Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves en la vida humana. En la enfermedad el hombre experimenta su impotencia, sus límites, y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte (Catecismo de la Iglesia Católica, 1500). La enfermedad puede conducirnos a la angustia, al repliegue sobre nosotros mismos, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Pero también puede hacer a la persona más madura y ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial, para volverse hacia lo que sí lo es (Catecismo de la Iglesia Católica, 1501).
El sufrimiento y el dolor pueden ayudarnos a crecer como personas, a superarnos y a madurar. Si preguntamos a los que están a nuestro alrededor cuáles han sido las experiencias que les han hecho ver la vida con más realismo y serenidad, veremos que han sido situaciones de problemas o dificultad en su mayoría.
Las personas que han sufrido más suelen ser maduras, realistas y centradas. El sufrimiento provoca una madurez en el ser humano y en la forma de ver la vida.
Para alcanzar la madurez humana tenemos que aprender a aceptarnos a nosotros mismos con todo lo que somos y lo que nos rodea: lo bueno y lo malo, lo agradable y lo doloroso, lo cómodo y lo molesto, etc. Con una actitud optimista y positiva ante la vida, el sufrimiento puede convertirse en el motor de nuestra superación y madurez personal. Si tomamos una actitud de desesperación y pesimismo, el sufrimiento puede llegar a hundirnos.
En el Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos dice «La mujer que padecía flujo de sangre, ya desde hacía 12 años, que había sufrido mucho con muchos médicos, y que había gastado todos sus bienes sin provecho alguno antes bien yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto pues decía: ´si logro tocar aunque sea sólo sus vestidos me salvaré´. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal». (Mc 5,25)
Ésta es la realidad, también, que debemos vivir los cristianos. La enfermedad nos debe hacer buscar y volver a Cristo. Buscar, encontrar a Cristo y tocarle; experimentar la vida, que es Él mismo. Para que el sufrimiento sea realmente instrumento de bien para nuestra salvación, para que nos salvemos, necesitamos esta dimensión sobrenatural.
Para profundizar: Salvici Doloris, Carta apostólica sobre el sufrimiento humano
¿Por qué existe el mal, el dolor, la enfermedad? Con mucha frecuencia el sufrimiento nos empuja a la búsqueda de Dios, a un retorno a Él y ésto sucede precisamente por experimentar en nosotros nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra pobreza como seres humanos que nos lleva a darnos cuenta de la necesidad que tenemos de Dios, de nuestra impotencia y de los límites de nuestro ser. Por lo tanto, necesitando a Dios volvemos hacia Él.
El sufrimiento debe ayudarnos a acercarnos a Dios. Así que, cuando encontramos a una persona que sufre debemos ayudarle a reconocer en su vida lo que Dios ha hecho, y lo que Dios puede ir realizando en el. Incluso, ¿por qué no? hacia la esperanza de recobrar la salud, cuando el sufrimiento es debido a una enfermedad, pues los milagros sí existen. Nosotros, como cristianos, debemos ayudar a los enfermos a vivir su enfermedad de un modo cristiano, ofreciendo sus incertidumbres, sus dificultades ante el dolor.
Algunas personas piensan que el sufrimiento es un castigo de Dios por nuestros pecados.
Los discípulos de Jesús, al curar al ciego de nacimiento, le preguntaron quién había pecado, si el ciego de nacimiento o sus padres, Jesús les respondió: «Ni él pecó ni pecaron sus padres, es para que se manifiesten en él las obras de Dios´»(Jn 9,2).
Aquí tenemos una realidad de la vida humana incluso desde los tiempos antes de Jesús: el concepto de la enfermedad como un castigo de Dios. Por eso los apóstoles pensaron que este señor, aunque nació ciego, de alguna forma habría pecado. ¿Cómo es posible que un bebé, que un niño, todavía no nacido, pueda pecar? Y si no puede pecar, ¿cómo es que tuvo la ceguera? ¿como castigo de Dios?
Jesús deja claro que no es por haber pecado que hay enfermedades, sino para que se manifiesten las obras de Dios en las personas. La enfermedad y la muerte son grandes oportunidades para unirnos a la misión salvadora de Cristo, quien asumió el sufrimiento volviéndolo instrumento de amor, de redención, de testimonio del amor del Padre.
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