En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Te adoro, Señor, porque eres mi Dios y porque todo lo que tengo lo he recibido de ti. Quiero compartir contigo estos momentos de mi día. Te agradezco todo lo que me has dado y todo lo que has hecho por mí. Tú me conoces mejor que nadie y sabes qué es lo que más necesito. Concédeme, Señor, eso que necesito y que no me atrevo a pedirte. Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor por ti. Ayúdame a llevar tu Evangelio al mundo entero y a ser un apóstol incansable de tu Reino.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 6. 12-14
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No den a los perros las cosas santas ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas.
Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por él. Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¡No echar las perlas a los cerdos! Ésta es una imagen muy elocuente. Me has dado una perla el día de mi bautismo; una perla preciosa, costosa, imposible de conseguir por mí mismo. Pero a veces no me detengo a considerar este regalo. Es como quien ha recibido un regalo, pero no lo abre para ver qué hay dentro, no lo disfruta, no le saca provecho. Simplemente lo tiene y basta.
La vida de gracia es uno de los grandes regalos que has hecho a mi vida. Es el regalo de la amistad, de la constante relación y sintonía contigo. Pero a veces no retiro del cofre este regalo, no lo contemplo, no lo aprovecho. Y en ocasiones considero este regalo como una carga difícil de soportar. ¡Qué mala visión de un regalo es ésta! Ayúdame, Señor, a valorar el regalo de mi vida de gracia. Concédeme disfrutarlo, contemplarlo, cuidarlo como el tesoro más grande que poseo y jamás arrojarlo, o perderlo en las algarrobas del pecado.
El sacrificio es el otro tema del que podríamos conversar este rato. El sacrificio, si vamos a su etimología, proviene de sacro (sagrado) y de facere (hacer). El sacrificio es un acto sagrado, es hacer sagrado lo que hago. Desde esta perspectiva es que me invitas a seguir el camino estrecho, ése en el que todos mis actos del día se van convirtiendo en sacrificios (actos sagrados) agradables a ti.
Concédeme, Señor, un espíritu capaz de sacrificarse por ti y por los demás en cada acción de mi vida, desde las cosas más grandes como orar, amar, ayudar, servir, hasta aquellas más sencillas, trabajar, conducir, lavar, conversar, leer, estudiar. Toda mi vida puede ser sacrificio para ti.
«Recordemos la regla de oro: “Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes”. Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros».
(Discurso de S.S. Francisco, 24 de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una visita al Santísimo y en mi oración le ofreceré algún acto del día que me cueste por una intención apostólica.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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