La Inmaculada Concepción de La Virgen María.
Génesis 3, 9-15. 20: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entres tu descendencia y la suya”
Salmo 97: “Cantemos al Señor un canto nuevo pues ha hecho maravillas”
Efesios 1, 3-6. 11-12: “Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo”
San Lucas 1, 26-38: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
Es difícil enfrentar nuestras realidades tan mezcladas de bien y de mal. Es difícil sostenerse en el camino cuando parece que la maldad y la violencia van triunfando. La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se asienta en esta realidad de presencia de mal, pero de una prevalencia del bien. No podemos ocultar que el mal invade los ámbitos humanos, no podemos negar su presencia en nuestras vidas, pero esta fiesta nos da esperanza y certeza de que el verdadero discípulo de Jesús es capaz de vencer todo mal. Desde la primera lectura encontramos como Eva nos vistió de luto y nos privó de Dios, pero en María, por virtud de la resurrección de Jesús, encontramos nuevos caminos que nos llevan a la paz y que nos ayudan a superar tantos males.
Me gusta imaginar a María de una forma sencilla, con todas las ilusiones y limitaciones que pudiera tener una muchachita de su tiempo y de su ambiente. Sencilla, sin los ropajes y los altísimos epítetos que la devoción y la fe cristiana le han puesto. Pero así, en su sencillez, la imagino con una limpieza de corazón y con una paz interior que se manifiestan en las actitudes con que asume sus responsabilidades de madre, de discípula atenta a la Palabra, de testigo de la Vida y de sostén de la incipiente comunidad. Tal como entendemos el misterio de la Inmaculada Concepción, la Iglesia recoge el pensamiento que se ha mantenido a lo largo de los siglos de que María, “llena de gracia” por Dios, había sido redimida desde su concepción. Este regalo para María es en virtud, como dice San Pablo, de que Dios en Cristo la eligió y nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor.
En María se realizó de una manera muy bella y nos da gusto recordarlo. Pero al mismo tiempo que le cantamos y la alabamos, adquirimos conciencia de nuestra lucha diaria contra todo el mal, asumimos su ejemplo de apertura y disposición a la palabra y nos comprometemos en la construcción de la comunidad. Sólo en Cristo y su Palabra podremos vencer el pecado. Que esta fiesta reanime nuestra esperanza y nuestros deseos de alcanzar la victoria, no por nuestros méritos, sino gracias a la Resurrección de Jesús.
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