I. NATURALEZA E IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD
La humildad es una virtud derivada de la templanza, porque modera el apetito que tenemos de la propia excelencia.
Es una virtud que no conocieron los paganos; para éstos humildad significaba algo vil, abyecto, servil e innoble. No acontecía lo mismo entre los judíos: iluminados por la fe, los mejores de entre ellos, los justos, conociendo hondamente su nada y su miseria, recibían con paciencia la tribulación como un medio de expiación. Dios entonces se inclinaba propicio hacia ellos para remediarlos; gustaba de escuchas sus oraciones y perdonaba al pecador contrito y humillado. Para nosotros cristianos esta virtud es más comprensible, dado que tenemos el ejemplo luminoso de Cristo.
Definamos la humildad como la virtud que por medio del conocimiento exacto de nosotros mismos, nos inclina a estimarnos justamente en lo que valemos, y a procurar para nosotros la obscuridad y el menosprecio. Santa Teresa dice que la humildad es andar en verdad.
¿Dónde reside su importancia? Para ser santos, crecer en las virtudes y tener fecundidad apostólica necesitamos de la humildad. Para contrarrestar la soberbia, el orgullo y la vanidad, tendencias que todos llevamos dentro, por culpa del pecado original, nada mejor que trabajar en la humildad. Dios al humilde da su gracia, al soberbio lo rechaza.
II. FUNDAMENTO
La humildad se funda en dos cosas: en la verdad y en la justicia. La verdad por la que nos conocemos como somos; la justicia, que nos inclina a tratarnos según ese conocimiento.
Para conocernos a nosotros mismos, dice santo Tomás, es menester ver lo que en nosotros hay de Dios, y lo que hay nuestro. Todo lo bueno que hay en nosotros procede de Dios y es suyo. Todo lo malo o defectuoso, procede de nosotros (IIa IIae, q. 161, a.3).
La justicia exige, pues, imperiosamente que se dé a Dios, y a nadie más, toda la honra y la gloria.
Es verdad que hay algo bueno en nosotros, que es nuestro ser natural, y, sobre todo, los dones sobrenaturales. Ni la humildad nos quita de verlos y admirarlos; pero, así como al alabar un cuadro la alabanza no es para el lienzo, sino para el pintor que lo pintó, así también, todo lo bueno que hay en nosotros se debe a Dios.
Dado que somos pecadores, tenemos más motivos para humillarnos que para alabarnos.
III. GRADOS DE HUMILDAD
San Benito tiene doce grados de humildad:
1. El temor de Dios, presente siempre a los ojos de nuestra alma, y que nos mueve a la guarda de los mandamientos.
2. La obediencia a la voluntad de Dios.
3. La obediencia a nuestros superiores por amor a Dios.
4. El sufrir con paciencia las injurias sin quejarnos.
5. La declaración de las faltas secretas, incluso las de pensamiento, al superior, fuera de la confesión sacramental.
6. Aceptar de corazón todas las privaciones y oficios más humildes.
7. Tenerse sinceramente y de corazón por el último de todos los hombres.
8. El evitar la singularidad.
9. El silencio, y el no hablar, si no somos preguntados.
10. El recato en el reír.
11. El recato en el hablar.
12. La modestia en el porte exterior: caminar, estar sentado, mirar.
San Ignacio tiene tres grados:
1. Cumplir los mandamientos y evitar el pecado mortal.
2. Indiferencia a lo que me venga, sin preferir más riqueza que pobreza, salud que enfermedad, éxito o fracaso, vida larga que corta, tratando de evitar el pecado venial.
3. Imitar y parecerme a Cristo, eligiendo más la pobreza que la riqueza, oprobios que alabanzas, etc.
IV. LA HUMILDAD Y LAS DEMÁS VIRTUDES
Considerada en sí misma, la humildad es inferior a las virtudes teologales, que tienen a Dios por objeto directo. Inferior también a algunas virtudes morales, como la prudencia, la religión, la justicia.
Pero si se considera la humildad en cuanto llave que nos abre los tesoros de la gracia y el fundamento de las virtudes, es, en opinión de los santos, una de las virtudes más excelentes.
Sin humildad no habría virtudes sólidas. Con ella, todas las virtudes arraigan y se hacen perfectas.
o La humildad hace nuestra fe más pronta y fácil, más firme y clara.
o El humilde pone en Dios toda su esperanza, porque desconfía de sí mismo.
o La caridad la practican los humildes.
o Los humildes gustan de reflexionar con prudencia.
o La justicia no puede practicarse sin la humildad, porque el soberbio exagera sus derechos con detrimento de los del prójimo.
o La templanza y la castidad suponen la humildad.
o La mansedumbre y la paciencia no pueden practicarse, si no nos abrazamos con las humillaciones.
San Agustín dice: “¿Quieres ser grande? Comienza por se pequeño. ¿Quieres levantar un edificio que llegue hasta el cielo? Piensa primeramente en poner de fundamento la humildad.
V. CAMPOS DE LA HUMILDAD
1. Para con Dios: reconociéndome como creatura necesitada, creada para servir a Dios, darle gloria.
2. Para con los superiores: aceptando los consejos, correcciones, y dependiendo de ellos.
3. Para con los demás: buscando servir, valorar a los demás, felicitarles por sus logros y reconocer su competencia en su campo respectivo.
CONCLUSIÓN
Seamos humildes servidores de todos, obrando con tanta sencillez que arrastremos a los demás, con nuestro ejemplo, a alabar y glorificar a Dios. Ante los progresos obtenidos en el camino de la santidad, y los logros en el desempeño de la misión encomendada, sigamos el ejemplo de María, descubriendo en ellos la obra del Todopoderoso, y no olvidemos las palabras de Cristo: “Cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: “Siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, eso hicimos! (Lucas 17,10).
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