Tras los sucesos de Jerusalén y la primera predicación en Judea, Jesús vuelve a Galilea situando Cafarnaúm, a orillas del Lago Genesaret, será el centro de una intensa acción para dar a conocer el evangelio del Reino, todo ello acompañado de múltiples milagros. «Cuando vino a Galilea, le recibieron los galileos porque habían visto todo cuanto hizo durante la fiesta en Jerusalén, pues también ellos habían ido a la fiesta» (Jn)
Todos acuden a la sinagoga
Antes de predicar en las diversas poblaciones galileas, acude a Nazaret, en donde ha vivido unos treinta años, -toda una vida de trabajo-, sin ningún signo externo que pudiese dejar entrever ni su misión, ni su personalidad. Muchos del pueblo han presenciado los sucesos de Jerusalén, y también han llegado ecos de algunas de las curaciones realizadas, junto a la predicación del esperado Reino de Dios. La expectación, curiosidad y recelo, eran, pues, grandes; todos quieren saber directamente qué pasa, y oírselo decir a Él mismo, su paisano, su pariente. Y acuden todos a la sinagoga.
Jesús «llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó a leer. Entonces le entregaron el libro del Profeta Isaías, y abriendo el libro dio con el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para promulgar el año de gracia del Señor. Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos los ojos en Él»(Lc).
Gran conmoción
El silencio, la atención y los pensamientos –incluso- de los que estaban allí eran intensos. Los de más edad le habían visto durante treinta años como uno más junto a sus hijos; nada extraordinario había hecho, ni siquiera había asistido a las escuelas rabínicas más importantes; era un artesano como los demás; era el hijo de José, que había muerto hacia poco tiempo y su madre, María, estaba viviendo en el pueblo. Sus parientes tendrían, si cabe, una sorpresa mayor que los demás, porque le conocían más. Sabían lo bueno que era, pero nunca les había manifestado nada respecto a su mesianidad; ni siquiera algunas tendencias proféticas; era tan normal como ellos. Entonces Jesús empieza a hablar y sus palabras les llenaron de estupor: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir» (Lc). La conmoción fue grande; era cierto lo que se decía de él, no eran sólo habladurías; este Jesús, tan conocido, se declara el Ungido de Dios, el Cristo, el Mesías anunciado por los profetas. Y dice que con Él, hoy mismo, comienza el año de gracia profetizado por Isaías. Quienes le escuchan no se pueden quedar indiferentes, tienen que decir si le aceptan o le rechazan. El estupor se hace general.
Muchos lo admiraron, otros no lo aceptan
La sorpresa de los presentes la narran los evangelistas con expresiones encontradas. No hay una reacción unánime, como, de hecho nunca la habrá en torno a Jesús. De entrada «todos daban testimonio en favor de Él, y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca»(Lc) y «quedaron llenos de admiración». Pero enseguida aparecen reacciones opuestas: muchos no aceptan sin más el testimonio que da de sí mismo piensan que le conocen y no entienden de donde le venía aquel modo sabio de hablar: «¿De dónde le viene a éste esta sabiduría y los milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y sus parientes Santiago, José, Simón y Judas? Y sus parientes no están todas entre nosotros? Pues ¿de dónde le viene esto?»(Mt y Mc).
El pueblo se divide
Lo más lógico es que, si no encontraban una explicación natural a su sabiduría ni a sus milagros, existiese una explicación sobrenatural; pero no les resulta fácil creer que uno de los suyos fuese el Mesías. Y se dividieron entre ellos. La mayoría «se escandalizaba de Él»; otros le pedían milagros, con incredulidad. Algunos -como Santiago y Judas Tadeo- creyeron en Él y se contarán entre sus Apóstoles; también la madre de estos dos apóstoles cree y estará con las santas mujeres al pie de la cruz. Pero una fuerte mayoría se enfureció contra Jesús «lo arrojaron de la ciudad, y lo llevaron a la cumbre de la montaña sobre la que estaba edificada para despeñarle. Pero Él pasando por medio de ellos, seguía su camino»(Lc). Es la primera reacción en contra de una cierta consideración, y sus frutos serán amargos pues «no podía hacer allí ningún milagro, sino que impuso las manos a unos pocos enfermos y los curó» (Mc).
Jesús «se maravillaba de su incredulidad». Una frase del Señor ha pasado a ser una sentencia de valor universal y la refleja: «Un profeta sólo es menospreciado en su patria, entre sus parientes y familia»(Mt, Mc, Lc).
La escena de Nazaret es fuerte. Los amigos del Señor, la mayoría de los que han convivido con él y sus parientes no le comprenden, e incluso le expulsan de la ciudad hasta el punto de que algunos exaltados quieren matarle. La conducta de los nazarenos manifiesta algo común a todo hombre: resulta difícil superar los esquemas humanos acostumbrados. Los nazarenos y los parientes de Jesús no se sienten con fuerzas para dar el salto de fe necesario para creer que uno de ellos es el Mesías. Es lógico que Jesús sienta un dolor considerable al ver tan poco amor en aquellos a los que quiere de una manera especial. María Santísima también sufriría intensamente; Ella tuvo que permanecer allí cuando se marcha Jesús y recibiría las recriminaciones de los que no entienden a su Hijo.
Tiempo de gracia y misericordia
Y Jesús marcha de Nazaret con el anuncio del año de gracia concedido a los hombres. Ciertamente, todo el tiempo que vive Jesús va a ser un tiempo de gracia. Será un año de misericordia para todos los que acepten la predicación que se va a realizar de un modo activísimo en todo Israel, primero en Galilea, pero también en Judea, Samaría y territorios limítrofes.
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