En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, gracias por el regalo de estar aquí, ayúdame a estar con todo mi corazón.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca se le abre.
¿Hay acaso entre ustedes alguno que le dé una piedra a su hijo, si éste le pide pan? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Si ustedes, a pesar de ser malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuanto mayor razón el Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
A veces venimos con Dios y pensamos en pedirle cosas y Dios escucha, pero Dios planea algo más grande. Una relación íntima con nosotros.
Dios es un buen Padre, de hecho, el mejor de todos. Nuestra relación con Él es como la de un Padre con su hijo. Piensa en la familiaridad con la que Jesús trataba con Dios Padre. Ese es el deseo de Dios con nosotros: hijos en el Hijo. Quizá para poder entender esto mejor podríamos hacer una contemplación de este misterio. Imagínate a ti y a Dios sentados en el lugar que más te gusta. Un lugar que da paz o que evoca sentimientos de alegría. Ahí estás tú, y enfrente Dios Padre. Lo primero que haces quizá es saludarlo, le invitas a pasar y quizá le ofreces un café. Tómate este momento para estar con Dios, estar «a gusto» en su presencia.
Dios te pregunta cómo estás. Tú le preguntas lo mismo. Como cuando hablamos con una persona que amamos, cuando pregunta cómo estamos, le decimos cómo nos sentimos sin miedo a ser juzgados. Dile cómo estás. Platícale de cosas que son importantes para ti.
Después de un tiempo detente y escucha. Sí, al principio no se oye nada, pero después poco a poco en el corazón, sin palabras, se va formando la respuesta de amor de Dios Padre. Piensa que si tu tuvieras a una persona delante y te preguntara o te pidiera algo no le ignorarías. Lo mismo pasa con Dios: a veces creemos que no nos habla, pero la verdad es que Él se conmueve por la confianza de quien viene a Él.
No tengas miedo, habla de tu día, de todo lo que quieras. Si no tienes nada de qué hablar o no tienes palabras, quédate en silencio, a Dios le encanta tenerte ahí de todas formas.
«Este es el primer punto: ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguien se preocupará por ellos, de lo que comerán, de lo que se pondrán, etc. Esta es la primera actitud: confianza y confidencia, como el niño hacia los padres; saber que Dios se acuerda de ti, cuida de ti, de ti, de mí, de todos. La segunda predisposición, también propia de los niños, es dejarse sorprender. El niño hace siempre miles de preguntas porque desea descubrir el mundo; y se maravilla incluso de cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración —pregunto— ¿nos dejamos maravillar o pensamos que la oración es hablar a Dios como hacen los loros?».
(SS Francisco, Audiencia, 15 de noviembre de 2017).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una lista de las cosas que me preocupan, me inquietan; de las personas que amo, de las personas con las que me cuesta relacionarme, y al final del día las pondré en manos de Jesucristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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