En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Permíteme encontrarte, Señor Jesús. Tú, que me has dado una misión en la Iglesia y en la sociedad, dame tu luz para saber qué debo hacer. Concédeme también tu gracia y apoyo para realizar tu voluntad. Gracias, Señor, por haberme llamado a ser tu testigo y confiar en mí. Así sea.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrogarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos». El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La oración es un encuentro personal con Cristo. Y hoy le debemos este encuentro a san Marcos. Él pudo acompañar a Pedro y Pablo en sus viajes apostólicos. Escuchó atentamente su anuncio de la Buena Nueva y puso todo en un libro, el Evangelio. San Marcos nos ha dejado un maravilloso testimonio de Jesús. Y dos mil años después seguimos nutriéndonos con lo que escribió.
A nosotros nos toca escribir también un Evangelio para transmitir a las generaciones que vienen; pero no en papel, ni en formato electrónico, sino con la propia vida. Así fue el Evangelio que predicó san Pedro y el resto de los Apóstoles: dejaron su casa en Galilea para estar con el Señor. Tres años después, son testigos de su pasión, muerte y resurrección. Se encontraron así con aquél que es el Camino, la Verdad y la Vida. Y no podían callar este encuentro; a los cincuenta días de la Pascua salieron a las plazas y las calles de Jerusalén para anunciar la salvación que nos trajo Cristo.
Como su maestro, curaron paralíticos, expulsaron demonios, resucitaron muertos. Pero, sobre todo, fundaron la Iglesia, un signo ante el mundo de “un solo corazón y una sola alma” (He 4, 32). Años más tarde, incluso en Roma se hablaba de los cristianos: “Mirad cómo se aman”. Como dice el Papa Francisco: «Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy.» (Homilía, 3 de abril 2016).
Es tarea personal, sí, pero ¿depende todo de nuestras fuerzas? Ciertamente que no, y por eso le pedimos todos los días, «¡Venga tu Reino!» Nos dice el Evangelio de hoy: «El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Y siempre lo hace, si somos dóciles a su acción.
«Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy. Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, exhaló sobre ellos el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría».
(S.S. Francisco, 3 de abril del 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy daré una limosna para ayudar a los pobres.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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