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La pérdida de un ser querido
Identidad

La pérdida de un ser querido

La esperanza de resucitar, cuando dejemos este mundo, nos libera del miedo a la muerte.

Por: P. César Ruiz | Fuente: Catholic.net

Cuando fallece un ser querido experimentamos tristeza y dolor por tan sensible pérdida. La muerte es el gran enigma de la condición humana; la podemos ignorar, no hablar de ella. Pero, sin que lo podamos evitar, se hace presente en nuestras vidas y se va llevando familiares, amigos y conocidos. Un día, no sabemos cuándo, también nos llevará a nosotros.

Ante este problema universal, la ciencia sólo puede certificar que la persona ha fallecido, pero no sabe nada acerca del «más allá».  

La Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo por el pecado (cf. Rm 5,12); pero Cristo, «muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida» (Prefacio pascual).

La resurrección de Cristo y la nuestra

La resurrección de Jesús es la verdad central de nuestra fe. Fue predicada por los Apóstoles y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia.




La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y la garantía de nuestra futura resurrección. Si Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. La muerte y el dolor no tienen la última palabra, sino la vida. 

Por el sacramento del Bautismo quedamos asociados a la muerte y resurrección de Cristo. Somos liberados de nuestros pecados y renacemos a una vida nueva como hijos de Dios y miembros de la Iglesia (cf. Rm 6,3-4). 

La fe en la resurrección transforma nuestra existencia y, como dice la liturgia de la Iglesia: «aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».

La esperanza de resucitar, cuando dejemos este mundo, nos libera del miedo a la muerte y nos ayuda a superar la pérdida de un ser querido.

La oración por los difuntos

La Iglesia, desde los primeros tiempos, ha honrado la memoria de los difuntos y, en virtud de la comunión de los santos, ha ofrecido por ellos oraciones de sufragio, en primer lugar el sacrificio eucarístico, para que, purificados de sus pecados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos (cf. CEC 1032). 

Cuando uno muere, inmediatamente tiene lugar para él un juicio particular ante Cristo, juez de vivos y muertos, y recibe en su alma inmortal una retribución, según su fe y sus obras, que le da acceso a la felicidad del cielo, directamente o después de una adecuada purificación, o bien recibe la condenación eterna en el infierno, si, por libre elección, murió en pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios (cf. CCEC 208).

Es doctrina de fe que «los que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no perfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (CEC 1030).

Es una obra de misericordia rezar por los difuntos que se encuentran en el purgatorio para que sean liberados de sus pecados (cf. 2Mac 12,46). La santa Misa es lo mejor que podemos ofrecer por ellos, para abreviar el tiempo de purificación que necesitan para entrar en la gloria de Dios (cf. CCEC 210 y 211).

Vivir con fe y esperanza

La pérdida de un ser querido nos lleva a considerar la fragilidad de la condición humana, y es una ocasión para pensar en el más allá, y también para buscar en la fe las respuestas que necesitamos para vivir como hijos amados de Dios y miembros de su Iglesia.

El catecismo dice que «el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y no cesa de atraerlo hacia sí, y sólo en Dios encontrará la verdad y la dicha que no cesa de buscar» (CEC 27).

La voluntad salvífica de Dios es universal: «Él quiere que todos se salven» (1Tm 2,4). La fe salvadora es adhesión personal a Dios y a su revelación. Pero Dios respeta siempre nuestra libertad para aceptar o rechazar la salvación que nos ofrece por medio de su Hijo, Jesucristo. 

Actualmente son muchos los fieles que se han alejado de Dios y de la Iglesia, y buscan su realización personal en el éxito profesional, en comer, beber y pasarlo bien; sin pensar que, tarde o temprano, tendrán que dejar este mundo.

Sin embargo, ante la falta de valores espirituales de la sociedad de consumo, algunos de los que antes se habían alejado de la Iglesia han decidido volver a ella para recuperar su fe en el Señor y la esperanza de la vida eterna. 

En este mundo, estamos de paso, y, para vivir como hijos de Dios, necesitamos conservar el don de la fe y trabajar por nuestra salvación. Pero no estamos solos: Cristo nos acompaña a lo largo de la vida, nos ofrece su palabra y nos da su gracia en los sacramentos, para que podamos alcanzar la meta final: el Reino de los Cielos.

Oración de despedida

«Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39).

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.

(Jn 11,25)

ORACIÓN

A tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestro hermano con la firme esperanza de que resucitará en el último día con todos los que han muerto en Cristo. 

Te damos gracias por todos los dones con que lo enriqueciste a lo largo de su vida; en ellos reconocemos un signo de tu amor y de la comunión de los santos.

Dios de misericordia, acoge las oraciones que te presentamos por este hermano nuestro que acaba de dejarnos y ábrele las puertas de tu mansión. Y a sus familiares y amigos, y a todos nosotros, los que hemos quedado en este mundo, concédenos saber consolarnos con palabras de fe, hasta que también nos llegue el momento de volver a reunirnos con él, junto a ti, en el gozo de tu reino eterno. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

V/ Dale, Señor, el descanso eterno. 


R/ Brille para él la luz perpetua.


V/ Descanse en paz. 


R/ Amén.


Su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.


R/ Amén.

Nota: Oración del Ritual de exequias.

Citas bíblicas

“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26).

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14,2-3).

“Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; 


si morimos, morimos para el Señor;


así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rm 14,7-8).

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo” (1Pe 1,3-4).

Abreviaturas:

CEC: Catecismo de la Iglesia Católica


CCEC: Compendio catecismo de la Ig. Católica