Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
Jesús vivió muchos años en Nazaret hasta el comienzo de su vida pública. Sus relaciones familiares no se reducían a María y José, sino que se extendían a los parientes de ambos. El sistema familiar entonces existente era muy amplio, se aproximaba al sistema de tribus; de hecho cuando se manda el censo deben acudir a la ciudad de David. Cuentan mucho las raíces tribales de cada uno, en este caso la de Judá, que es de donde provenía David diez siglos antes. En la práctica los lazos entre los familares más próximos era muy estrechos, hasta en el lenguaje se llama hermanos a los que nosotros llamamos primos y parientes.
Cuando Jesús se manifiesta en Nazaret como Mesías la sorpresa entre sus convecinos y parientes fue grande, puesto que no habían notado nada extraño o extraordinario en él. Sus familiares tuvieron que tomar posición ante Jesús como Mesías; es muy posible que entre ellos se diese una división parecida a la que se dio entre los demás nazarenos.
Jesús ya tenía fama en toda Galilea y enseñaba en las sinagogas de toda la región, había comenzado a hacer milagros, el Bautista había dado testimonio público de él, cuando por fín llega a Nazaret y en la sinagoga se manifiesta como el Mesías: Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó a leer. Entonces le entregaron el libro del Profeta Isaías, y abriendo el libro encontró el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos los ojos en él. (Lc 4,16-20)
Podemos imaginar el silencio, la atención y el pensamiento de los que estaban allí. Los más mayores le habían visto durante treinta años como uno más junto a sus hijos, nada extraordinario había hecho, ni siquiera había asistido a las escuelas rabínicas más importantes, era un artesano como los demás, era el hijo de José, que había muerto hacia poco tiempo, su madre estaba viviendo en el pueblo. Sus parientes tendrían si cabe una sorpresa mayor que los demás, porque le conocían más. Sabían lo bueno que era, pero nunca les había manifestado nada respecto a su mesianidad, ni siquiera tendencias proféticas, era normal como ellos. Entonces Jesús empieza a hablar y sus palabras les llenaron de estupor, pues dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir (Lc 4,21). La conmoción debió ser grande, pues se declaraba el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías anunciado por los profetas.
La sorpresa de los presentes la narran los evangelistas con expresiones contrarias. De entrada nos dicen que todos daban testimonio en favor de él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca (Lc 4,22) o que quedaron llenos de admiración (Mt 13,54; Mc 6,2). Pero enseguida aparecen reacciones opuestas, sus familiares piensan que le conocen y no entienden de donde le venía aquel modo sabio de hablar: ¿De dónde le viene a éste esta sabiduría y los milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus parientes Santiago, José, Simón y Judas? Y sus parientes no están todas entre nosotros? Pues ¿de dónde le viene ésto? (Mt 13.54-57; Mc 6,2-3)
Lo más lógico es que, si no encontraban una explicación natural a su sabiduría ni a sus milagros, existiese una explicación sobrenatural; pero no les resulta fácil creer que uno de los suyos fuese el Mesías. Y se dividieron entre ellos. La mayoría se escandalizaba de él, otros le pedían milagros con incredulidad. Algunos como Santiago y Judas Tadeo creyeron en él y se contarán entre sus Apóstoles, también su madre cree y estará con las santas mujeres al pie de la cruz. Pero la mayoría se enfureció contra Jesús lo arrojaron de la ciudad, y lo llevaron a la cumbre de la montaña sobre la que estaba edificada para despeñarle. Pero él pasando por medio de ellos, seguía su camino (Lc 4,28-30). Marcos escribe que antes no podía hacer allí ningún milagro, sino que impuso las manos a unos pocos enfermos y los curó.
Jesús se maravillaba de su incredulidad. Una frase del Señor la refleja y ha pasado a ser una sentencia de valor universal: Un profeta sólo es menospreciado en su patria, entre sus parientes y familia (Mc 6,4; Mt 13,57; Lc 4,24).
La escena de Nazaret es fuerte. Los amigos del Señor, la mayoría de los que han convivido con él y sus parientes no le comprenden, e incluso le expulsan de la ciudad hasta el punto de que algunos exaltados quieren matarle. Es un preludio del rechazo que recibirá en Jerusalén y su muerte en la Cruz. La conducta de los nazarenos manifiesta algo común a todo hombre: resulta difícil superar los esquemas humanos acostumbrados. Los nazarenos y los parientes de Jesús no se sienten con fuerzas para dar el salto de fe necesario para creer que uno de ellos es el Mesías. Es lógico que en el Corazón de Jesús se dé un dolor no pequeño al ver tan poco amor en aquellos a los que quiere de una manera especial. María Santísima también sufriría de un modo intenso; Ella tuvo que permanecer allí cuando se marcha Jesús y recibiría las recriminaciones de los que no entienden a su Hijo: «¿Cómo dejas hacer ésto a tu hijo?», o «dile que se deje de delirios y mándale que vuelva a la vida normal». Es muy posible también que muchos pensasen que se les podía complicar la vida pues era previsible la oposición de los fariseos y de los importantes de Israel.
Más adelante al verle entregarse sin reserva a la gente que acudía a él de todas partes dirán que está loco, así lo cuenta Marcos: Entonces llega a casa; y se vuelve a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni siquiera comer. Al enterarse sus parientes fueron a llevárselo, porque decían que había perdido el juicio (Mt 3,20). Curiosa manera de entender el amor y la generosidad, que revela su cortedad de miras y, sobre todo, su falta de fe en Jesús. No les bastaban sus palabras llenas de sabiduría, ni lo que decían los profetas, ni tan siquiera los milagros abundantes de la primera época; nada les remueve y permanecen en su incredulidad y en su testarudez.
En otra ocasión la presencia de sus parientes y su misma madre permite a Jesús dar doctrina sobre los lazos familares y los de la fe.
Ocurrió así:Vinieron su madre y sus parientes; se quedaron fuera y le enviaron un recado para avisarle. Estaba la gente sentada alrededor de él y le dijeron: «Tu madre y tus parientes están fuera y te buscan: Y les respondió: ¿Quién es mi madre y mis parientes? Y, dirigiendo una mirada a los que estaban sentados alrededor de él dijo: He aquí mi madre y a mis parientes. El que hace la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3,31-35; Mt 12.46-50; Lc 8, 19-21). Dios es lo primero en todo, hasta tal punto que antecede incluso al amor familiar, la fe es un vínculo más fuerte que el de la sangre pues une con Dios. Esto no quiere decir que los víncu los familiares pierdan importancia sino que se refuerzan, pues el amor natural es elevado y se hace más puro, más entero y más desinteresado, es un amor mejor como veíamos en otra meditación.
Pero volvamos al caso de los parientes del Señor. Su dificultad para creer, e incluso su oposición, es un aviso para superar esquemas mentales demasiado estrechos y una llamada para estar abiertos a los planes divinos. Su actitud permite mirar a los demás con una cierta capacidad de asombro: ¡quizá estoy conviviendo con un gran santo!, así se evitan incomprensiones o envidias ocultas que lleven a cortar las alas a amigos o parientes que tienen ambiciones de cosas grandes.
Pero la sentencia del Señor es válida para todos los tiempos y conviene no olvidarla. Se ha consagrado como sentencia popular al decir: Nadie es profeta en su tierra.. Es frecuente que con el paso del tiempo se valoren los profetas o santos antes rechazados, incluso los mismos parientes que no les comprendieron se alegren de la entrega y la generosidad de aquellos que al principio no entendían. Ironías de la vida…. Aquí es bueno avisar a los que quieren ser santos para que no se extrañen de la incomprensión de sus seres queridos; a los demás es bueno pedirles que amplíen su horizonte mental.
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