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La soberbia que exaspera
Identidad

La soberbia que exaspera

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesusito de mi vida, Tú eres niño como yo. Por eso te quiero tanto que te doy mi corazón. Tómalo, tómalo. Tuyo es y mío no.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 11, 42-46

En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios! Esto debían practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta!”.

Entonces tomó la palabra un doctor de la ley y le dijo: “Maestro, al hablar así, nos insultas también a nosotros”. Entonces Jesús le respondió: “¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!”.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El mensaje del Señor en el Evangelio de hoy es un tanto áspero. Está muy enfadado. ¿Qué siente su corazón para expresar estas palabras? Lo que siente es frustración, pues ha venido a salvarles también a ellos. Y, sin embargo, ellos son reticentes y están muy seguros en que son justos. «Yo pago incluso el diezmo de la hierbabuena, no se me escapa una regla, soy perfecto». Esa es la soberbia que exaspera el corazón del Señor.

Todos, de natural, tenemos un fariseito en nuestro corazón, que se siente muy seguro y cree ser justo ante Dios. «Yo cumplo» dice, «y me merezco respeto, háganme reverencias». Lo que sucede es que Cristo nos enseña que el respeto y cariño que nos merecemos no vienen de nuestra vida intachable. Todos los hombres se merecen unos ojos de misericordia, y no hay hombre justo ante Dios más que Jesucristo. Por ello, aprendamos con los fariseos y sabiondos escribas que el amor de Dios es incondicional.

Entonces, ¿de qué sirve pagar el diezmo de la hierbabuena, ir a misa los domingos, bendecir la mesa antes de comer, rezar antes de acostarme, confesarme una vez a la semana…? Todo eso es muy importante de cumplir, pero no como pago de la atención de Dios, sino como expresión de mi amor a Él por toda su misericordia conmigo. Nuestro fariseo no ha de olvidar que la motivación de todo cumplimiento es el Amor.

«No soy yo, es Jesús. Sí, ay de vosotros que explotáis a la gente, que explotáis el trabajo, que pagáis en negro, que no pagáis la contribución para las personas, que no dais vacaciones. ¡Ay de vosotros! Porque hacer “descuentos”, hacer engaños sobre lo que se debe pagar, sobre el sueldo, es pecado, es pecado. Y sirve de poco decir padre, yo voy a misa todos los domingos y voy a esa asociación católica y soy muy católico y hago la novena de esto si no pagas lo justo a los trabajadores. Y esta injusticia es pecado mortal, no estás en gracia de Dios: no lo digo yo lo dice Jesús, lo dice el apóstol Santiago. Y por esto las riquezas te alejan del segundo mandamiento, del amor al prójimo».
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2018, en santa Marta).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy tendré quince minutos de silencio absoluto frente al crucifijo de mi habitación. Mi única atención será verle y agradecerle, nada más.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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