En este texto de san Juan aparecen unos personajes ya conocidos: los escribas y los fariseos, con la intención de sorprender a Jesús y tener motivos, como siempre, para acusarlo, planteándole el caso de una pecadora. En el fondo, no les interesa la pecadora sino la ocasión para acusarlo, poniéndolo entre la espada y la pared, como decimos a menudo, cuando estamos en aprietos y debemos tomar una decisión de suma importancia.
¿Cuál es la prueba a la que lo someten? Bueno, si Jesús decide defender a la pecadora y se pone de su parte, lo pueden acusar ante las autoridades religiosas, pues estaría en contra de la ley y, por lo mismo, de Dios; si su decisión es en contra de ella y la condena, entonces sería acusado ante las autoridades romanas, únicas encargadas de ejecutar la sentencia, tratándose de la pena de muerte. Los tentadores creyeron que Jesús no tenía escapatoria.
Algunos intérpretes del texto afirman que Jesús aparenta no hacer caso, directamente, de la pregunta que le dirigen. Toma su tiempo y se agacha para escribir en el suelo. ¿Qué es lo que escribe que no dice el narrador del texto? Algunas conjeturas que han aparecido a través del tiempo son: unos piensan que escribió los pecados de los acusadores; otros que escribió textos del Antiguo Testamento, donde se acusa a los falsos testigos en contra de los acusados inocentes; otros más acuden al texto de Jeremías 17, 13, donde se dice: “los que te abandonan, fracasan, los que se apartan de ti, serán escritos en el polvo, porque abandonan al Señor”.
En este último caso los nombres de los acusadores escritos en el polvo, serían barridos por el viento y, al recordar a Jeremías, los tales acusadores, se retiran sintiéndose culpables, también. Jesús sabe que las faltas cometidas no revelan la totalidad del corazón del hombre, y aquí la misericordia está por arriba de la justicia. Así que la invitación de Jesús a los escribas y fariseos y a nosotros, es a ver las cosas, con seriedad, desde nuestra responsabilidad humana.
Cuando Jesús dice: “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra…” apela a la universalidad del pecado de nuestros primeros padres. Nadie puede acusar a otro, porque todos somos pecadores, y en todo caso el que puede hacer justicia es Dios, quien no se equivoca en sus juicios como nosotros los humanos. Acordémonos de la parábola del Padre misericordioso y de sus dos hijos y de la necesidad de cuidarnos de condenar a ninguno. Eso, jamás puede estar en la agenda espiritual de ningún cristiano verdadero.
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