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Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces
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Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces

El momento será inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.

Sólo una vez finalizado el almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: «Sígueme», y dejándolo todo, le había seguido.

Jesús interroga a Pedro

Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»(Jn). Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: «acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?». Y Pedro recuerda todo, incluidas sus negaciones.

«Sí, Señor, tú sabes que te amo» es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. ¡Qué lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso exponerse de nuevo. El podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.

«Apacienta mis corderos» es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.

Las dos siguientes dice el Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como «el buen pastor», el que cuida las ovejas, el que busca buenos pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo.

¿Qué diferencia hay entre el pescador y el pastor? Los dos son oficios significativos por lo que simbolizan. El trabajo de pescador es difícil: salen habitualmente de noche, pasan frío y se cansan, las capturas no son seguras, los peligros grandes, y las tormentas ponen la inseguridad en sus vidas. El pescador no debe cuidarse de las crías de los peces, no necesita buscarles alimento, ni defenderles de depredadores que les persigan; si la tormenta es muy fuerte no sale a la mar. No así el pastor, pues su trabajo es de tiempo completo, noche y día. Deberá buscar pastos, curar las ovejas heridas, buscar a las perdidas, defenderlas de los lobos, colocarlas en el redil, conocerlas por su nombre. Es un trabajo de dedicación completa.

La distinción entre ovejas y corderos también nos da una luz sobre el modo en que Jesús invita a Pedro a ejercer este servicio de regir la Iglesia. Los corderos son las crías de las ovejas. Quizá el Señor le quiere decir: «cuida de los que son firmes en la fe y traen a otros a la vida, y no descuides a los menores que deben crecer en vida espiritual». «Apacienta mis corderos” viene a significar: fortalece a los débiles y enseña a los que se inician en la vida cristiana. Y sin descuidar a los que son fieles y dóciles como las ovejas, pues serían una tentación perversa descuidar a los buenos por dedicarse a los difíciles. Una cosa no debe llevar a desatender la otra. No cuidar bien a los que se considera seguros puede ser una imprudencia unida a una injusticia que lleve a perder a los fieles: algo así como tomar el pan de los hijos para dárselo a los extraños.

La primera negación fue fruto amargo de la presunción. La primera pregunta del Resucitado confirma la curación del apóstol. La segunda negación fue más honda, pues llevó consigo juramentos. De ahí la insistencia y «de nuevo preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?. Le respondió tú sabes que te amo». Esta pregunta nos revela las hondas raíces del pecado en el hombre. No se puede curar un cáncer con medicamentos caseros, aunque sean buenos. El pecado original debilitó mucho al hombre. Todo hombre experimenta malas tendencias, y aún no las conoce todas. Eso es lo que experimentó Pedro. La honda raíz de la herida necesitaba una cura profunda, por eso Cristo insiste en el amor, y Pedro repite su amor sincero, aunque sea débil.

Y, cuando por tercera vez Cristo pregunta a Pedro; quizá pensó que Jesús ha perdido la confianza en él. «Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo». La respuesta refleja tristeza, pero no rebeldía. Pedro es consciente de su fragilidad, por eso al decir a Jesús que él lo sabe todo, le está confesando: «Sí; es verdad que prometí y no cumplí, que me vanagloriaba de ser más valiente que los otros, que pensaba quererte más que los demás; cuando te negué te rechazaba con fuerza…, pero Tú me has perdonado y, a pesar de mis pesares, mi amor es sincero, te quiero de verdad».

El arrepentimiento

Sí, Pedro ha acertado en el acto de contrición. Su arrepentimiento es verdadera contrición -dolor de amor-, no es fruto del temor, ni pena por verse tan poca cosa, sino sufrimiento por haber ofendido a quien ama con todas las veras de tu alma. Jesús sabía lo que Pedro afirmó, y lo sabía mejor que él, pero quiere que lo diga, pues sabe lo conveniente que es al hombre, y más si es pecador, expresar las cosas con palabras. Entre los que se aman no caben secretos; y si algo falla, el diálogo hasta el fondo permite una reconciliación que lleve a una unión todavía mayor. Eso hizo Pedro con un arrepentimiento sincero, lleno de dolor de amor.

Entonces Jesús vuelve a confirmar el encargo primero de pastor: «Apacienta mis ovejas». Son las ovejas de Jesús, no las de Pedro. Son los corderos que ya han crecido y han madurado en la fe. A Pedro es a quien ordena Jesús apacentar y gobernar toda la grey, los pequeñuelos y las madres, y hasta los mismos pastores .

Entonces Jesús concluye: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». El propio Juan, que murió mucho más tarde, aclara en su evangelio el sentido de estas palabras: «esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios»(Jn) . Según la tradición, San Pedro siguió a su Maestro hasta morir crucificado cabeza abajo en la persecución de Nerón en Roma donde descansan sus restos.

Jesús le recuerda que gobernar en la Iglesia, apacentar su rebaño, es llevar la cruz. Pedro ya puede vivir la nueva libertad de los hijos de Dios; por eso cuando pregunta con sencillez qué sucederá con Juan, Jesús le responde: «Tú, sígueme»(Jn). ¡Qué distinto es este sígueme del primero con el que dejó todas las cosas! Antes pensaba que dejaba todo para seguir a Jesús, y esa era su intención. Ahora ya sabe en qué consiste esa entrega: ser como Jesús, ser “otro Cristo” , “el mismo Cristo”. Jesús es humilde y se le encuentra en la Cruz con una entrega plena al Padre y a todos los hombres. Aún le queda camino, pero ya sabe recorrerlo al ritmo de Dios.

 

 

 

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