1. Jesucristo, Hijo del hombre e Hijo de Dios: éste es el tema culminante de nuestras catequesis sobre la identidad del Mesías. Es la verdad fundamental de la revelación cristiana y de la fe: la humanidad y la divinidad de Cristo, sobre la cual reflexionaremos más adelante con mayor amplitud. Por ahora nos urge completar el análisis de los títulos mesiánicos presentes ya de algún modo en el Antiguo Testamento y ver en qué sentido se los atribuye Jesús a Sí mismo.
En relación con el título “Hijo del hombre”, resulta significativo que Jesús lo usara frecuentemente hablando de Sí, mientras que los demás lo llaman Hijo de Dios, como veremos en la próxima catequesis. Él se autodefine “Hijo del hombre”, mientras que nadie le daba este título si exceptuamos al diácono Esteban antes de la lapidación (Act 7, 56) y al autor del Apocalipsis en dos textos (Ap 1, 13; 14, 14).
2. El título “Hijo del hombre” procede del Antiguo Testamento, en concreto del libro del Profeta Daniel, de la visión que tuvo de noche el Profeta: “Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo a uno como hijo de hombre, que se llegó al anciano de muchos días y fue presentado ante éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá” (Dan 7, 13-14).
Cuando el Profeta pide la explicación de esta visión, obtiene la siguiente respuesta: “Después recibirán el reino los santos del Altísimo y lo poseerán por siglos, por los siglos de los siglos… Entonces le darán el reino, el dominio y la majestad de todos los reinos de debajo del cielo al pueblo de los santos del Altísimo” (Dan 7, 18. 27). El texto de Daniel contempla a una persona individual y al pueblo.
Señalemos ya ahora que lo que se refiere a la persona del Hijo del hombre se vuelve a encontrar en las palabras del Ángel en la anunciación a María: “Reinará… por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 33).
3. Cuando Jesús utiliza el título “Hijo del hombre” para hablar de Sí mismo, recurre a una expresión proveniente de la tradición canónica del Antiguo Testamento presente también en los libros apócrifos del judaísmo. Pero conviene notar, sin embargo, que la expresión “hijo de hombre” (ben-adam) se había convertido en el arameo de la época de Jesús en una expresión que indicaba simplemente “hombre” (bar enas).
Por eso, al referirse a Sí mismo como “Hijo del hombre”, Jesús logró casi esconder tras el velo del significado común el significado mesiánico que tenía la palabra en la enseñanza profética. Sin embargo, no resulta casual, si bien las afirmaciones sobre el “Hijo del hombre” aparecen especialmente en el contexto de la vida terrena y de la pasión de Cristo, no faltan en relación con su elevación escatológica.
4. En el contexto de la vida terrena de Jesús de Nazaret encontramos textos como el siguiente: “Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20); o este otro: “Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19). Otras veces la palabra de Jesús asume un valor que indica con mayor profundidad su poder. Así cuando afirma: “Y dueño del sábado es el Hijo del hombre” (Mc 2, 28). Con ocasión de la curación del paralítico, a quien introdujeron en la casa donde estaba Jesús haciendo un agujero en el techo, El afirma en tono casi desafiante: “Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -se dirige al paralítico-, yo te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 10-11 ). En otro texto afirma Jesús: “Porque como fue Jonás señal para los ninivitas, así también lo será el Hijo del hombre para esta generación” (Lc 11, 30). En otra ocasión se trata de una predicción rodeada de misterio: “Llegará tiempo en que desearéis ver un solo día al Hijo del hombre, y no lo veréis” (Lc 17, 22).
5. Algunos teólogos señalan un paralelismo interesante entre la profecía de Ezequiel y las afirmaciones de Jesús. El Profeta escribe: “(Dios) me dijo: Hijo de hombre, yo te mando a los hijos de Israel… que se han rebelado contra mí… Diles: Así dice el Señor, Yavé” (Ez 2, 3-4) “Hijo de hombre, habitas medio de gente rebelde, que tiene ojos para ver, y no ven; oídos para oír, y no oyen…” (Ez 12, 2) “Tú, hijo de hombre… dirigirás tus miradas contra el muro de Jerusalén… profetizando contra ella” (Ez 4, 1-7). “Hijo de hombre, propón un enigma y compón una parábola sobre la casa de Israel» (Ez 17, 2).
Haciéndose eco de las palabras del Profeta, Jesús enseña: “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). “Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45; cf. además Mt 20, 29). El “Hijo del hombre” … “cuando venga en la gloria del Padre, se avergonzará de quien se avergüence de Él y de sus palabras ante los hombres” (cf. Mc 8, 38).
6. La identidad del Hijo del hombre se presenta en el doble aspecto de representante de Dios, anunciador del reino de Dios, Profeta que llama a la conversión. Por otra parte, es “representante” de los hombres, compartiendo con ellos su condición terrena y sus sufrimientos para redimirlos y salvarlos según el designio del Padre. Como dice Él mismo en el diálogo con Nicodemo: “A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” (Jn 3, 14-15).
Se trata de un anuncio claro de la pasión, que Jesús vuelve a repetir: “Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días” (Mc 8, 31). En el Evangelio de Marcos encontramos esta predicción repetida en tres ocasiones (cf. Mc 9, 31; 10, 33-34) y en todas ellas Jesús habla de Sí mismo como “Hijo del hombre”.
7. Con este mismo apelativo se autodefine Jesús ante el tribunal de Caifás, cuando a la pregunta: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?”, responde: “Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14, 62). En estas palabras resuena el eco de la profecía de Daniel sobre el “Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo” (Dan 7, 13) y del Salmo 110, que contempla al Señor sentado a la derecha de Dios(cf. Sal 109/110, 1)
8. Jesús habla repetidas veces de la elevación del “Hijo del hombre”, pero no oculta a sus oyentes que ésta incluye la humillación de la cruz. Frente a las objeciones y a la incredulidad de la gente y de los discípulos, que comprendían muy bien el carácter trágico de sus alusiones y que, sin embargo, le preguntaban: “¿Cómo, pues, dices tú que el Hijo del hombre ha de ser levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?” (Jn 12, 34), afirma Jesús claramente: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy, y no hago nada por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (Jn 8, 28). Jesús afirma que su “elevación” mediante la cruz constituirá su glorificación. Poco después añadirá: “Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado” (Jn 12, 23). Resulta significativo que cuando Judas abandonó el Cenáculo, Jesús afirme: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en Él” (Jn 13, 31).
9. Este es el contenido de vida, pasión, muerte y gloria, del que el Profeta Daniel había ofrecido sólo un simple esbozo. Jesús no duda en aplicarse incluso el carácter de reino eterno e imperecedero que Daniel había atribuido a la obra del Hijo del hombre, cuando en la profecía sobre el fin del mundo proclama: “Entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y majestad” (Mc 13, 26; cf. Mt 24, 30). En esta perspectiva escatológica debe llevarse a cabo la obra evangelizadora de la Iglesia. Jesús hace la siguiente advertencia: “No acabaréis las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del hombre” (Mt 10, 23). Y se pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 1 8, 8).
10. Si en su condición de “Hijo del hombre” Jesús realizó con su vida, pasión, muerte y resurrección el plan mesiánico delineado en el Antiguo Testamento, al mismo tiempo asume con ese mismo nombre el lugar que le corresponde entre los hombres como hombre verdadero, como hijo de una mujer, María de Nazaret. Mediante esta mujer, su Madre, Él, el “Hijo de Dios”, es al mismo tiempo “Hijo del hombre”, hombre verdadero, como testimonia la Carta a los Hebreos: “Se hizo realmente uno de nosotros, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” (Const. Gaudium et spes, 22; cf. Heb 4, 15).
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