Su nombre es Susy y no sólo va a clases por la mañana sino que tiene toda la tarde llena de actividades. Al terminar de comer, hace las tareas. A las tres de la tarde, llega el maestro Filippo, un italiano muy simpático que le enseña a tocar el órgano. Pero la fiesta no dura mucho, porque a las cuatro y media inicia el entrenamiento con el equipo de voleibol de su escuela; dos lindas horas entre estiramientos, ensayos de saque, clavadas, recepciones y pases estratégicos… A continuación, cuando ya está agotada, viene a recogerla Francisco, el chofer, para llevarla a su aburrida clase de inglés, pues Susy no necesita esa clase, porque su colegio es bilingüe y ella habla el inglés con fluidez. Pero sus padres quieren que esté ocupada. A las ocho de la noche parece que se acaba la faena. Sólo queda cenar y entretenerse un rato en el Facebook con sus amigas, y eso que apenas es lunes. Los miércoles y los viernes sigue el mismo horario. Los martes y jueves el deporte es tenis, una clase de pintura y otra de actuación. Susy ya es una chica muy ocupada, con sólo quince años.
Los padres buscan que sus hijos tengan la mejor formación y está bien que queramos formarlos de la mejor manera como le sucedió a los padres de Susy, pero podemos correr el riesgo de saturar a los hijos con un montón de actividades “recreativas” y “complementarias”, en tan gran cantidad, que terminan siendo estresantes. A veces sólo los vemos en la comida y en la cena. Quizá la culpa no sea de ellos, sino tal vez nuestra por llenarlos de actividades. Les queremos dar más y más formación, pero a veces una hora hablando en la intimidad del hogar instruye mucho más que cientos de unidades extracurriculares. Es verdad que una hora de conversación es más difícil, porque nosotros estamos también “muy ocupados”; pero vale la pena.
El problema se encuentra en esa concepción de que todos debemos estar “muy ocupados”. Pero estar ocupado no es, automáticamente, ser bueno. No valemos porque nuestra agenda esté repleta de actividades y pendientes, sino por lo que llevamos por dentro.
Necesitamos distinguir entre lo básico y lo superfluo, si no queremos formar personas agobiados por el trabajo, gente “muy ocupada”, inaccesibles… incluso quizá egoístas. Lo básico, sin duda, es el amor familiar, la comunicación con los hijos, y esta asignatura sólo la pueden impartir los padres. Para todo lo demás están los profesores, los libros y las actividades complementarias, que, con moderación, son sumamente saludables. Las horas pasadas en la familia son las más importantes en la formación de los hijos, pues es en el entorno familiar en donde damos lo mejor de nosotros mismos. Sigue siendo importante detenerse a analizar cómo distribuimos el tiempo y a qué debemos darle más importancia.
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