¿Quién no ha dicho tantas veces en la vida: “Quisiera que ese momento no terminara…”, “que no te fueras de mi vida”, “que se congelara ese instante”, “que esta experiencia no se acabara”, “que ese amor permaneciera por siempre”?
Anhelos que de algún modo manifiestan los deseos más profundos del corazón humano.
Aunque nos encontremos en una cultura donde lo “express” se cuela por todas partes, la búsqueda por lo permanente está sutilmente infiltrado en todo lo que realizamos; deseamos que nuestras iniciativas permanezcan, que nuestra creatividad impregne su marca en el mundo, que nuestras ideas de alguna manera influyan y provoquen un cambio…sin embrago, toleramos (no sin cierto grado de frustración) que nuestras iniciativas, proyectos e ideas puedan fracasar, lo que no toleramos tan fácilmente es que el amor, cuando se trata de un verdadero amor, no permanezca…
De hecho, creo que muchos hemos experimentado ansiedades frente a todo aquello que se relacione con la palabra “abandono”. Una palabra que genera miedo e inseguridad.
En el horizonte del amor, el abandono es una amenaza que nos atemoriza profundamente.
Deseamos permanecer en el corazón de las personas que amamos. Es la garantía que quisiéramos tener de nuestros seres más queridos, permanecer en el corazón de nuestros padres, de nuestros hermanos, amigos, novio(a), esposo(a), hijos…que nada pudiera separarnos, ni las propias limitaciones, ni los malos momentos, tampoco nuestros fallos…que pudiéramos ser tan libres en ser lo que verdaderamente somos, con la total seguridad que no hay nada, NADA, que pudiéramos hacer para que nos amaran menos. Un amor incondicional es lo que todos deseamos.
Ese mismo deseo, está también presente en el corazón de Dios: “Permanezcan en mí”, y a su vez, nos ofrece su garantía: “ y yo en ustedes”. Él quiere una relación de permanencia, porque es la característica propia del que ama. Hemos escuchado muchas veces, tal vez incluso como un eslogan: “Dios es Amor”. Si esa es su definición por excelencia, podemos decir que Dios es Permanencia. Siempre está y su manera de estar es amando. Por lo mismo, encontramos estas palabras tan reveladoras del corazón de Dios en Isaías 49, 15:
“ ¿Acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré.”
Nuestros deseos de permanecer en el amor, manifiestan verdades profundas de nuestra esencia como seres humanos: Estamos hechos para un AMOR que permanece eternamente y que somos AMADOS de manera incondicional, puesto que no hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame menos… “¡Yo no te olvidaré!”.
Me pregunto: ¿Qué pasaría si pusiéramos menos condiciones para amar de verdad? Tal vez esa sea una de las fuentes principales de nuestras “frustraciones”. Una vez escuché a un sacerdote que decía: “Las expectativas son semillas de frustraciones”. Descargamos nuestras expectativas en las personas que amamos y terminamos siendo victimas de las expectativas que nos hemos fabricado sobre ellas.
De hecho, Dios no tiene expectativas puestas en nosotros…tiene Esperanzas. Si depositáramos más la esperanza en los que amamos, se abriría un camino muy amplio para peregrinar sobre la senda del verdadero amor, que es aquel que todo lo espera.
Si deseamos permanecer en el amor, permanezcamos en el deseo de amar.
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