Para que la obediencia sea realmente una virtud, debe apoyarse en el reconocimiento de una autoridad. Lo que mandemos a los niños debe ser poco y concreto, pero debe cumplirse, ya que si creemos que el niño no va a ser capaz, mejor no pedírselo. Obedecer a última hora, con mala cara y después de repetirle la orden no es obedecer, sino doblegarse.
Entre los 6 y los 12 años tenemos que esforzarnos en enseñar a nuestro pequeño a obedecer de forma inteligente, y no por miedo a la amenaza de un enfado nuestro. Sin intención de encontrar culpables, debemos tener en cuenta que entre las claves de la desobediencia infantil, el papel que jugamos los padres es fundamental y conviene reflexionar sobre la manera en que estamos enseñando a obedecer a los niños
¿Por qué no obedecen los niños?
En ocasiones, la causa principal de la desobediencia del niño es que los padres no les mandamos correctamente. Los fallos que cometemos los adultos en el ejercicio de la autoridad suelen ser bastante usuales y suelen responder a causas tan variadas como lógicas.
1. Órdenes claras. Debemos cuestionarnos si nuestras órdenes responden a una lógica o si, por el contrario, no logran más que confundir a nuestro hijo: ayer le exigimos que se terminase las lentejas y hoy, en cambio, le permitimos no acabarse el filete porque tenemos prisa.
También, debemos tener en cuenta, con sinceridad, si mamá y papá suelen coincidir en lo que le piden al niño. Quizá sea bueno que intentemos llegar a un acuerdo entre nosotros, pues es realmente importante que los puntos de exigencia educativos en casa sean siempre los mismos. Solo así evitaremos confundir al niño con órdenes opuestas.
2. Autoridad y voluntad. La obediencia no es la anulación de la personalidad, ni el sometimiento ciego de la voluntad. Para que la obediencia sea realmente virtud, debe apoyarse en el reconocimiento de una autoridad.
Por lo tanto, para lograr que nuestro hijo nos obedezca «bien», en primer lugar tendremos que conseguir que reconozca nuestra autoridad, que debe ir acompañada de un prestigio. Si el niño percibe en ella un deseo de hacer bien las cosas, de conseguir lo mejor para él, y es algo que puede razonar con su nivel de entendimiento, tenderá a querer cumplir lo que se le manda, aunque luego su voluntad haya que reforzarla con recuerdos y exigencias.
La autoridad también ha de ser fuerte. El primer enfrentamiento entre nuestra autoridad y su voluntad tendrá lugar al poco rato de depositar al niño en la cuna, y durará toda la vida, por lo que la primera debe ser firme y persistente: si deseamos que nuestros hijos recojan su cuarto a diario, será imprescindible insistir durante el tiempo necesario hasta lograr que se acostumbren. Si lo arreglamos nosotros, habremos perdido el tiempo.
También hemos de ser fiables, y no prometer nada que no vayamos a cumplir, ni amenazar con nada que luego no se mantenga. Otro requisito indispensable que debe cumplir nuestra autoridad es la confianza en sí misma. La ausencia de autoridad en los padres desconcierta a los hijos y les hace sufrir mucho más que la negativa a un capricho.
Aprendiendo a obedecer según la edad del niño
A estas edades no podemos pretender una obediencia ciega. Lo fundamental no es tanto que el pequeño haga absolutamente todo lo que le digamos, sin más, si no que, poco a poco, vaya aprendiendo a obedecer.
1. De 6 a 8 años. En esta primera etapa, nuestros mandatos tendrán que centrarse, fundamentalmente, en actos concretos de los que el niño pueda desarrollar hábitos y virtudes.
2. A partir de los 8 ó 9 años, la exigencia será también en el pensar, hasta que el niño aprenda a tomar sus propias decisiones apoyándose en los valores adquiridos.
De acuerdo con esta evolución, los padres debemos plantearnos con toda seriedad los puntos en que iremos exigiendo a nuestro hijo en cada momento, procurando que el esquema sea coherente y flexible, para que se adapte realmente a sus necesidades.
Cuando los niños obedecen mal
Es posible que en ocasiones nuestro hijo nos saque de nuestras casillas, aunque cumpla nuestras órdenes. Sin ser un desobediente nato, podemos percibir que su «obediencia» no es precisamente una virtud, pues presenta alguno de estos fallos:
– Cumple con nuestras exigencias de forma rutinaria, pero no se plantea hacer las cosas bien.
– Su ley es la del mínimo esfuerzo. Quiere tenernos contentos a nosotros y a su propia comodidad, así que hace estrictamente lo que se le pide: mete las piezas del puzzle en la caja, pero deja ésta tirada en el suelo.
– Obedece refunfuñando, con mala cara. No quiere o no sabe buscar el gusto a actuar bien, prefiere criticar nuestras órdenes.
– No sólo refunfuña, sino que además busca el apoyo de sus hermanos para reforzar su oposición.
– La otra cara de la moneda: dice que va a cumplir, pero luego no lo hace.
– Se escuda en excusas de cualquier tipo, o esquiva su responsabilidad para justificar su desobediencia.
– Cumple, pero no por virtud, sino para buscar méritos que le reporten otros beneficios o premios.
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