Instrucciones para la primera misión
Tomando como punto de partida Nazaret, Jesús «recorría las aldeas vecinas» (Mc) que serían Caná, Endor, Naim, Séforis…. Ahora es el momento oportuno para dar un nuevo paso en la implantación del Reino. Los discípulos ya han recibido suficiente formación, su fe es más firme. Ya puede enviarlos a predicar la Buena Nueva del Evangelio. Están ya preparados para ir, sin Jesús, a anunciar quién es y su mensaje. Este paso será como una avanzadilla, como un ensayo, como un aprendizaje, para la misión que les llevará por todo el mundo. De momento, sólo son enviados a las poblaciones cercanas, y de dos en dos, como ayudándose mutuamente.
«A estos doce envió Jesús dándoles estas instrucciones: No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento.
En cualquier ciudad o aldea en que entréis, informaos sobre quién hay en ella digno; y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. Si la casa fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, vuestra paz revierta a vosotros. Si alguien no os acoge ni escucha vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para esa ciudad»(Mt).
Primera etapa
En esta primera etapa de la instrucción a los discípulos, Jesús limita el ámbito de su predicación: les indica que vayan solamente a lugares de una cultura y ambiente muy parecido al suyo. Las dificultades no deben ser excesivas para comenzar. Luego les da el poder de hacer milagros, que deben administrar gratuitamente. Los milagros son decisivos en esta primera fase de la implantación del Reino de Dios: les ayudará a poner su confianza en Dios sin llevar dineros ni repuestos. Dios proveerá a su sustento. Se pueden acoger a la hospitalidad de las gentes viviendo como ellos viven dándoles la paz. Si les rechazan el castigo será fuerte pues Dios es misericordioso, pero también justo.
Después las dificultades
Después de la primera fase de la instrucción viene una segunda en la que les previene de las dificultades. «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.
No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su casa. No les tengáis miedo, pues nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso no se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos»(Mt).
Corderos y lobos, palomas y serpientes. Difícil equilibrio. No les oculta la enemistad que va a suscitar la palabra de salvación. El pecado lleva a que muchos se revuelvan con violencia; pero deben perseverar, no han de tener miedo pues Dios les protege como a los pajarillos, y tiene los cabellos de su cabeza contados. Ha sido llamados a una misión divina entusiasmante, pero nada fácil: no han de temer a nada ni a nadie, pero tampoco ser ingenuos y desconocer los peligros. La convicción profunda es que Dios está con ellos les ayudará. Así conseguirán el objetivo.
La grandeza de su misión
En un tercer momento, les muestra la grandeza de su misión y la responsabilidad de los que los acepten o rechacen. No se predican a sí mismos, sino a Dios a través de la enseñanza de Jesús. «A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.
No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa»(Mt)
El amor que deben predicar es de un calibre superior a los amores más dignos de la tierra; por eso habrá divisiones y guerras. El mensaje es de paz; pero de una paz que es fruto de una guerra total contra el pecado y todo lo que lleva consigo. No caben medias tintas.
Por eso, «Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por mí, la encontrará»(Mt).
Su dignidad
Su dignidad reside en que son la voz de Cristo y como tales deben ser recibidos. Ellos mismos deben ser conscientes de su dignidad. «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y todo el que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa».
Salieron los apóstoles a la primera misión, persuadidos de que deben obedecer y de que tienen la formación suficiente para realizar lo que Jesús les manda. El impacto causado por sus palabras debió ser grande. Jesús les forma de un modo práctico, no sólo teórico. Iban de dos en dos «Y habiendo marchado, predicaron que hicieran penitencia; y expulsaban muchos demonios, y ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban»(Mc).
Al cabo de unos días «Reunidos los Apóstoles con Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos»(Mc).Y, una vez más, el lugar de reunión debió ser Cafarnaúm, donde estaban las barcas; de allí parten para un lugar tranquilo donde poder descansar y continuar la formación de otro modo, quizá en las fuentes del Jordán, lugar acogedor con agua y sombra.
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