1. Mientras Goethe se moría clamando «luz, más luz», Jesús había afirmado con solemnidad: «Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Después del Bautismo y de la presentación hecha por Juan del Cordero de Dios, y de su desierto, ayuno y oración de Cuarenta días, encarcelado Juan, comienza Jesús a predicar. Y es muy significativo que empiece a actuar en un país humillado y descreído, como acto profético anunciador de que ha venido en busca de los pobres, ¿y quiénes más pobres que los pecadores, que carecen del supremo Bien? (Mt 9,13).
2. Con la luz, podemos contemplar la maravilla del mundo. Si la oscuridad significa noche tenebrosa de talentos, de conceptos, ideas, cultura, instrumentos absolutos para vivir, no podemos vivir. La luz es sinónimo de claridad, y de fulgor; por eso, la inteligencia y el conocimiento se ven simbolizados en la luz, y decimos: Tiene muchas luces, brilla con gran luminosidad, o es de cortas luces, el Siglo de las Luces. La Revelación es luz. Luz en las tinieblas de la noche, es la antorcha que ilumina la noche, que disipa la tenebrosidad de la noche. Y en todas las religiones, al momento del descubrimiento de lo divino se le llama: «iluminación». Por eso cuando Mateo escribe: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte les brilló una luz» Mateo 4,12, usa la metáfora de la luz, símbolo de vida y de felicidad, que les trae la luz de la Palabra encarnada.
3. La tierra en sombras de muerte es Galilea, en el Norte de Palestina, donde se establecieron las tribus de Zabulón y de Neftalí. Y Mateo da la razón de la humillación o postergación en que vivían esas tribus: para que se cumpliera lo que había profetizado Isaías: «En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y Neftalí» Isaías 8,23. Eran territorios devastados e invadidos por Teglatfalasar, rey de Asiria, que deportó a su país cantidad de ciudadanos de Israel, y propició que recibieran inmigraciones de gentiles: arameos e itureos, fenicios y griegos, que inficionaron su paganismo a los nativos. Todavía en tiempo de Cristo vivían allí con los judíos muchos gentiles, atraídos por el comercio, sobre todo en las ciudades de la Galilea superior, al otro lado del mar, llamada por eso Galilea de los gentiles. Por esta razón estas tribus eran humilladas y despreciadas por los mismos judíos, porque su fe judía se había adulterado con la mixtificación religiosa. La mezcla de culturas es, por una parte un enriquecimiento, pero comporta el peligro del enfriamiento en la propia fe y la aceptación de los errores extraños. El hecho de las migraciones, causa del riesgo semejante que acarrea la democracia con la libertad de expresión, que si bien garantiza el control del poder, lanza a la palestra opiniones diversas, que sólo los espíritus maduros pueden asimilar, y sólo los más cultos permanecen inmunes ante la variedad de doctrinas. Los menos firmes y con deficiente formación, cayeron en el irenismo fácil, ayer como hoy. Es lo que les ocurrió a los habitantes de Zabulón y Neftalí y esa es la razón por la que los judíos de Judea consideraban a los galileos como judíos de inferior categoría y casi herejes. Pero el Señor «ensalzó a los humildes» (Lc 1,52), y allí comenzó a brillar una gran luz. Donde más extendidas estaban las tinieblas. Donde más falta hacía. Pero, siguiendo con la metáfora de la luz, la luz que Cristo viene a difundir, no sólo es luz para caminar por la tierra bajo la iluminación de la ley natural, sino luz para conocer al Padre Misericordioso y, animados por su amor, recibir la fortaleza y la alegría y paz para vivir según su voluntad, y conducirnos a su Ciudad, donde la Luz es la lámpara del Cordero (Ap 21,23), que antes ha disipado las tinieblas y quitado el pecado del mundo, en los que el relativismo actual nos ha introducido ya.
4. Cuando Juan fue encarcelado, Jesús se retiró a Cafarnaum, al Norte de Palestina, junto a la Galilea de los gentiles. Y entonces comenzó a predicar: «Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca». Traigo un volcán en el corazón que va a extender las llamas del amor sobre la tierra. Jesús ha respetado el ministerio y el carisma de Juan Bautista, que le ha dejado paso inexorablemente y gloriosamente y sangrientamente por su martirio. Todos debemos estar preparados para dejar paso a nuestros sucesores. Pero éste es un momento muy delicado en que se manifiesta la humildad y la disponibilidad de los hombres. Cuesta dolor. Cuesta sangre. El Cardenal Herrera Oria era un hombre eminente en santidad y en sabiduría, y cuando el Papa aceptó su renuncia de Obispo de Málaga, no pudo ocultar su sufrimiento hasta el punto de comentar ante sus familiares. ¡Cuánto cuesta!, dijo Don Angel Herrera Cuando el Cardenal Suenens, gran Arzobispo de Malinas y papable en el Cónclave para suceder a Juan XXIII, propuso en el Concilio la idea de la jubilación de los Obispos. En el descanso, tuve que tomarme el café en soledad. Por otra parte el ejemplo de Jesús también nos tiene que hacer reflexionar. Lo que a los hombres les nace es querer romper el Anillo del Pescador de su antecesor, como hacen en Roma cuando muere un papa. Cada uno lo hace como puede. Se ignora todo lo hecho y se pretende comenzar de cero. Como si la Iglesia comenzara con uno. ¡Qué tontería! Hay que aceptar lo que nos han dejado quienes nos han precedido; poner la mano en el arado en el mismo surco que dejaron nuestros antecesores, claro que a nuestro aire y estilo, pero sin menospreciar los valores que nos han legado, aunque haya que purificar o corregir excesos o desvíos, pero con delicadeza y tacto. Jesús nos enseña a mortificar el deseo de poner de relieve la propia «personilla». El complejo de “adanismo”. El complejo de Aristóteles, que habiendo sido discípulo de Platón, procuró aparecer como el creador de su propia filosofía. Lo que les cuesta hasta a los más piadosos. «Era muy inclinada a todas las cosas de religión, confiesa Santa Teresa, pero nada a soportar cualquier ataque a mi amor propio». Es cosa llamativa que personas muy deseosas de «lanzar la red», se las vea también con un afán de protagonismo notorio. Sus actos, por muy vistosos que sean, llevan gusano dentro, y poco bien harán. Porque éste es otro fallo de la evangelización en la actualidad: se habla y se exhorta a hacer, pero se prepara poco al agente de la acción, cuando es sabido, pero olvidado, que siendo instrumentos de Dios, cuanto más identificados con el autor principal, más eficaces resultan. No está la cosa en hacer, sino en cómo hacer y qué hacer. Y la identificación con Dios sólo la obra el ejercicio de las virtudes, sobre todo el de la humildad.
5. El mensaje de Jesús enlaza con el de Juan, con la diferencia de que Juan lo anuncia cerca, y Jesús lo anuncia presente. Si nos convertimos, si le seguimos, El nos curará de nuestras enfermedades y dolencias morales: materialismo, sensualidad, avaricia, ambición, soberbia. El curará al mundo de todos sus pecados, y el seguimiento de su palabra será la salvación de todos los males de los hombres. Esta es la Buena noticia. Quien acepte a Jesús en su palabra, ya está en él el Reino de Dios.
6. Nuestra conversión ha tenido esta semana un signo: el de la unidad. A estas alturas, comenzado ya el siglo XXI, resulta amargo comprobar la separación de los cristianos: Aún resuenan las palabras apelantes a la unidad y a la superación de las discordias, de Pablo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Pedro, yo soy de Apolo, yo soy de Cristo. ¿Está dividido Cristo?» 1 Corintios 1,10. Es un escándalo que los cristianos estemos separados. Y por eso hemos rezado y debemos rezar. Desde el siglo IX, Patriarcas d Oriente empezando con Focio, siguiendo en el siglo XVI con Lucero, Luteranos, Calvino, Hus, Anglicanos, Episcopalianos y Católicos. ¿Y los católicos, cómo andamos de unión?: ¿No andamos todavía con el «yo soy de Pedro, yo de Pablo, yo de Francisco? A éste lo promocionamos porque es de los nuestros y al otro lo arrinconamos porque sigue otro camino? «Que sean todos uno como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo, para que el mundo crea que tu me has enviado» (Jn 17,21).
7. «Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres». Dios quiere salvar a todos los hombres; que sean felices en totalidad y plenitud, sin ningún vacío. Por eso el Padre Misericordioso, envía a su Hijo obediente. Se hace hombre y busca hombres. Eran pescadores y les dice que no van a cambiar de oficio, sino de «peces». Les hará pescadores de hombres. Cuando hablamos de pescadores, casi todos pensamos en el pescador solitario, sentado quieto a la orilla del río, esperando que pique el pez. Ni Simón, ni Andrés, ni Santiago ni Juan, tenían esa idea del pescador idílico, paciente y lento, seguro y sin riesgos. Ellos sabían que pescar era una cosa muy seria. Que no se podían quedar en la orilla; que había que subir a la barca, y remar mar adentro. Que a veces soplaban vientos fuertes y huracanados; que era necesario sujetar a veces las velas; que también en ocasiones se está a punto de hundirse; en fin, sabían por experiencia que el oficio de pescador no es fácil, ni cómodo. Que había que arremangarse. Hay que luchar con los elementos que, no todos son predecibles por los meteorólogos, pues son manejados por los espíritus malignos. Por eso Jesús buscó pescadores, quizá era el oficio de más alto riesgo en su tierra entonces, para comenzar con ellos la conquista del Reino. Si después llamó a un burócrata, Mateo, fue porque ya tenía asegurados a los hombres valerosos, aguerridos y fuertes, aunque rudos, y con vistas a escribir su evangelio.
8. A pesar de todo, ¡qué poder de persuasión desarrolló Jesús, que, «inmediatamente dejaron las redes y le siguieron»!. Hoy sigue llamando. Los que ya recibimos su llamada un día lejano, sabemos, como aquellos de las orillas del lago, que sin riesgos no hay pesca, que disimulando nuestra condición de pescadores, no somos más eficaces; que hay que jugarlo todo a la carta del amor; que no podemos quedarnos en un reducto de seguridad, en el sitio conocido donde nos manejamos como por inercia y rutina. Que hay que «mojarse» (nunca mejor dicho hablando de pesca y de lago y de mar). Que los grandes pescadores, se embarcaron hacia Roma y Pablo naufragó y estuvo tres días en el mar, y Xavier se embarcó hacia el Japón, donde en pocos años encanecieron sus cabellos de tanto sufrir, y Calasanz se fue a Roma en busca de niños a quienes evangelizar, y Teresa de Jesús, niña aún, se quiso ir a tierra de moros a que la descabezasen por Cristo… y no los tenía tan lejos… Los encontró con peores entrañas que si no fueran cristianos. Cuando San Ignacio comenzó a predicar sus Ejercicios Espirituales y lo encarcelaron por eso, comentó: «No pensaba yo que fuera tan peligroso predicar a los cristianos a Cristo» ¿Seguimos?… Nuestra vocación de pescadores va dirigida a todos los hombres y mujeres y no podemos contentarnos con «salvar nuestra alma». «Tengo un alma que no muere / y la tengo que salvar»… Y es verdad. Pero no toda la verdad. Son todas las almas las que Dios quiere salvar. «Ese camino está abierto a todos y, por tanto, no es vano el deseo de establecer una fraternidad universal», dice la Gaudium et Spes, en el número 22. Y la falta de celo por las almas indica escaso amor. «Qui non zelat non amat». Quien no tiene celo es porque no ama, dice San Agustín. Y cuando se ama, brotan tantas iniciativas, y es capaz uno de meterse en tantos peligros, y de embarcarse en tantas empresas. «El amor es más fuerte que la muerte» (Cant 8,6).
9. Con la alegría de haber encontrado la luz, y con el deseo de difundirla hasta el confín de la tierra, recemos con el salmista nuestra confianza: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?» Salmo 26.
10 Que el comer el mismo pan y beber el mismo cáliz de la sangre divina nos haga instrumentos de unidad: donde haya odio, pongamos amor, donde haya guerra, sembremos la paz, donde haya separación, unión. Y de luz: Donde haya tinieblas sembrar luz. Difundir la luz. Que no nos pueda seguir diciendo Paul Claudel: “¿Qué habéis hecho de la luz, los portadores de la luz?”. Con la protección de la Madre de los Apóstoles, María.
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