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Dureza de corazón
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Las enseñanzas de JesúsDureza de corazón

Ha cegado sus ojos y ha endurecido su corazón, de modo que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón.

Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net

Los principales se endurecen


El pueblo –abierta y sencillamente- aclama a Cristo, y – en su mentalidad, humana- le quieren como rey temporal. Los discípulos, al convivir con Él, tienen una fe más firme y le adoran como Hijo de Dios. Pero los principales le resisten. Aunque son miles los que le aclaman, los escribas y fariseos venidos de Jerusalén, se unen a los locales y le critican por faltar a las tradiciones, no quieren oír, ni ver, lo palmario, no quieren creer. La crítica por no lavarse las manos es tan desproporcionada que clama al cielo. Jesús hasta el momento ha reaccionado con mansedumbre. Pero es frecuente que los que no buscan la verdad, confundan bondad con debilidad. Jesús actuaba así para no apagar la mecha que aún humea, ni quebrar la caña cascada. Pero ahora la mecha ya está apagada, la caña quebrada definitivamente. La ha roto el orgullo, la infidelidad, la envidia, y otros muchos pecados ocultos que, en el momento adecuado, Jesús desvelará. De momento conviene contestar a las críticas con fortaleza, para defender la fe de los débiles y para ver si ella consigue lo que no fue posible con la mansedumbre.





«Se acercaron a él los fariseos y algunos escribas que habían llegado de Jerusalén, y vieron a algunos de sus discípulos que comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavar. Pues los fariseos y todos los judíos nunca comen si no se lavan las manos muchas veces, observando la tradición de los antiguos; y cuando llegan de la plaza no comen, si no se purifican; y hay otras muchas cosas que guardan por tradición: purificaciones de las copas y de las jarras, de las vasijas de cobre y de los lechos. Le preguntaban, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen el pan con manos impuras? El les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito:


Este pueblo me honra con los labios,


pero su corazón está bien lejos de mí.


En vano me dan culto,


mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos.





Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres. Y les decía: ¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio, decís: Si un hombre dice al padre o a la madre: Lo que de mi parte pudieras recibir sea Corbán, que significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre; con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas»
(Mt).





Las tradiciones humanas


El valor de las tradiciones humanas es proteger los mandatos de Dios, para facilitar o, al menos, recordar la necesidad de cumplir los mandamientos de la Ley divina. Pero si se ponen tradiciones humanas por delante de las divinas se hace grave falta. El pecado de aquellos hombres era la hipocresía, y convenía desenmascararla, porque al revestirse de bondad y virtud, engaña al que no sabe y no puede descubrir el fondo.





Jesús reacciona con energía: para incorporarse al Reino era imprescindible creer en Él y vivir de cuerdo con los mandatos de Dios. Ya antes había advertido que «se perdonarán a los hijos de los hombres todos los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno. Porque ellos decían: Tiene un espíritu inmundo»(Mc). Y de esto se trataba, aunque pareciese que se discutía sobre la cuestión de cómo lavarse las manos para comer.





En aquellos hombres se ha dado un endurecimiento culpable. «Aunque había hecho Jesús tantos milagros delante de ellos, no creían en él, de modo que se cumplieran las palabras que dijo el profeta Isaías: ´Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?; y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?´.





Por eso no podían creer, porque también dijo Isaías: ´Ha cegado sus ojos y ha endurecido su corazón, de modo que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón, ni se conviertan, y los sane»
(Jn).





No querer aceptar lo bueno


El escándalo farisaico nace de ver cosas malas donde no las hay, con la intención de no querer aceptar lo que es bueno: creer que Jesús es el Hijo de Dios que viene a este mundo para salvarlo. Sólo los pobres, los humildes de corazón, los que tienen una actitud humilde podrán creer, pues tienen puesto su corazón en la búsqueda de Dios y no en sus egoísmos. Estos son los bienaventurados, a ellos pertenece el Reino.





Los farisos se escandalizan


Jesús dará la explicación de lo que está pasando a sus discípulos para que no se contaminen: «Y después de llamar a la multitud les dijo: Oíd y entended. Lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca: eso sí hace impuro al hombre. Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tus palabras? Pero él les respondió: Toda planta que no plantó mi Padre Celestial será arrancada. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo.





Pedro entonces tomó la palabra y le dijo: Explícanos esa parábola. El respondió: ¿También vosotros sois todavía incapaces de entender? ¿No sabéis que lo que entra por la boca pasa al vientre y luego se echa en la cloaca? Por el contrario, lo que procede de la boca sale del corazón, y eso es lo que hace impuro al hombre. Pues del corazón proceden los malos pensamientos, homicidios, adulterios, actos impuros, robos, falsos testimonios y blasfemias. Estas cosas son las que hacen al hombre impuro; pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre»
(Mt).








 



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