solos no podemos, pero con Cristo sí; que solos nos perderemos, pero con la ayuda de Dios volveremos siempre al sendero correcto; que caminamos en penumbra, pero el Espíritu Santo estará ahí para iluminarnos.
Pedir también la intercesión de nuestra Madre, la Virgen María, pues ella está dispuesta a acompañarnos siempre y a alentarnos para seguir en un caminar seguro hacia la casa del Padre.
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