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El perfume de la santidad se llama apostolado
Identidad

El perfume de la santidad se llama apostolado

EL PERFUME DE LA SANTIDAD

El apostolado

INTRODUCCIÓN

            El apostolado es un medio importantísimo para la propia santificación y para la santificación de los demás. Solamente cuando somos capaces de entregar a los demás lo que profesamos con los labios y el corazón, podemos decir que estamos realmente identificados con Cristo.

            El apostolado es ser apóstol, predicar el evangelio y confirmarlo con el testimonio de la caridad, como nos ha ordenado Jesucristo después de su resurrección: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Marcos 16, 15).

 

1.         ¿QUÉ ES EL APOSTOLADO?

            Es llevar el mensaje de Cristo a nuestro alrededor. El apostolado es dar razón de nuestra fe, como nos dice san Pablo. Es entregar a los demás lo vivido y contemplado en la oración. Es el derramamiento al exterior de nuestra vida espiritual e interior, para que también se beneficien los demás de la acción de la gracia divina en nosotros.

            El apostolado es poner a las personas delante de Jesús para que Él las ilumine, las cure, las consuele, como hicieron aquellos con el paralítico (cf. Mc 2, 1-5). Ellos pusieron al paralítico delante de Jesús y Jesús hizo el resto.

            Los que llevaban al paralítico tuvieron que sortear muchas dificultades. Así también nos pasará a nosotros en el apostolado. Pero hay que vencerlas, hasta poder llevar a los hombres frente a Jesús. Ellos vencieron la barrera con su decisión, con su ingenio, con su interés: metieron al paralítico por el techo.

 

2.         ¿QUIÉN DEBE HACER APOSTOLADO?

            Todo cristiano, por ser bautizado y confirmado, está llamado a hacer apostolado. Desde el bautismo estamos llamados a ser santos y a santificar a los demás. Y, ¿cómo vamos a santificar a los demás, si no hacemos apostolado?

            Las exigencias del bautismo se refuerzan con el sacramento de la confirmación, que nos hace soldados y apóstoles de Cristo y nos da fuerza para llevar por todas partes el mensaje salvador del Señor.  No podemos desentendernos de nuestros hermanos, los hombres. Si de verdad amamos a Dios, deberíamos sentir arder en las propias entrañas el fuego del apostolado. Decía santa Teresita del Niño Jesús: “Una sola cosa deseo: hacer amar a Dios”. Esto es el apostolado.

3.         ¿PARA QUÉ HACER APOSTOLADO?

            Para que todos lleguen al conocimiento de Dios, de su santa Ley y puedan alcanzar la salvación eterna y así crear la civilización del amor en nuestro mundo.

            Lo importante es que Cristo sea anunciado, conocido y amado. En el apostolado no se va a cosechar triunfos personales, ni a ser la figura principal: sólo Cristo cuenta. No podemos ser como aquellos que “se preocupan más de hacer un buen papel ante el auditorio ingenuo que de trabajar por su salvación” (Benedicto XV, “Humanum genus).

            Nos dice san Ambrosio: “no te engrías si has servido bien, porque has cumplido lo que tenías que hacer. El sol efectúa su tarea, la luna obedece; los ángeles desempeñan su cometido. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles dice: yo no merezco el nombre de apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15, 9).

4.         ¿DÓNDE HACER APOSTOLADO?

            En todas partes y en todos los campos: familiar, profesional, educacional, social, político, medios de comunicación social etc. El Papa Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris missio nos habló largamente de todos los campos donde hay que llevar la misión del Redentor, habla de los nuevos areópagos modernos: los medios de comunicación social.

5.         ¿CÓMO HACER APOSTOLADO?

            Con humildad, pues somos instrumentos. Sin humildad, no se puede ser apóstol. Esta humildad se manifiesta de muy diversas formas: rectitud de intención, rechazar los deseos de vanidad y vanagloria, no querer ser la figura principal y, sobre todo, tener muy presente que es Dios quien convierte a las almas.

            Con ilusión y alegría, pues transmitimos la Buena Nueva.

Con respeto a la libertad de las personas, pero con voluntad y espíritu de abnegación.

Sin desanimarnos. Las gentes que deseamos llevar a Dios no tienen a veces deseos de moverse, surgen imprevistos, barreras en el camino hacia Jesús. No nos olvidemos: si amamos a Jesucristo, si tenemos fe en Él, espíritu de iniciativa y constancia, todo lo podremos.

            Dijo el Papa Pablo VI: “Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca, sin embargo, por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, despego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (Evangelii nuntiandi 76).

                      En el apostolado hay que enseñar todas las verdades de la fe, incluso las más exigentes, sin callar o desvirtuar nada. San Pablo habló de todo: de la humildad, de la abnegación, de la castidad, del desprendimiento de las cosas terrenas, de la obediencia, de la autoridad. Y no temió dejar bien claro que es necesario elegir entre el servicio de Dios y el servicio de Belial, porque no es posible servir a los dos. Que todos, después de la muerte, habrán de someterse a un juicio tremendo. Que nadie puede mercadear con Dios. Que de Dios nadie se burla. Que sólo se puede esperar la vida eterna si se observan las leyes divinas.

 

Jamás el apóstol debe omitir estos temas, por el simple hecho de ser duros.

            Quien predica a Cristo tendrá que acostumbrarse en ocasiones a ser impopular, a ir contra corriente, si verdaderamente busca la salvación de las almas y la extensión del reino de Cristo. ¿Desde cuándo un médico da medicinas inútiles a sus pacientes, por el simple hecho de que las útiles les van a saber desagradables al paladar?

            Y todo esto con prudencia, con oportunidad, haciendo amable y atrayente la doctrina del Señor. Porque tampoco se atrae a los demás a la fe siendo intempestivos, sino con cariño humano, con bondad y con paciencia.

6.         ¿QUÉ ME ENSEÑA EL APOSTOLADO?

            Enseña a luchar y sufrir por Cristo y la salvación de los hombres, nuestros hermanos. Enseña a ver cuánto es dura la resistencia y oposición a la gracia por parte del egoísmo del hombre y también a apreciar la obra maravillosa del Espíritu Santo en el alma de cada hombre. Enseña a comprender un poco más la cruz del Salvador y a identificarse con su amor maravilloso, gratuito y generoso. Enseña a desprendernos de nosotros mismos, a tener que superarnos, hacer a un lado nuestros puntos de vista y manera de ser, a limar nuestros defectos, para encontrarnos realmente con los demás. Acelera los progresos en la vida cristiana.

7.         ¿QUÉ IMPLICA EL APOSTOLADO?

            Militancia. Militancia es todo lo contrario a apatía, pereza, indiferencia, mediocridad, despreocupación, egoísmo. Militancia significa moverme, salir de la cueva de nuestras cosas para dar algo a los demás. Militancia significa entrega, generosidad, sin temor a desgastarnos, con la seguridad de enriquecernos más, cuanto más nos damos. Militancia significa luchar, pues la vida no es un lago tranquilo, sino un río; y a quien no nada, se lo lleva la corriente y no alcanza la ribera. Militancia es conciencia de aprovechar el tiempo para el Reino, para Dios y para el prójimo; el santo no pierde tiempo en futilidades, no se concede comodidades, ni descanso más allá de lo necesario; va eliminando en su vida todo lo superfluo.

            Es el amor quien nos impulsa a la militancia. Si no hay amor, no hay militancia, no nos moveremos, no haremos nada por Dios, por Cristo, por la Iglesia, por los demás.

            La militancia brota cuando tenemos conciencia de la fuerza del mal en el mundo y queremos tratar de detenerla, de luchar contra ella, para contrarrestar esa fuerza del mal con la fuerza del bien, proveniente del mensaje de Cristo.

            Esta militancia nos hará estar al día en todos los problemas del mundo y de la Iglesia, estudiarlos, analizarlos, para después tratar de poner soluciones. Nos hará conseguir la preparación más adecuada, pues la gracia de Dios no suple nuestras negligencias, sí nuestras deficiencias, provenientes de nuestras limitaciones humanas.

            La militancia en el apostolado nos exige programación, para que el apostolado sea eficaz, y no se den golpes al aire. Esta programación supone tener unos objetivos claros, poner los medios adecuados y hacer un calendario. Naturalmente una buena programación requiere también una revisión periódica, con balance y actualización de los medios y del calendario. La evangelización no se debe improvisar; las cosas de Dios son serias y hay que programarlas para llevarlas a cabo con eficacia.

            Esta militancia abarca la vida espiritual, la vida profesional, la vida familiar y la vida apostólica.

8.         CAMPOS CONCRETOS DE APOSTOLADO

            Hay tantos campos donde se puede hacer apostolado. Aquí el ingenio del amor hará surgir miles de formas de apostolado: la catequesis, las misiones, la familia, la gente carenciada, la adolescencia y la juventud, los medios de comunicación social, los profesionales, el campo de la política, etc.

            Que nadie diga que no tiene tiempo de hacer apostolado, pues sería como decir que no tiene tiempo de ser cristiano.

 

CONCLUSIÓN

            El apóstol se hace y se fortalece en la unión con Cristo. Siempre se cumplen sus palabras: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Con Él todo lo podemos; nuestra vida es capaz de iluminar y arrastrar a los demás, incluso en los ambientes más difíciles, o en medio de grandes tribulaciones.

La historia de la Iglesia, de todas las épocas, ha sido un vivo ejemplo. Los primeros cristianos lograron que la fe penetrara en poco tiempo en las familias, en el senado, en la milicia, en el palacio imperial: “Somos de ayer y llenamos ya el orbe y todo lo vuestro, ciudades y caserones, fortalezas y municipios y burgos, campamentos y tribus, y la milicia, la corte y el senado y el foro” (Tertuliano). No tenían apenas medios y cambiaron un mundo pagano, al que se le veían pocos resortes para su conversión.

            En un mundo que se presenta en muchos aspectos como pagano “se impone a todos los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la revelación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra” (Concilio Vaticano II, “Apostolicam Actuositatem, n. 5).

Evidentemente, la primera obligación será, de ordinario, orientar nuestro apostolado hacia las personas que Dios ha puesto a nuestro lado, a los que están más cerca, a los que tratamos con frecuencia. Pero esto no basta: hay que salir del círculo de nuestros conocidos, pues hay muchos que nos esperan, incluso más allá de nuestras fronteras.

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