La vid y los sarmientos
Cambian de lugar, recogen las cosas, pero Jesús sigue la enseñanza en la bellísima alegoría de la vid y lo sarmientos. «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos»(Jn).
Vida divina que llega a través de Jesús. Poda, cuidados, unión, y llegan los frutos abundantes. La gloria del Padre es hacer llegar esa vida a los hombres y elevarlos a su vivir divino con una unión que se realiza por la fe en Jesús y la acción de la gracia santificante. Todos los esfuerzos para alcanzar la perfección sin Él están destinados al fracaso. El que se separa caerá en el fuego. Sin Cristo no se puede nada, y todo es nada, fracaso y decepción. Pero con Él se puede llegar a la cumbre de lo humano, traspasar ese límite y vivir en la luz y el amor, y para siempre. Más no se puede pedir.
La ley del amor
¿Qué hacer para poder estar unido con Dios y con Jesús? Vivir de amor. «Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado»(Jn). La clave del mandamiento del amor es «como yo os he amado»
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos»(Jn). Por amor se pueden hacer regalos, se pueden hacer esfuerzos y sacrificios, se pueden prodigar los beneficios sobre la persona amada. Pero siempre queda aún algo: dar la vida. La muerte se muestra aquí como testigo mudo de ese amor más fuerte. De un amor que no se detiene ante nada, ni ante nadie.
«Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn). Ese amor de amigo de Jesús por los suyos, esa elevación de siervos a amigos, poniéndoles en un nivel más alto que el que les corresponde, es una revelación del amor del Padre. Toda la Redención es un querer del Padre.
Ese amor lleva a la elección como íntimos y colaboradores. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros»(Jn). Sembradores de amor en el mundo. Sembradores de libertad, de eternidad en el tiempo, de vida divina, de alegría contagiosa. Y los frutos no pasan.
El odio del mundo a los discípulos
«Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de pecado» (Jn). Hay mucha ignorancia en la mayor parte de los pecados, ignorancia y debilidad; pero no es infrecuente la lucidez; y ésta será combativa, adoptará formas distintas en cada época, deben contar con ello, no pueden ser ingenuos.
«El que me odia a mí, también odia a mi Padre. Si no hubiera hecho ante ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; sin embargo, ahora las han visto y me han odiado a mí, y también a mi Padre. Pero había de cumplirse la palabra que estaba escrita en su Ley: Me odiaron sin motivo»(Jn). El único motivo es el mal que anida en los corazones pervertidos.
«Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo»(Jn). El mal y la persecución no quedarán impunes, aunque en ocasiones lo parezca, existen testigos ante Dios que como Juez dará a cada uno según sus obras y sus oportunidades.
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