Las personas más admiradas en la sociedad de hoy son los que saben esforzarse. ¡Cuánto sacrificio se necesita para ganar la medalla de oro en las Olimpiadas! ¡Cuánto sacrificio se invierte en llegar a ser médico, ingeniero o arquitecto de calidad! ¡Cuán admirables son las madres de familia que se sacrifican para que sus hijos tengan un hogar sano, culto y lleno de oportunidades! El sacrificio, en cualquier esfera de la vida, es un valor humano.
Pero estos «sacrificios» exteriores, llamados así por el esfuerzo que conllevan, para ser auténticos deben ser expresión del sacrificio espiritual. Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior o sin amor al prójimo. Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: «Misericordia quiero, que no sacrificio». El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos al de Cristo, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2100)
Para el cristiano, el sacrificio se abre a otra dimensión más profunda. Es un acto de la virtud de la religión: «Adorarás al Señor, tu Dios, y le darás culto». Es la forma más importante del culto externo y público; la manera más solemne y excelente con que puede honrarse a Dios. Los principales actos de esta virtud son adoración, oración, sacrificio, oblación, votos; los pecados contra ella son descuido de la oración, blasfemia, tentar a Dios, sacrilegio, perjurio, simonía, idolatría y superstición.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2099)) nos dice que es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: «Toda acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio». (San Agustín, civ. 10,6)
Pueden realizarse con distintos fines: por simple adoración a Dios (latréutico); para pedirle beneficios (impetratorio); en reparación por los pecados (satisfactorio); en acción de gracias por los beneficios recibidos (eucarístico).
Pueden ser con efusión de sangre, como los del Antiguo Testamento y el del Calvario (cruento); sin derramamiento de sangre, como la Misa (incruento).
De acuerdo con Santo Tomás, la ley natural nos dicta que el ser inferior se someta al superior honrándolo a su modo, expresándolo con signos sensibles, lo que se confirma por la práctica universal, ya que en todas las religiones hay ritos sacrificiales. Esto exige que el hombre ofrezca a Dios algunas cosas exteriores, como producto de nuestro reconocimiento, no sólo de u majestad soberana, sino también de nuestra absoluta dependencia de Él.
En la Nueva Ley, el único sacrificio verdadero y legítimo es la santa Misa, que perpetúa a través de los siglos el sacrificio del Calvario. En el sentido estricto, es una verdad de fe, expresamente definida por el Concilio de Trento. Los sacrificios del Antiguo Testamento son actualmente ilícitos, por ser meras figuras y símbolos del sacrificio del Calvario, ya que inhabilitan la fe en Cristo, como si el sacrificio redentor no se hubiese verificado aún.
Necesidad del sacrificio
Siendo el sacrificio de la Santa Misa el único verdadero y legítimo e infinitamente superior a los del Antiguo Testamento, los cristianos debemos adorar y dar culto a Dios en ella, ya que el oferente es el mismo Cristo, Hijo de Dios, y la ofrenda, su Cuerpo y su Sangre, y abarca en grado eminente los cuatro fines del sacrificio en general: adoración, de petición, en reparación por los pecados y en acción de gracias por los beneficios recibidos.
La Santa Misa es un sacrificio infinitamente eficaz, por ser el mismo Cristo quien ofrece su Cuerpo y su Sangre, además de ser perfecto y estable, porque no prefigura, anuncia o prepara ningún otro sacrificio, sino que fue prefigurado por todos los de la Antigua Ley, que, por lo mismo, han perdido ya su razón de ser y deben cesar en lo absoluto.
Los cristianos reconocemos que Jesucristo eligió para sí mismo el camino del sacrificio por amor, y como el camino de salvación para los hombres. El sacrificio es la entrega o donación de algo, por amor, en honor de Dios. Aceptando con gozo el sufrimiento, el cristiano sigue el camino de Jesús. El sacrificio cristiano es una imitación por el amor, porque el que ama quiere ser como el amado.
Algunas formas de sacrificio y donación cristianos son:
a. La celebración de la Eucaristía, el sacrificio por excelencia.
b. Las ofrendas u oblaciones: como el diezmo, las limosnas, etc.
c. Las obras de caridad y misericordia: como el apostolado y las misiones.
d. La penitencia: como el ayuno y la abstinencia y la mortificación de las pasiones y los sentidos.
e. La oración
El amor es la condición para seguir a Cristo, el sacrificio es lo que verifica la autenticidad del amor. ¡Y bien vale la pena amarle a Él que tanto nos amó!
Dios no necesita nuestro culto, ni interior ni exterior, nuestro homenaje no añade nada a Su gloria. No es esto por lo que, estrictamente hablando, debamos rendirle tributo y ofrecer sacrificios en su honor, sino porque Él lo merece infinitamente y porque es de inestimable valor para nosotros mismos.
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