Desde el punto de vista antropológico, la ternura forma parte fundamental del ser humano como oferta y como demanda, es decir, por un lado, está inscrita en lo más profundo de cada ser humano, capaz de ofrecer ternura, pero por otro lado, es una necesidad básica, de la cual la persona no puede prescindir porque no llegaría a vivir su humanidad en toda su plenitud. La ternura es sobreabundancia del amor compartido, por el puro placer-gusto de compartirlo, pero también como respuesta que ofrece cuando se ve desafiado por la fragilidad o el peligro del otro, es el amor que abraza, envuelve, protege y salva. Esta ternura abrazadora, envolvente, protectora y salvífica es la quintaesencia del Dios creador, liberador y salvador, que se ha revelado eternamente a la humanidad, de la cual, los escritos bíblicos dan testimonio. Así pues, sabiendo que Jesús es la plenitud de la revelación que Dios hace de sí mismo al ser humano, es lógico deducir que en Él, la ternura divina se manifiesta en toda su plenitud, y además, que heredó este legado humano-divino de salvación a la comunidad de creyentes, a la Iglesia.
Jesús de Nazareth: Sacramento de la ternura entrañable de Dios
Cuando uno se acerca al Nuevo Testamento puede descubrir que los evangelios son la revelación de a ternura entrañable de Dios para con ser humano. La ternura que se hace epifanía en el corazón palpitante y acogedor de Jesús; un corazón sensible, capaz de ternura solidaria, de compasión, de benevolencia y de amistad gratuita para con todos los seres humanos, pero de manera preferencia) para con los excluidos, Como bien afirma Carlo Rocchetta: “La ternura de Jesús revela cuanto más de humano existe en Dios y cuanto más de divino existe en el hombre”.
A partir del Evangelio de Lucas. González de Cardedal expresa que la encarnación de Jesús en la historia humana es fruto de las entrañas de ternura de Dios. Es ahí en sus entrañas, en su seno -lugar donde el amor hace surgir la vida-, donde se gestó la encarnación de su Hijo: «Jesús es retoño de las entrañas de nuestro Dios», es el vástago de David que visitará al ser humano para iluminar sus tinieblas, trayéndole la ternura de Dios y con ella la misericordia y el perdón (Lc 1,78). En Jesús, Dios ha visitado a su pueblo; toda su vida compartida a través de su mensaje y de los milagros es un signo de la llegada de su Reino, es decir, de la entrañable misericordia que restituye la plenitud humana a los excluidos. Dios se manifiesta en Jesús devolviendo su rostro humano a la sociedad, y la sociedad se transforma y humaniza en la medida en que se acerca al Dios de la ternura que es el mismo Dios del Reino.
Así pues, la ternura representa la práctica amorosa y entrañable de Jesús, su empatía y simpatía con por y para el otro. Ella es la envoltura del amor, el clima de atención y efusión afectiva indispensable para que el amor pueda manifestarse, realizarse y experienciarse en toda su profundidad. De ahí que, la entrañable opción por los excluidos de su tiempo -publicanos, prostitutas, endemoniados, enfermos, ciegos, leprosos, pecadores, paganos, extranjeros, mujeres, viudas, niños, pobres, ricos, enemigos, malhechores, traidores, criminales- sea una de las experiencias más significativas y uno de los datos más verificados del actuar histórico de Jesús. Todos ellos son interlocutores de su ternura entrañable.
Siendo fiel a su experiencia de Hijo amado, es decir, entrañado, querido, abrazado acariciado por su Abbá, Jesús hace de la ternura entrañable la razón de su existencia; vive del amor, en el amor y para el amor. No es pues casual que uno de los rasgos más típicos de su actuación sea la compasión: una compasión que se convierte en desvelamiento visible de la ternura divina que es, además, uno de los contenidos fundamentales de su mensaje y la fuerza constitutiva de su misión (DM 3). Un Mesías que asume toda su humanidad para darla y compartirla con todas las gentes. En este sentido Sanders observa que entre los elementos más ciertos de la tradición, destaca la provocativa simpatía de Jesús hacia los pecadores y su solidaridad hacia los excluidos. Todos encontraban en Él sin duda, un horizonte de futuro. Jesús llamaba a los pecadores y, al parecer, frecuentaba sus hogares y su compañía para ofrecerles su amistad mientras eran todavía pecadores´. Refiriéndose a este actuar histórico de Jesús, Rocchetta señala:
La plena humanidad de Jesús lleva históricamente consigo una plena asunción de los sentimientos humanos, en particular de la ternura como acto afectuoso, como vivencia orientada a la «benevolencia» y a la piedad… Cada vez que los evangelios se refieren a la «compasión» de Jesús remiten a un sentimiento, a un modo de sentir experimentado realmente por él, encarnado en primera persona, a una aproximación suya a los necesitados, con todo lo que esto implica en el plano de la participación y de la disponibilidad al servicio hasta la entrega de la misma vida”.
En efecto, la manifestación de la ternura entrañable de Jesús puede descubrirse en la relación con toda esa categoría de excluidos, quienes son interlocutores de su ilimitada ternura. Hay en Él una disponibilidad y una predilección para acogerlos y dejarse acoger, para estar con ellos y ofrecerles la salvación. Su ternura es así compasión, es decir,´pasión compartida´, participación profunda no apática sino empática y simpática. Antonio Pago la observa que la dignidad de los últimos es la meta de Jesús, lo que entendió como «Reino de Dios» era la irrupción de su compasión en el mundo, la cual había de dirigir e impulsar todo hacia una vida más digna y más dichosa para todos, empezando por los últimos».
Según algunos autores, en Lucas -el ´Evangelio de la misericordia´ se percibe a un Jesús muy humano, lleno de «ternura solidaria» y «defensor de los derechos humanos». Se descubre en este Evangelio que son muchos los signos con los que Jesús proclama la gratuidad del amor y la fuerza de entrañable ternura; Él se muestra siempre sensible con un trato amistoso, cercano, abierto y comprensible con los grupos social y religiosamente excluidos, principales destinatarios de la salvación. Este trato humano de Jesús se deja ver en la ternura y el dolor compartido con una pobre viuda que va a enterrar a su único hijo (7,11-17); en la acogida cariñosa a la pecadora conocida de todos pero que llora sus pecados (7,3649); al aceptar dialogar con diez leprosos y ofrecerles la seguridad de la curación (17, 11-19); al hospedarse en casa de un jefe de publicanos con la convicción de que también este pecador es hijo de Dios (19,1-10); y hasta en el diálogo esperanzador con el ladrón, compañero de suplicio, para abrirle las puertas del paraíso (23,39-43).
De hecho, todos querían tocarlo porque emanaba de él una fuerza sanativa, su sola presencia transmitía confianza; hacía que las personas se sintieran a gusto, acogidas. En efecto, Jesús fue capaz de manifestar su ternura haciendo el bien y curando toda clase de enfermedades y dolencias, curando a los oprimidos por los demonios precisamente porque el Padre estaba con Él ´.»Su misión no era tanto una misión `religiosa´ o ´moral´, cuanto una `misión terapéutica´ encaminada a aliviar el sufrimiento de quienes se ven agobiados por el mal y excluidos de una vida sana».
El Seguimiento de Jesús
La vida del auténtico discípulo es presentada a partir de la parábola del tesoro en el campo (Mt 13, 44) y de la perla (Mt 13,45s), en las cuales Dios es el gran tesoro, la perla preciosa. La expresión «lleno de alegría» manifiesta esa total disponibilidad que embarga a la persona ante el brillo de lo encontrado. Por eso, seguir a Jesús es participar de ese tesoro. La buena nueva de la llegada del Reino proporciona una inmensa alegría, orienta toda la vida a la plenitud de la comunión con Dios y efectúa la entrega mas apasionada a los demás por gratitud a la gratuidad de su amor.
Un amor entrañable e ilimitado como lo describe la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), quien actúa de una manera concreta con una ternura rebosante, hasta al exceso, la cuál va más allá del simple deber. No sólo cura al herido y lo conduce al albergue, sino que su amor se desborda frente al prójimo herido encargándose de su situación: l° se acerca, llegó junto a él; 2° lo ve, lo mira; 3° se compadece -se le conmueven las entrañas-; 4° lo cura con sus propias manos al vendar sus heridas con aceite y vino; 5° lo echa sobre sus hombros y lo monta en su propia cabalgadura; 6° lo lleva a la posada caminando a su lado varios kilómetros; 7° cuida de él; 8° paga dos días más de hotel (los dos denarios); 9° lo encarga al posadero para que lo cuide; 10° ofrece pagar lo que sea de más por ayudarlo. En esta gama de gestos se percibe una com-participación, una personal atención que manifiesta la originalidad de la ternura evangélica. Su ternura es realmente completa, auténtica, sin intereses o medias tintas: es ternura de don puro, de benevolencia gratuita»´.
Así pues, querer ser discípulo de Jesús, implica reconocerlo en los demás, en los más pequeños: «… cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40), significa esforzarse en favor de una sociedad nueva y diferente. En el samaritano -como destaca Rocchetta- Jesús no presenta únicamente un buen ejemplo de vida sino un modo nuevo de ser y de organizar las relaciones humanas y la vida social; no son sólo los gestos de ayuda pequeña o limosna, sino la expresión de una elección de vida en favor del prójimo y ocupada en la construcción de una convivencia social en la que predomina la ternura y no la dureza de corazón, el respeto de la vida y el amor y no el abuso y el egoísmo. De ahí que no sea exagerado decir que en esta imagen del samaritano se tiene la carta magna de la ternura como respuesta para los discípulos y como forma de actuación concreta del amor evangélico.
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