No hay nada más bello en una relación de pareja que verlos darse un beso. Un beso puede ser algo muy sencillo, muy tranquilo, pero que evidentemente manifiesta el amor. Cuando hay besos, hay posibilidad de que exista amor; y cuando no los hay, al menos lo cuestionamos, tanto así, que hay una famosa canción que dice: “que le hace falta un beso y que le dio una rosa”.
Un beso, una rosa, son símbolos del amor, son signos del amor hacia la esposa, hacia la novia, que evidentemente no se reduce a eso, porque también Judas le dio un beso a Jesús, y eso no significaba mucho amor, porque fue el beso de la entrega. Y también sabemos que hay gente que usa las rosas tan sólo para entregar espinas a los demás, y no son signo del amor.
Sin embargo, cuando se acompañan del verdadero amor, estos pequeños símbolos siempre están presentes, un beso, una flor, una caricia.
Lo mismo sucede con el infinito amor de Dios que nos tiene a nosotros. Los sacramentos son ese beso, son esa rosa; son de alguna manera un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en una mediación en la vida sobrenatural, cómo Dios aprovecha lo que tenemos en esta tierra para a través de ello entregarnos su amor. Y de ahí que, a través de un pan, que es lo más común para todos, que es alimento básico de casi toda la humanidad, que los mismos pobres van buscando «denme un poco para un pan», a través de algo tan común Dios nos da lo más grande. El pan nutre y también el sacramento lo hace pero en la vida sobrenatural; el pan hace entrar en comunión y también la comunión lo hace pero a través de la vida sobrenatural.
Así, los sacramentos se convierten en un signo y un símbolo visible del amor infinito de Dios. A través del culto somos invitados a abrazar el mundo, pero desde un nivel distinto, a través de una rosa eres llamada a atender el amor de una perspectiva diferente porque incluso la presumes a los demás; y dentro de los signos que son los sacramentos para el cristiano, la eucaristía es de por sí -diría el Papa Francisco- un acto de amor cósmico, aquello más grande y a través del cual se recibe la inmensa gracia de Dios, ese cariño tan extraordinario.
Cómo Dios siendo tan grande se hace en un pequeño pan para darnos su presencia, y cuántos de nosotros no hemos gozado un amor que hasta puede llamarse pleno, radical, al comulgar ese cuerpo y esa sangre de Dios, porque a través de ellos Dios nos habla. De ahí que participar en la misa de los domingos tiene una importancia especial, porque de nuevo eso se convierte en un símbolo y un signo, así como lo era para los judíos el día de la sanación de las relaciones con Dios, también para nosotros lo es el domingo, es el día simbólico que utilizamos para referirnos al amor infinito de Dios.
Sigamos disfrutando de esta hermosa dinámica de amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, dejémonos tocar por Él para que empapados, embargados del infinito amor de Dios, podamos transmitirlo a los demás, aprovechando esos signos, esos símbolos que son sus sacramentos.
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