Te quiero con locura. Vivir es seguirte viendo.
Cada palabra que escribo, cada libro que leo,
me hablan sólo de ti. Y de Dios por ti.
Cada vez que te miro -tan mujer, tan femenina- admiro más todo
lo que es tuyo y que, por amor, es para siempre mío.
Y admiro todavía más aquello que mirar no puedo,
pero que sí siento: tu gran corazón. Suya es la melodía
que conmueve por entero mi existencia. Amor:
no tengo otra razón para vivir, no vivo por otra razón.
Estamos hechos de amor, estoy hecho de ti y para ti.
Amar y ser amado. ¿Qué más desnuda verdad
puede anhelar mi alma? Cualquier otra sabiduría es vana.
Ni la mismísima poesía acierta a expresar del todo
un poco de su inefable don. Amar y ser amado,
en esto se conoce que el hombre es inmortal. Cada gesto
se prolonga en su virtud, atesora una luz que transforma
en infinito su valor. Amar y ser amado es dar cumplida respuesta
al anhelo de nuestras vidas. Nada es igual para el que ama.
¿No ves el resplandor que nos rodea y es, a la vez, interior?
Quisiera ser -sólo para ti- pintor. Y poder así dibujarte
hasta la saciedad. Mejor dicho: hasta la santidad.
En ocasiones enmudezco porque Dios me devora por dentro.
No hablo porque busco escuchar en lo secreto.
Y a veces me enfado por nada y, soberbio, te hago rabiar
con mi silencio. Te pido perdón. No tengo derecho
a hacerte sufrir. Además no puedo verte sufrir.
Se me descoyunta el alma, pierdo el norte…
Te quiero mucho. Y seguiría escribiendo en letanía de amor,
hasta desnudar cada palabra de todo lo que no fueras tú.
Eres en mi vida la más acabada imagen de Dios.
Y Dios, que es Uno, nos hace también uno a los dos.
Te escribo porque necesito dejar constancia.
Te contemplo en silencio y pienso que el recuerdo
de todos los días que llevo junto a ti suma infinito.
Conocerte fue uno de los mayores dones que he recibido.
Y mi vida sigue dependiendo de aquella primera mirada.
Todo cambió, todo adquirió un sentido nuevo, pleno, lúcido.
Todo era igual y todo era distinto. Ayer, hoy y siempre.
Los días van pasando, pero ni el tiempo es el mismo. Contigo
cada instante es una dimensión distinta. Y quisiera
que esta carta tuviera la delicadeza de una caricia
y la donación de un beso. Es lo único que sé con certeza:
que te quiero. Y que eres mi alma. Y que veo
la luz a través de tus ojos, y que abrazo
la misericordia de Dios en tu cuerpo.
GUILLERMO URBIZU
Comentarios al autor: guilleurbizu@hotmail.com
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