Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
1.»Salió el sembrador a sembrar»…Mateo 13,1. «Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo» Isaías 55,10. Dios siembra su palabra como lluvia, abundantemente, copiosamente, todos los días, siempre… Su semilla son dones y gracias, regalos de Dios. Principalmente SU PALABRA.
2. Para captar el sentido genuino de la parábola del sembrador hay que leer el entero capítulo 13 de San Mateo, en el que Jesús inicia y trata de explicar el crecimiento de la comunidad salvadora del reino de los cielos en siete parábolas: la levadura, el grano de mostaza, la cizaña, el tesoro escondido, la perla preciosa, le red repleta y, el sembrador, que es la de hoy. Desde esa entraña podemos deducir que la parábola del sembrador significa que, por muchos obstáculos que se le opongan, el sembrador que sembró la semilla cosechará fruto abundante, pero siguiendo los ritmos de la semilla y sin pretender ni estirar el tallo del gladíolo, ni precipitar la granazón de la espiga, ni adelantar la eclosión de los pétalos de la rosa. Cada oyente de la Palabra es el que va recibiendo el influjo de la semilla que germina, acucia, engendra deseos, provoca decisiones, punza con argumentos, impulsa cambio de vida, en fin, que el vigor de la semilla es un revulsivo purificador, un soplo consolador, un empuje de crecimiento. En una interpretación posterior las comunidades irán acentuando el sentido de la responsabilidad de los cristianos que reciben la siembra de la semilla y que son catalogados según las diversas calidades de las tierras.
3. «Al principio ya existía la Palabra» (Jn 1,1). Era la Palabra eterna que el Padre pronunciaba en el seno de amor de la Santa Trinidad. Después fue la Palabra creadora: «Mediante la Palabra se hizo todo» (Ib 3). Dios sembró su palabra en la creación, maravillosa, grandiosa y armoniosa, y sembró la vida en los hombres, los primeros hombres, el primer hombre y la primera mujer. Pero ellos frustraron la palabra de Dios, desobedeciéndola, al susurro del padre de la mentira Romanos 8, 18.
Desde entonces, «la creación expectante, está aguardando» el cumplimiento de la palabra de Amor de Dios. Pronunció después la palabra dialogante a Noé, a Abraham, a Moisés, a los profetas. ¿Quién, qué hombre, será tan leal y fiel, que lleve a cumplimiento laborioso y sangriento, la palabra salvadora? Cuando los tiempos llegaron a la plenitud, la Palabra se hizo hombre, y habitó entre nosotros» (Ib 14). Y nos reveló al Padre, su amor ardoroso. Nunca habríamos sabido de Dios, si Dios mismo no nos lo hubiera dicho por su Palabra. Esa es la razón por la que la Segunda Persona de la Santa Trinidad es llamada Verbo, Palabra, porque habló como hombre y se nos comunicó en signos humanos.
4. Esta vez no habrá fracaso, sino éxito total, porque ha enviado a cumplir esa palabra a su Hijo, que es la Palabra encarnada y personal, que no vuelve al Padre vacía, sino que hace su voluntad y cumple su encargo. Y su encargo es sembrar y sembrarse. Ahora es Jesús el que sale a sembrar. Jesús ha venido a sembrar la palabra, a transmitirnos lo que piensa y lo que quiere el Padre, las palpitaciones de su amor; a revelarnos cómo es el Padre; cómo quiere que sigamos el camino de la felicidad; a contagiarnos sus sentimientos y sus deseos, a regar con su sangre la siembra de su Palabra y a dejarse sembrar en el sepulcro. «Los gemidos de parto de la creación, que esperan y desean la manifestación de nuestra filiación divina», no van a ser ya defraudados. Esa sed de ser liberados, esa sed de amor de todo hombre, de perfección y de paz, de plenitud y felicidad ardiente.
5. En consonancia con el texto de Isaías que la lluvia y la nieve que descienden del cielo, no vuelven allá sin empapar la tierra, sin fecundarla y hacerla germinar, la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber cumplido lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión. Antes de morir Jesús podrá decir con absoluta verdad: Consumatum est. Todo se ha cumplido. La siembra está hecha. Esta Sangre que ha encharcado el enlosado del pretorio y ha cubierto la cruz en el Calvario, y el grano de trigo que va a ser enterrado en el surco del sepulcro va a dar mucho fruto. Esa es la seguridad de la redención y de la salvación: el cumplimiento del deseo de Dios de que todos los hombres se salven.
6. La semilla tropezará con tierra pedregosa, se enredará entre cardos y espinas, caerá sobre corazones duros como las piedras del camino, pero se realizará la salvación, proyectada por el Padre Misericordioso, y realizada por la obediencia de su siervo doliente y obediente, Jesús. Abundancia de palabra, sacramentos y jerarquía, todo en función de la cosecha que superará cardos y espinas y pedregales y corazones malvados. Nadie podrá detener el germen divino de la semilla porque ha nacido en Dios.
7. Jesús siembra en todas partes, en los caminos, en el terreno pedregoso, entre zarzas, en tierra buena. A un agricultor no se le ocurrirá sembrar trigo en la carretera, o sobre el pavimento de su casa, o entre las zarzas y entre los erizos del monte, porque sabe que el camino o las zarzas o las piedras, serán siempre camino, zarzas o piedras.
Pero la semilla de la palabra que se siembra en el corazón de los hombres sí que puede ablandar el camino, y convertirlo en tierra fértil y en campo productivo; las zarzas y las piedras pueden desaparecer y la tierra limpia puede recibir la semilla buena de la palabra de Dios y llegar a producir frutos de virtud y de santidad, porque la Palabra es creadora, como lo es el Espíritu, creador y dador de Vida, Vivificante.
8. Todos los días recibimos gran cantidad de semilla buena, de ejemplos buenos, de consejos estimulantes, de correcciones caritativas, estamos envueltos en acontecimientos salvíficos movidos por un Dios que no duerme (Sal 120,4), de gracias de Dios que nos ama y nos quiere salvar. De nosotros depende que esa semilla produzca frutos o se esterilice.
9. El enemigo sembrará la inconstancia, y la falta de raíces intentará hacernos sucumbir en las pruebas y en las tentaciones. Las preocupaciones y las inquietudes, el nerviosismo y el estrés y la ambición y el afán de las riquezas, o el deseo de los placeres, pueden hacer estéril la palabra sembrada, eso ya dependerá de nosotros. Pero cuando la semilla se esterilice en un corazón, como en el joven rico que se fue triste, encontrará eco en otro corazón noble, tres siglos después en Egipto, cuando Antonio Abad, de veinte años, escuche la misma invitación cantada por el diácono en su iglesia. Y en él produjo el ciento por uno, porque vendió la herencia pingüe que había recibido de sus padres, la dio a los pobres y se sumergió en las alabanzas a Dios y en el trabajo en la soledad del desierto, donde tuvo que luchar aguerridamente con el enemigo de siempre.
10. El Padre Segundo Llorente, jesuita, fue misionero en Alaska. Desde allá escribía cartas, que él nunca supo el bien que me hicieron a mí. También yo ignoro el efecto de estas palabras mías. Sólo de vez en cuando, una persona generosa gasta su tiempo dándome a beber un sorbo de agua, que Dios ve necesaria para el camino. Era tal la fe de aquel misionero que un día dice: salí a sembrar vocaciones religiosas entre los esquimales. Diríamos nosotros ¡qué locura sembrar en aquel erial! Pues él estaba seguro de que alguien recibiría esas semillas. Leyendo al Padre Arrupe sus andanzas en el Japón quedas anonadado ante el heroísmo de aquellos misioneros que se ven precisados a ejercitar una gigantesca esperanza.
11. A veces he encontrado en altos picos de montaña hermosas matas de claveles diminutos, cuyas semillas fueron sembradas tan lejos por algún pajarito que dejó allí la semilla, o el mismo viento arremolinó. Pocas semillas hay más pequeñas que la de la mostaza, y, con ser tan diminuta que no pasa de los cuatro milímetros de diámetro, se convierte en un arbusto de tres o cuatro metros. La doctrina de Cristo es un grano de mostaza por su tamaño. Pero dejadla que caiga en la tierra buena de un corazón preparado, regadla después con abundancia de agua de oración y de reflexión y veréis cómo nace y cómo crece esa plantita. hasta el punto de que los pájaros; que son las almas que vuelan y no reptan, buscan cobijo y descanso en sus ramas.
12. Es más difícil que la palabra de Dios arraigue si no encuentra un corazón de carne, es decir, si no hay en el hombre al menos un inicial deseo de honradez, un clima natural de humanidad, que supone captación de la belleza moral, afecto noble hacia lo bueno, gratitud debida al bienhechor, estímulo ante el progreso moral y el perfeccionamiento. Diríamos que cuando el alma no vive como espíritu, sino que se materializa, cuando es incapaz de remontar su vuelo más allá de las fronteras del alcance de los sentidos, cuando no calcula más que lo que toca, ve y goza, hace más difícil la germinación del grano diminuto, pero eficaz; poco vistoso pero muy fecundo, de la palabra de Cristo.
13. La semilla que cae entre las piedras no arraiga ni nace. Sin embargo, allí mismo, en los cerros, junto a las piedras, había un puñadito de tierra y el buen labrador hacendoso la roturó y abonó y allí creció el trigo, y las vides se engalanaron con el verdor de los pámpanos tersos…, y en el collado hubo vino y harina, y, consagrados, dieron a Jesús a las almas, y éstas almas se multiplicaron? y nacieron de ellas otras espigas y otras vides, ¿quién osará calcular la fecundidad de un granito de mostaza que cayó en una tierra buena?… ¿Quién podrá medir el bien que una palabra dicha quedamente puede producir hasta el fin de los siglos?… Nuestras palabras y hasta nuestras pisadas, hallan eco en todo el mundo y hasta el día último.
14. Transcribo el siguiente Testimonio, salido de la pluma del Canónigo Magistral de la Catedral de Teruel:
Familia Parroquial
ANTONIO SE HA IDO AL SEMINARIO
Antonio ha crecido pegadito a la sotana del Cura. Desde los 8 años ha estado al servicio del altar y del apostolado: Acólito vivaracho, aspirante de Acción Católica eficiente, estudiante pundonoroso… Se nos ha ido al Seminario, como hace cuatro años se fue Nicolás.
Nos ha dejado un vacío muy hondo… Sólo soportable por el pensamiento de que así nos preparamos el relevo. Que el Señor le dé perseverancia.
15. Como el grano de mostaza
Jerónimo Beltrán *
Tengo en mis manos una sencilla hoja parroquial, Noticias es su título. Y es de la parroquia de Santiago Apóstol, de Sinarcas (Valencia). Corresponde al año primero de esta publicación y es de fecha 15 de noviembre de 1959. En ella hay un comentario del evangelio centrado en la parábola de la mostaza.
El autor dice: ?La doctrina de Cristo es un grano de mostaza por su tamaño. Pero dejadla que caiga en la tierra buena de un corazón preparado, regadla después con abundancia de agua de oración y veréis cómo crece esa plantita… Diríamos que cuando el alma es incapaz de remontar el vuelo más allá de las fronteras del alcance de los sentidos, cuando no calcula más que lo que toca, ve y goza, se hace incapaz de dejar germinar el grano pequeño, pero eficaz, poco vistoso pero muy fecundo, de la palabra de Cristo. Quien escribía estas frases es D. Jesús Martí y Ballester, joven sacerdote, destinado a la parroquia de Sinarcas cuando contaba 30 años de edad. Allí estaría 6 años trabajando apostólicamente. No se distinguía precisamente el pueblo por fervor espiritual. Pero la semilla de su predicación insistente fue calando en las almas hambrientas de la Palabra con mayúscula.
Amor y cruz y el obispo de Avila, Arzobispo de Granada después y actualmente, Arzobispo de Toledo, Primado de España y Cardenal Prefecto del Culto Divino en Roma.
¿Quién se hubiera atrevido a preveerlo? Fue exactamente en Sinarcas donde empezó a gestarse Amor y Cruz, una Obra de Iglesia que valora enormemente la vida de oración y en medio del mundo quiere enraizar la dimensión contemplativa. Todo ello siguiendo la doctrina espiritual de nuestros grandes místicos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, quienes avanzaron hacia Dios por el camino generoso de la renuncia y de la entrega.
D. Jesús Martí es su fundador, autor además de numerosos libros de espiritualidad. Y el otro detalle. En esa hojita parroquial hay una noticia: ?Antonio se ha ido al Seminario?. Se hizo sacerdote. Era entonces monaguillo que creció pegado a la sotana del Cura.
Es Antonio Cañizares, hoy, cardenal-arzobispo de Toledo y desde ayer dejará el arzobispado de Toledo y se irá al Vaticano para ocupar la Presidencia de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. Son acontecimientos que nos animan a pensar en la eficacia del insignificante grano de mostaza del evangelio. Uno es quien siembra y otro quien recoge dijo el Señor. Sembremos con alegría porque otros y soy profeta ahora, lograrán abundante cosecha.
*Jerónimo Beltrán es Canónigo Magistral de la Catedral de TERUEL
16. Dicen los sociólogos que se va extendiendo una religión hedonista, que no valora el pecado. Esa religión no produce frutos, no estimula a las generaciones jóvenes a entregarse por Jesús y como él a las almas, ni a una fidelidad constante ante las tentaciones. «Pasarlo bien» es su lema.
17. La Santa Virgen María, la tierra virgen disponible a la acción del Espíritu y los santos han sido la tierra buena que ha producido el ciento por uno. ¿Por qué no lo hemos de ser nosotros? «Dichosos vosotros porque oís lo que estáis oyendo. Muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que vosotros veis y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo vieron ni lo oyeron».
18. Al recibir la palabra de la Escritura y al comer la palabra encarnada eucarística que nos une con Dios, somos felices, pero también responsables de los frutos. Con la Eucaristía y con la Palabra, «el Señor riega la tierra y la enriquece», pues como la semilla necesita riego, ahí llega «la acequia de Dios, rebosante de agua». El Señor «prepara los trigales, riega los surcos, su llovizna que él envía deja los surcos mullidos», y a medida que van saliendo «los brotes, él los bendice». «Los pastos del páramo rezuman abundancia, las colinas se orlan de alegría. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan» mientras se orean y se balancean Salmo 64. De esta acción de Dios, vive, brota, fructifica, la vida de la Iglesia. Porque la Palabra no vuelve vacía.
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