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Anhelo de cambiar, anhelo de sanar
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Anhelo de cambiar, anhelo de sanar

Sanar no requiere solo de un curso o de un retiro, sino de un trabajo diario en que reconoces tus fallas y te dejas sanar por el Señor.

Por: Gaby Briones | Fuente: El Observador de la actualidad

Llegué a la “Jornada del Amor Camino a la Sanación” con un anhelo grande de seguir sanando. Dentro de mí sabía que ya había tenido un proceso de sanación 15 años atrás.

Aunque no lo quisiera una pequeña voz me susurraba al oído diciéndome: “Son altas tus expectativas”. Sin embargo, me pude dar cuenta que esto venía del mal espíritu y decidí poner todas mis fuerzas humanas; sobre todo en la organización de los tiempos como mamá de tres “tiempo completo”, pues no siempre se dispone de seis horas a la semana para poder tener este espacio de encuentro con el Señor.

Adelanté algunas cosas y le dije al Señor: “si quieres puedes sanarme”.

Creo que muchas veces se me olvida que Él está ahí escuchándome y que como un Padre siempre presente quiere darme lo mejor para mí, aunque duela.

Y digo, aunque duela porque creyéndome ya sanada, encontré que hay heridas en mi vida que aún necesitan ser besadas por el Señor para que sanen realmente.




Y más aún, encontré que desde que lo sigo con radicalidad, había perdonado a quienes por su pecado me dejaban heridas, pero que el perdón que les otorgaba no necesariamente me curaba la herida.

¿A QUIÉN DEBO PERDONAR?

El segundo día de la Jornada le pedí a Jesús que me ayudara a reconocer a quién debía perdonar.

Me sorprendió que ya un mes y medio atrás en un entrenamiento había ofrecido el esfuerzo por quienes más me han lastimado, todo el cansancio y dolor del ejercicio lo ofrecería al Padre por esa intención.

Y haciendo el enlace con la Jornada, nuevamente el mismo rostro volvió aparecer.

Empecé a llorar y a sentir un temblor que sólo quienes hemos vivido en comunidades de Renovación Carismática podrán entender, mis lágrimas empezaron a correr y a correr y a correr, sin que las quisiera parar.

¡Qué impacto! Cómo nuestro cuerpo desea sanar y solo está esperando una oportunidad que le permitamos para hacerlo.

Al terminar ese momento dije: “Wow me siento ligera e increíblemente en paz”. Y no era que antes sintiera que me faltara la paz, pero sí notaba que cuando me hablaban de esa persona, inmediatamente me bloqueaba e intentaba sólo recordar cómo me había herido.

En esa semana el Señor además me dio la gracia de ver la herida que ella lleva y de entender muchas de sus reacciones conmigo y esto para mí fue una invitación a orar por ella, así como Él me la mostró, y comprendí que esto también es parte de mi proceso de sanación.

LOS ANHELOS DEL CORAZÓN

Y llegué al día tres más empujada por mi ángel de la guarda que con la convicción, debo confesarlo, y es que este mes estuvo lleno de actividades en la parroquia a la que pertenezco y me sentía agotada.

En el último día, empecé a darme cuenta de esto que anhelaba mi corazón: “Ser una esposa y madre muy consciente”, bajar mis estándares de estrés, de organización y permitirme disfrutar más, es decir, todos los días llegaba muy cansada a la cama, y era tal el cansancio que incluso sentía que no descansaba en la noche, ni en el día, ni en la tarde.

Aun así, cada mañana ponía mi mejor esfuerzo y se lo ofrecía a Dios, dedicaba mi tiempo a meditar la Biblia a hacer la meditación del Evangelio diario y a mis lecturas espirituales, pero me estaba faltando algo: reconocer que las heridas que se fueron formando después de mi primer proceso de sanación estaban causando estragos y que provocaban que yo hiriera a otros, muchas veces ni siquiera de manera consciente.

En ese anhelo de cambiar terminó la tercera y última jornada y me quedé con ganas de más.

Pero el Señor que es rico en misericordia me permitió vivir un encuentro con la Palabra (hasta me hizo sonreír el tema) en la conferencia “Sanar el corazón mediante la escucha de la palabra y el acompañamiento” impartida por el Pbro. Dr. Walter Jiménez Hernández, profesor de la Universidad Pontificia de México que estuvo de visita en los festejos del 45 aniversario de nuestra amada Diócesis de Victoria. De veras que el Señor siempre va un paso adelante que nosotros y bueno éste fue el moño con que Él quiso cerrar mi semana.

Dios no nos pide que lo amemos, incluso no nos pide que le sirvamos, Él lo único que quiere es que nos dejemos abrazar.