Por: Redacción | Fuente: accionfamilia.org
Una curva de la historia: del “está prohibido prohibir” al “está permitido prohibir”
“Consiéntales todo, no los cohíba en nada; no corrija en lo más mínimo a sus hijos”, proclamaba —ad nauseam— la llamada “educación moderna” de escuelas pedagógicas, psicológicas y siquiátricas, que surgieron alrededor de la década de los 60. No reprimir ni los malos impulsos de los hijos, ni siquiera prohibirles que se chupen el dedo o que asistan a cines de dudosa moralidad, pues cualquier prohibición podría tener un efecto traumático negativo —dictaminaban los flamantes pedagogos.
El tiempo pasa, el mundo da sus vueltas… y, con el apagar de luces del siglo XX, “bellos conceptos” de la llamada “educación moderna” caen por tierra, como un castillo de naipes cimentado en la utopía. Con el desmoronamiento de esta seudo-pedagogía, nuevos conceptos emergen y pedagogos, psicoterapeutas y siquiatras, señalan que los padres deben aprender a imponer límites.
Quien trate de satisfacer todas las necesidades del niño y evitarle cualquier sufrimiento, está equivocado; sólo generará una criatura infeliz y mal adaptada. Poner límites a los hijos les obligará a adaptarse, desde muy temprana edad, a circunstancias no esperadas y, en consecuencia, a buscar alternativas. La psicoterapia actual concluye que gracias a la negativa, nuestros hijos se volverán más flexibles y creativos, aprenderán a negociar y desarrollarán mejor sus capacidades emocionales.
¿En qué consiste la educación del niño?
¿En cuidarlo, proveer a sus necesidades para no dejarle carecer de nada referente al vestido y alimento?
–No.
Quien trate de satisfacer todas las necesidades del niño y evitarle cualquier sufrimiento, está equivocado
¿Es enseñarle a leer y escribir, comunicarle los conocimientos que va a necesitar más adelante para administrar sus negocios?
– No.
La educación es labor más excelsa…
Después de mostrar que todo eso es bueno y necesario, pero de menor importancia para el niño, el padre Marcelino Champagnat explica que, debido al pecado original el hombre nace con el germen de todos los vicios.
Es un lirio [el niño], pero crece entre espinas; es una vid que necesita poda… El objeto de la educación es arrancar las espinas, podar la vid…
Educar al niño será, pues:
Corregirle vicios y defectos: orgullo, indocilidad, doblez, egoísmo, gula, grosería, ingratitud, desenfreno, robo, pereza, etc.
Ahora bien, todos esos vicios y otros semejantes han de ser ahogados en germen: hay que matar el gusano antes de que llegue a ser víbora, y remediar una indisposición antes de que degenere en dolencia mortal. Cuando asoma un defecto en un niño, basta una reprensión blanda, un castigo ligero para remediar el mal y ahogar el germen nocivo; pero si lo dejáis crecer, se convertirá en hábito que no lograréis corregir, por más que os empeñéis en ello. Los defectos y vicios incipientes a los que no se da importancia y, con tal pretexto, se dejan de reprimir, «son —dice Tertuliano— gérmenes de pecados que presagian una vida criminal».
Las espinas, cuando empiezan a brotar, no pican; las víboras, al nacer, no tienen veneno; sin embargo, con el tiempo, las puntas de las espinas se vuelven duras y afiladas como puñales; y las víboras, conforme van envejeciendo, se hacen más ponzoñosas. Sucede igual con los vicios y defectos de los muchachos: si se les deja crecer y medrar, se convierten en pasiones tiránicas y hábitos criminales que oponen resistencia invencible a cualquier intento de corrección.
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