En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, haz fértil mí tierra para dar mucho fruto con la semilla de tu Palabra.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 8, 4-15
En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola:
“Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos, y al crecer éstos, los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena, crecieron y produjeron el ciento por uno”. Dicho esto, exclamó: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”.
Entonces le preguntaron los discípulos: “¿Qué significa esta parábola?”. Y él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
La parábola significa esto: la semilla es la palabra de Dios. Lo que cayó en el camino representa a los que escuchan la palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que, al escuchar la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba, fallan. Lo que cayó entre espinos representa a los que escuchan la palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio que meditamos hoy no necesita una explicación porque Jesús predicaba de forma tan sencilla, que quería que todos entendiéramos lo que había en su corazón. La semilla para todos es igual, ya sabemos también los diferentes tipos de tierra en que nos podemos convertir. Obviamente nadie quiere identificarse con el terreno pedregoso, o los zarzales, pero debido a nuestra naturaleza débil y pecadora, también podemos ser como estos tipos de tierra.
En primer lugar, no basta recibir la Palabra de Dios con alegría, sino que, como hizo María, debemos guardarla, no en la memoria, sino en lo más profundo de nuestro ser y actuar evangélicamente. Esto significa tener presente a Cristo en cada acontecimiento de nuestra vida cómo actuaría Él en cada momento. El ir transformando nuestra vida en Cristo es el fruto más precioso que podemos ofrecer al Padre, y la perseverancia de la cual nos habla el Señor, es la perseverancia en la fe y la santidad a la que estamos llamados.
En segundo lugar, reconocemos que no siempre es fácil vivir de acuerdo al Evangelio pero, por eso mismo, nuestro camino hacia dar el fruto que permanece no lo podemos vivir en soledad. Los primeros cristianos lo entendieron muy bien al buscar siempre el apoyo de la comunidad, de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cuando nos percatamos que nuestra tierra se está volviendo árida, nuestros hermanos, y Cristo mismo en los sacramentos, vienen a revitalizarnos.
Por último, los secretos del Reino nos son revelados por Cristo, Él quiere amar, sanar, predicar y caminar a través de nosotros como lo hizo en Jerusalén. ¡Señor ven a reinar a mi corazón!
«Él es la fuerza divina que cambia, que cambia el mundo. La Secuencia nos lo ha recordado: el Espíritu es “descanso de nuestro esfuerzo, gozo que enjuga las lágrimas”; y lo pedimos de esta manera: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas”. Él entra en las situaciones y las transforma, cambia los corazones y cambia los acontecimientos. Cambia los corazones. Jesús dijo a sus Apóstoles: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo […] y seréis mis testigos”».
(Homilía de S.S. Francisco, 20 de mayo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pondré más atención a las lecturas y a la homilía, en la próxima celebración de la Eucaristía en que participe.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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