En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Dios mío, enséñame a amarte como Tú me amas.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?”. Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”. Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”. Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tuve la dicha de nacer en una familia católica. Desde niño, gracias a mis padres, conocí a Jesús. Estaba con Él en la misa, estaba con Él en mi colegio, estaba con Él en mi casa. Era afortunado y no lo sabía, porque luego, con el tiempo, busqué las treinta monedas de plata.
Judas Iscariote estaba todo el tiempo acompañando a Jesús, era su apóstol, conocía su horario, conocía qué comía, conocía qué lo hacía reír, pero Judas solo lo acompañaba, solamente estaba en el lugar donde estaba Jesús, Judas nunca estuvo con Cristo. Yo era ese Judas, conocía las repuestas de la misa, sabía qué era la confesión, conocía lo que muchos buenos católicos conocen, pero no estaba con la Persona que me salía al encuentro en cada momento, no estaba realmente con Jesús. Por eso, cuando vi las treinta monedas de plata me fue fácil tomarlas; el pecado no causaba nada en mí porque desde siempre estuve conmigo y no con Él. Fue fácil dejar de creer en Jesús, fue fácil ser un Judas Iscariote.
Pero es el Señor el que tiene la última palabra. Jesús me invitó hace más de diez años a celebrar la Pascua con Él, incluso con mis treinta monedas en el bolsillo. En la Pascua reconocí al Señor, reconocí su amor, vi la fortuna que cambié solo por treinta monedas de plata.
En aquella cena reconocí su amor y quise amar, pero aún tenía mis monedas. No sabía qué hacer, tenía mis monedas, pero prefería a Jesús, quería estar con Él, pero ya todo está acordado, tenía que entregarlo, ¿era tarde para mí? Pero en ese momento Jesús me miró y me dijo que yo, Judas Iscariote, lo iba a entregar. En ese momento mi corazón se destruyó, el dolor tocó mi alma, ya no quería las treinta monedas, solamente quería a Jesús. Pero ¿entonces qué es lo que quiere Jesús? En ese momento recordé que, ante todo, Él desea pasar la Pascua conmigo. Lo que me diferencia a mí, Judas Iscariote, del otro Judas Iscariote es que, al reconocer a Dios, me quedé con Él.
Sé por experiencia que es difícil dejar las treinta monedas de plata, pero también sé que es fácil dejarse amar por Jesús. No niego que algunas veces me convierto en el Judas que fui, pero Jesús siempre me invita a cenar con Él, a pasar la Pascua juntos. ¿Tú qué esperas para pasar la Pascua con Cristo? Tira todas las monedas y quédate con Él en esta Semana Santa; nunca es tarde para el Sagrado Corazón, nunca es tarde para que Judas se convierta.
«Este es el tema de los propios errores que hay que afrontar, difícil pero vital. Pensemos en el llanto de San Pedro, que le llevará a un amor nuevo y mucho más verdadero: es un llanto que purifica, que renueva. Pedro miró a Jesús y lloró: su corazón se renovó. A diferencia de Judas, que no aceptó que se había equivocado y, pobrecillo, se suicidó. Entender el pecado es un regalo de Dios, es una obra del Espíritu Santo. Nosotros, solos, no podemos entender el pecado. Es una gracia que tenemos que pedir. Señor, hazme entender que mal que he hecho o que puedo hacer. Es un don muy grande y después de haberlo entendido, viene el llanto del arrepentimiento».
(Audiencia SS Francisco, 12 de febrero de 2020).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ver en mi interior con qué sentido voy a vivir estos días santos y analizaré cuántas monedas conservo en el bolsillo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
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