En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, concédeme aprender de tu Santísima Madre la mejor forma de amar a mi prójimo y de amarte a ti.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten, así, como discípulos míos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Tiempos interesantes son estos en que nos encontramos. Las circunstancias del mundo nos han permitido experimentar de un modo muy concreto nuestra propia debilidad, nuestra pequeñez. Es como si los sarmientos hubieran enfrentado una plaga desconocida. Sin embargo, la vid no ha quedado dañada, y el viñador continúa cuidando de ella con el mismo esmero, con el mismo amor.
Contemplemos a ese viñador. Cada día, al despuntar el alba, se dirige a su viña. La conoce al derecho y al revés. Ninguna de sus características escapa a su vista. Sabe cuándo es necesaria más luz, cuándo hace falta algún nutriente, cuándo la vid crece sana, cuándo es el momento de la madurez y cuándo el tiempo propicio para la vendimia. Sí, el viñador no tiene ojos más que para su viña. Ella es el fruto de sus manos, a ella está dedicada toda su atención.
Jesucristo no pudo haber empleado una mejor imagen para describir a su Padre, para describirse a sí mismo y para describirnos a nosotros. Es de todos conocido que sólo una viña bien cuidada puede dar como resultado un vino de calidad. ¡Imagina cuánto puede hacer Dios con cada uno de nosotros, pequeños sarmientos! Sólo hay una condición: permanecer unidos a la vid. Esto es: vivir en la libertad y gloria de los hijos de Dios, acoger su amor y perseverar en la correspondencia a su gracia.
Permanecer. Hemos celebrado la Pascua no hace mucho tiempo. La sangre y el agua brotados del costado abierto del Sagrado Corazón de Cristo nos han purificado. Ya estamos redimidos. Mas sólo quien permanece en esa herida abierta por el amor, fructificando a su vez en frutos de amor, será llamado discípulo, será salvo.
¿Y quién mejor que la Santísima Virgen, a quien hoy conmemoramos bajo la advocación de nuestra Señora de Fátima, para mostrarnos el camino? Ella fue maestra en el arte de la permanencia en el amor, aprendiendo de los momentos de convivencia con su hijo en el hogar de Nazaret, graduándose en la escuela del Calvario, y perfeccionando la técnica en los días en que Jesús había ya ascendido de vuelta al Padre. Ella es la mujer que permanece en el Corazón de Cristo. Ella es el sarmiento que ha dado el mejor vino posible.
«Nunca debemos dejar de advertirnos mutuamente de la tentación de la autosuficiencia y de la autosatisfacción, como si fuéramos Pueblo de Dios por nuestra propia iniciativa o por nuestro propio mérito; no, de verdad, nosotros somos y seremos siempre el fruto de la acción misericordiosa del Señor: un Pueblo de orgullosos hechos pequeños por la humildad de Dios, un Pueblo de miserables enriquecido por la pobreza de Dios, un Pueblo de malditos hecho justo por Aquel que se hizo “Maldito” colgado del madero de la cruz. Nunca lo olvidemos: “separados de mí no podéis hacer nada”. Lo repito, el Maestro nos dijo: «¡separados de mí no podéis hacer nada!».
(Discurso de S.S. Francisco, 7 de marzo de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Ofreceré el rezo del Rosario pidiendo a la Santísima Virgen que me alcance de su hijo la gracia de permanecer siempre unido a Él.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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